Siempre he tenido la percepción de que, una vez pasada Semana Santa, el año comienza un vertiginoso ritmo hacia su final. Pura percepción, pero pasados los largos días del invierno parecería que el tiempo de los años pasa más rápido, como los trenes que parten en retraso que recuperan el tiempo perdido incrementando su habitual velocidad en su recorrido hacia su destino. Como la rueda de la fortuna, nuestro país político inicia las fechas fatales del calendario electoral del año próximo y ha de esperarse que las fuerzas políticas que habrán de competir por ser mayoría, o por alcanzar cuotas de poder significativas, reflexionen sobre la particularidad de la presente coyuntura electoral y extraer lecciones sobre las pasadas.
En efecto, los elegidos en las pasadas elecciones han ejercido sus funciones dentro de los límites que les impuso la pandemia. Algunos sortearon esta variable con resultados globalmente positivos, pero también tuvieron limitaciones y yerros no atribuibles a la pandemia y sí a lastres ancestrales de nuestra cultura y práctica políticas que, si no enfrentan correctamente en el proceso electoral ya en curso, serán irremediablemente corrosivas para quienes sean confirmados en sus puestos, como a quienes asuman nuevos mandatos. Por consiguiente, hay que reflexionar sobre varios temas que fueron objetos de debate en las pasadas elecciones, así como algunos que si bien no lo fueron es pertinente que se pongan sobre el tapete.
Por ejemplo, es innegable que durante el cuatrienio que entra en su tramo final hubo muchas discusiones/desilusiones sobre el significado y discurrir del mandado de los elegidos en las cámaras legislativas, como en algunas instancias de los poderes locales. Ha sido ostensible el desencuentro que por momento se ha visto entre la casi totalidad de los legisladores con el Ejecutivo y más que con este, con sus electores. Ellos han inobservado promesas de campaña del partido oficial y del Ejecutivo en temas cruciales como, entre otros, las tres casuales que permitan la interrupción de un embarazo de alto riesgo, el final de auto asignación de privilegios de como los cofrecitos que le garantizan una inicua ventaja frente a nuevos aspirantes a las cámaras.
En ese sentido, se replantea el eterno dilema: puede hacerse un buen gobierno con legisladores hostiles/malos? Si en algunos países la respuesta seria positiva, éstos serían un puñado. En estos tiempos eso es prácticamente imposible. Por lo cual, ese tema tiene que ser afrontado con determinación, no se puede seguir eligiendo legisladores esencialmente por la capacidad de estos poder financiar sus campañas y no por su solvencia ética, moral y de capacidad. Es ética y políticamente un deber evitar los repetidos casos de legisladores elegidos con dinero del narcotráfico y del opio de las bancas de apuestas. Corresponde a la ciudadanía penalizar a los partidos que continúen presentando impresentables al electorado/cautivo para que elijan legisladores de oscuro perfil.
Por otro lado, habrá que preguntarse hasta cuándo los llamados partidos mayoritarios seguirán la mala práctica de hacer campañas proselitistas sobre la base de oferta de empleos en tren gubernamental, veladas y manifiestas. Según datos del Banco Mundial y del Centro Regional de Estrategias Económicas Sostenibles, en 2021 éramos el quinto país de la región con mayor proporción de empleos en el sector público. Se dice que esta ha disminuido, pero aparte de que no se establece un número más o menos exacto de esta disminución esta sigue siendo alta. ¿Cuál o cuáles serán las medidas para evitar un lastre que limita la inversión social productiva y que paga el ciudadano común?
Una rémora que hace de todos los inicios de gobierno un momento de estrés e incertidumbre de miles de personas que tienen en vilo su única fuente de ingreso, una falta de institucionalidad causada por la politiquería e irresponsabilidad de una clase política que mantiene en el envilecimiento a un segmento importante de la población. ¿Se evitará esa afrenta en el próximo inicio del gobierno y además la acostumbrada la desaforada demanda de empleo? Es evidente que, en esencia, no hay una correspondencia entre promesas programáticas y resultados, y las causas no hay que buscarlas solo en los efectos de la pandemia, sino en una cultura política y una escogencia de compañeros de viaje no contemplada en el programa. Contribuye a esa circunstancia una errada opción de relación partido/gobierno.
En cuanto a la oposición mayoritaria, es evidente que son magras en extremo sus posibilidades de salir del pantano que se encuentra. Por su lado, la generalidad de los llamados alternativos, enfrenta este proceso electoral con su eterna propensión a la dispersión, a la marginalidad como zona de confort, a la “esperanza inútil” y al deseo de pureza. Lo decía, Francesco Piccolo, parece que en el fracaso encuentran la confirmación de su diferencia, de su pretendida “pureza”. Finalmente, es necesario reflexionar sobre dos suertes opios: discusión centrada en lo que “dicen” las encuestas y no sobre los temas nacionales sustanciales, y fe ciega en los especialistas en mercado electoral que reducen a los partidos en meras maquinarias para lograr proyectos de poder no sociedad.
De ese modo, los programas se convierten en buen ejercicio intelectual, pero de poca utilidad, porque los gobiernos se guían básicamente por las encuestas. Sin enfrentar estos y otras rémoras seguiremos posponiendo el cambio. Sin que sepamos las consecuencias….