El futuro de las instituciones formadoras de docentes les presenta a estas entidades desafíos y oportunidades que pueden redimensionar su misión y sus aportes a la educación superior y al desarrollo del país. Tomando en cuenta las necesidades de la sociedad dominicana, uno de los desafíos del futuro las compromete a tomar en serio la formación científica de los docentes. Esto implica la creación de condiciones para que profundicen y se apropien de los aportes de las ciencias que fundamentan su campo profesional. Se ha de avivar en ellos la producción científica que incentive, a la vez, su desarrollo intelectual. De esta forma, se establece ruptura con la idea de que el maestro no piensa ni tiene capacidad para ello.
Este desafío requiere apertura al desarrollo del discernimiento académico. En este orden, las instituciones formadoras construyen comunidades que aprenden y piensan juntas. Así, los docentes aprenden a estudiar, a investigar; cambian su forma de trabajar y desarrollan autonomía. Cambian, también, su modo de gestionar el currículo y el aula. Reorientan el modo de relacionarse en el entorno escolar y social. Efectivamente, su visión y su práctica adquieren una fundamentación más sólida; y un sentido educativo y social más actualizado y coherente con las necesidades del país. Este sentido antepone la atención a su responsabilidad educativa y social, por encima de los intereses económicos y políticos de las instituciones formadoras.
Otro desafío crucial es la humanización de la formación docente. Los sujetos que han de responder del proceso educativo no pueden ocupar el último lugar. Ante el empuje de las tecnologías de la información y la comunicación y ante el avance de las ciencias, la atención a lo humano se considera una cosa del pasado, un problema. Este es un grave error. Lo humano ha de contar hoy, mañana y siempre. En el sector educativo, alejarse de lo humano convierte el proceso en una farsa, en una tarea de cosificación. Esta humanización ha de distinguirse por el cuidado a la integridad de los docentes, a los valores que integra, a su capacidad para actuar por encima de sus intereses propios.
La necesidad de humanización de las instituciones de educación superior y de los centros educativos está a la vista. A nadie le puede producir sorpresa este planteamiento. Es un proceso que se puede y se debe desarrollar en conexión con los avances científicos y tecnológicos. Este proceso de humanización interpela a las instituciones formadoras de docentes en aspectos nodales, como las concepciones antropológicas que sustentan y aplican; los valores que priorizan y proponen; y la gestión de la tensión entre beneficios económicos y formación docente integral. Las instituciones formadoras de docentes tienen el desafío de clarificarse y clarificar cuál es su prioridad en esta tensión.
El tercer desafío se vincula con la libertad que requieren las instituciones formadoras de docentes. Estas entidades han de ser más libres para reimaginar sus enfoques y práctica. Sin libertad, el desarrollo institucional y de la misión queda rezagado; depende de fuerzas externas que desvirtúan la naturaleza del proceso de formación. La institución formadora de docentes se convierte en títere de políticos, de gobiernos y de empresarios. No planteamos una formación docente al margen de las estructuras sociales, políticas y económicas. Lo que planteamos es que las instituciones formadoras de docentes no pueden dejarse manejar por intereses que distorsionen la integridad del proceso formativo y de la institución misma.
Este desafío requiere atención prioritaria, si se desea avanzar hacia una formación de docentes con perspectiva de integralidad. La calidad de la educación del sistema educativo dominicano está afectado por el déficit de competencia de los docentes. Está afectado, también, por las debilidades que afectan a las instituciones formadoras de docentes. Estas, además de apertura para fortalecer sus capacidades, necesitan más apoyo y acompañamiento, tanto del ministerio que las regula como de la sociedad.
El último desafío es la articulación entre las instituciones formadoras de docentes. El valor del trabajo conjunto, del aprendizaje compartido y del intercambio de saberes y experiencias es una tarea pendiente. El futuro apremia a vencer el miedo a la producción compartida con otros, a la interpelación entre pares; a la búsqueda conjunta de estrategias que reorienten las concepciones y las prácticas de estas instituciones. Es un sinsentido la unión coyuntural. Lo importante es construir juntos procesos que cualifiquen la visión, las capacidades y la incidencia de estas instituciones. Llegó el tiempo de abrirse sin condicionamientos al aprendizaje polivalente.
El caminar conjunto de las instituciones formadoras de docentes es un proceso complejo, pero posible. Los docentes en formación han de vivir, en la práctica, lo que se les aporta teóricamente. Desde esta perspectiva, estas instituciones han de validar en la práctica cotidiana lo que les proponen a los docentes en formación como bueno, válido y necesario. La coherencia educativa, social e institucional ha de ser un eje rector de las instituciones formadoras de docentes. Estas instituciones están urgidas a constituirse en una red que construye sentidos, produce científicamente e impulsa el desarrollo integral de la educación del país, de los docentes y de la sociedad.