Vivimos una etapa en la que la inmensa mayoría ha dejado de hacerse preguntas.
De todos modos, que así haga mucha gente no significa que estén en lo correcto. Por eso he titulado así este breve escrito sobre la juventud. La idea es que, preguntándonos, nos inquietemos y encontremos respuestas. Pero no respuestas que nos den “la razón del loco”, se trata de contestaciones que orienten el avance.
Aunque, para la mayoría, ser joven está relacionado con piel tersa o tiempo transcurrido desde el nacimiento, enfoques con el criterio de temas como la energía con que se afronta cada situación ofrecen valiosísimos aportes para lograr real relevancia con el tema. A la luz de ese punto de vista, es posible encontrarse con jóvenes de 90 y ancianos de 16.
A propósito, quizás resulte oportuno hacer caso a un joven de 94 años, Noam Chomsky, para quien “Nunca ser revolucionario había sido tan fácil. Pensar hoy en día es un acto revolucionario”.
Otra salida fácil sugiere que siempre ha habido esa pugna entre jóvenes que quieren cambiarlo todo y gente vieja que quiere que todo siga igual. Pero, ¿nos hemos preguntado desde cuándo existe ese “siempre”?
La mayor parte de los estudiosos concuerdan en que, para la Edad Media, la esperanza de vida rondaba los 40 años. Partiendo de ahí, la idea de juventud debía ser algo muy diferente a la que se pueda tener ahora. Dicen que, sencillamente, la juventud era asumida como una especie de negación que consistía en no ser niños ni ancianos.
El tiempo ha ido pasando y muchas cosas han ido cambiando. Por supuesto, vale preguntarse si para bien o para mal. En la Biblia se da cuenta de la correlación entre el jovencito Jesús y los experimentados del templo. En La Trinitaria, germen que dio como resultado lo que hoy conocemos como República Dominicana, encontramos que ninguno de sus fundadores llegaba a treinta años.
Paradójicamente, encima de lo difícil que ha resultado despojarnos de viejas ideas y conductas, la historia reciente es expresión de una sociedad que sigue negando oportunidades a la juventud.
Sería muy larga la lista de ejemplos que dan cuenta del papel fundamental que desempeña la juventud para generar transformaciones en la sociedad. Aunque a menudo se suele subestimar o ignorar su importancia, la juventud tiene el potencial de cambiar el mundo y generar un impacto positivo en diferentes ámbitos.
Ante el sistemático empeño en mantenernos desviados de lo esencial, una de las formas en las que la juventud puede transformar la sociedad es a través del activismo y la participación ciudadana. Los jóvenes son apasionados y tienen una gran capacidad para movilizarse y luchar por las causas en las que creen.
En República Dominicana, la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios (ANJE) acaba de publicar un estudio titulado “El votante joven dominicano y su impacto en la consolidación en la democracia”. En los hallazgos de ese estudio se pone de manifiesto la necesidad de “impulsar acciones que fomenten una mayor participación, informada y consciente, por parte de la juventud”.
Quizás resulte oportuno buscar apoyo en lo referido por un periodista inglés en un libro que desde el título comienza retando. En “Teenage. La invención de juventud 1875-1945”, el periodista Jon Savage explica que la palabra “adolescente” se empieza a utilizar en EE.UU. después de la Segunda Guerra Mundial para los jóvenes de entre catorce y dieciocho años.
Agrega el escritor que el término, además de funcionar como etiqueta generacional, fue utilizado fundamentalmente como una herramienta publicitaria y comercial. Explica Savage que “el adolescente como consumidor era una oportunidad para una Europa muy golpeada por la guerra”.
¿Cuáles preguntas se está haciendo la juventud actual? ¿Cuáles son sus referentes? ¿Seguimos en la antigua dicotomía entre lo viejo conservador y lo nuevo que transforma? ¿Suscribimos la idea de que la mirada joven tiene fuego y la vieja aporta luz?
Solo se trata de un intento para que nos preguntemos, nos inquietemos y nos movamos hasta encontrar algo que oriente y alimente el real avance.