“No hay que interpretar mal nuestro pensamiento; no confundamos lo que se llama “opiniones políticas” con la gran aspiración al progreso, con la sublime fe patriótica y humana que, en nuestros días, debe ser el fondo mismo de toda inteligencia generosa” -Víctor Hugo-
El partido mediante el cual el pueblo dominicano tramitó sus insatisfacciones por los actos dolosos que en el ejercicio del poder acometieron los pseudoboschistas morados en las sui géneris elecciones del cinco de julio del 2020, llegó al poder con carencias ideológicas y debilidades estructurales producto de la crisis que motivó su creación. Partió de una lucha carnal contra un energúmeno empresario disfrazado de político, que permeó la institucionalidad del antiguo partido y negoció el destino de quienes sembraron sus esperanzas en la casa del "Jacho prendío".
Nació grande, sustentando desde sus inicios por dos pilares y un conjunto de hombres y mujeres decididos a recuperar el ideario del mártir negro, al que se le negó la posibilidad de dirigir nuestros destinos por el tono anochecido de su piel. Defectuoso en el fondo, por la velocidad que imponía el momento y la necesidad de instaurar una herramienta capaz de aglutinar los que algunos llaman, el peñagomismo auténtico.
Creció bajo la sombra de un liderazgo colegiado y permaneció incólume, no obstante, el interés de grupos asociados al poder de entonces, de menguarle las posibilidades de alcanzar el éxito que supone en política, obtener mediante el sufragio, el respaldo de la gente. Así, entre la lucha externa por demostrar su capacidad para gobernar y los impases internos por la conquista de sus militantes, trilló junto a la sociedad, hastiada del hurto a las arcas públicas, una ruta que lo llevó a convertirse en el partido del oficialismo.
La historia exhibirá con asombro el surgir de una entidad partidaria, que, a seis años de su fundación, venció las trabas impuestas por la hegemonía criolla, convirtiéndose, pese a los designios infructuosos de intelectuales orgánicos al servicio del PLD, en el vehículo idóneo para llevar a puerto seguro, la patria de Duarte y Luperón.
Llegó a la administración del Estado en medio de la peor crisis de salud que datos históricos hayan registrado, heredó las falencias de un Estado moldeado al antojo de dos socios divididos por la ambición desmedida de poder. Le tocó elaborar los planes para la contención y manejo de la pandemia, normalizar las actividades turísticas, la gradualidad de las operaciones de los sectores comerciales, agropecuarios y conducir un país al borde del colapso económico, político y social a una mejoría irrefutable.
Bajo esas condiciones, este Gobierno ha tenido algunas dificultades para insertar en la administración pública a militantes de valía y compromiso social que, como todos, dieron lo mejor de sí mismos, con el único interés de ver este pueblo, elevar sus condiciones materiales de existencia a través del estado de bienestar con el que soñó José Francisco Peña Gómez.
De ahí, y a partir de análisis profundos tendentes a buscar soluciones para que el grueso dirigencial acompañe al presidente en la realización de un gobierno decente y apegado los principios que rigen la política de Estado, según sus competencias y capacidades, se pretende adecuar y es lo justo, la herramienta normativa que regula la convivencia societaria de sus afiliados a fin de hacerla más armoniosa con sus dirigentes, en alianza tripartita con la sociedad en general.
Las pautas de un PRM fuerte, cercano a la gente, adaptado a los tiempos, vinculado a un país que apuesta a la transformación de sus instituciones, y preparado para la defensa de la obra de gobierno que dignamente encabeza Luis Abinader, para continuar desde la plataforma política, cumpliendo, “con la gran aspiración al progreso, con la sublime fe patriótica y humana que, en nuestros días, debe ser el fondo mismo de toda inteligencia generosa”.