La reducción de la desigualdad es un imperativo para garantizar el crecimiento sostenible y el desarrollo humano. Esto parece un lugar común, pero no debemos cansarnos de llamar la atención sobre los riesgos del fenómeno.
A continuación comento unos números que, para mí, no son estadísticas muertas, sino un discurso elocuente e irrefutable acerca de las oportunidades que perdemos para dar sostenibilidad al crecimiento y hacer que la prosperidad llegue a las mayorías.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha calculado en una muestra de 156 países que si aumenta la participación de los pobres y la clase media en el ingreso total, crece la economía. Pero si, por el contrario, se incrementa la proporción de los más ricos, baja el crecimiento.
En el caso dominicano se ha evidenciado que cuando aumenta el crecimiento económico en un punto porcentual, se reduce la pobreza en 2.78 puntos.
Más importante aún es que un punto porcentual menos en la tasa de desigualdad provoca una reducción de la pobreza en 5.19 puntos porcentuales, según cifras publicadas recientemente por la CEPAL y el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPyD).
Eso significa que de haberse reducido la desigualdad en los mismos niveles en los que aumentó el ingreso durante los últimos seis años, la disminución de la pobreza monetaria hubiera sido al menos el doble de lo observado hasta 2021. La tasa de pobreza hubiese logrado caer en 9.5 puntos porcentuales, en vez de 4.8 puntos, como ocurrió.
Según los expertos, si República Dominicana lograse aumentar en un 50% el ritmo de la reducción de la desigualdad con respecto a la observada en el último año pre pandemia, se podría reducir la pobreza general en 17% (equivalente a 500 mil personas).
No debería ser aceptable que el 10% de la población de mayores ingresos reciba el 55% del ingreso, mientras el 10% de menores ingresos recibe menos del 1%, conforme a datos de la CEPAL publicados por el MEPyD.
No hay que ser economista para entender e interpretar estos datos. Basta con el sentido común. Entonces, no sólo estamos frente a una injusticia, sino frente a una torpeza de quienes diseñan, dirigen y ponen en marcha las políticas públicas
Si se aumenta el ingreso de los más pobres y de la clase media, se fortalece el mercado, pues aumenta el consumo, y esto crea un círculo virtuoso de crecimiento.
Disponernos a hacerlo es una responsabilidad de todos, principalmente del gobierno y los sectores productores de riquezas. No se trata de un problema de altruismo, sino de conveniencia social e individual. Si permitimos que la brecha de la desigualdad se ensanche más, sería cometer un harakiri colectivo.