El debate sobre la calidad de la educación en la República Dominicana generalmente se centra en la debilidad de la formación docente y en la incapacidad de los docentes para propiciar resultados de aprendizaje con significado. Se les atribuye a estos un desempeño inefectivo que atenta contra el desarrollo integral de los estudiantes y contra la naturaleza del sistema educativo dominicano. En este debate, generalmente, las instituciones formadoras de docentes no son interpeladas públicamente, como se hace con los docentes.  Pero, en el problema que se debate, las instituciones formadoras de docentes reciben interpelación indirecta.

El cuestionamiento a las instituciones formadoras de docentes se produce de forma soterrada y se mantiene aún en el tiempo presente. Preocupan, en diversos sectores de la sociedad, tres aspectos vinculados a trabajo con resultados que no responden a las necesidades de la sociedad; interés manifiesto en el negocio en estas instituciones, en la búsqueda de ventajas económicas; y la centralización en la titulación de los estudiantes, al margen de los presupuestos mínimos de la calidad. Aunque no se cuenta con investigaciones que, de forma científica, certifiquen estas afirmaciones, las entidades deben ponerles atención y darles, desde la práctica, un mentís rotundo a tales calificativos.

Las personas y las instituciones no deben actuar por lo que otros dicen, pero pueden y deben ponerle atención a una corriente de opinión bastante extendida. En este contexto, las instituciones formadoras de docentes han de convertir el debate sobre la calidad de la educación en una oportunidad para realizar, en el tiempo presente, un autoanálisis, primero; y, en segundo lugar, una revisión más integral con agentes externos que contribuyan a cambiar la imagen que proyectan. En este proceso de revisión crítica, podrían prestarles mayor atención a las concepciones y al sentido que tienen sobre la formación docente, a las prioridades de su propuesta formativa y a la transparencia en sus actuaciones.

La mirada reflexiva y transformadora a las concepciones y al sentido de la formación de docentes es necesaria en cualquier circunstancia. En el tiempo presente coexisten múltiples tendencias sobre la finalidad de la formación docente. Para unos, lo importante es la formación de un profesional que sepa manejarse en una época dominada por las tecnologías de la información y la comunicación, con menor énfasis en la dimensión humanística. Importa un docente con mayor apropiación tecnológica; lo demás que llegue por añadidura. Para otros, la formación del docente ha de estar mediada por el equilibrio entre la formación humanística, la formación científica y la formación social.

Se subraya como tendencia, también, que las instituciones formadoras de docentes tienen que sobrevivir, por lo cual el componente económico ha de mantenerse con fuerza. Lo consideran vital para poder realizar el trabajo que la sociedad demanda en formación de educadores. Esta tendencia requiere un equilibrio especial de las instituciones formadoras, pues cualquier desequilibrio las coloca entre las entidades del negocio, de la búsqueda de beneficios por encima del rigor y de una excelencia fundamentada en criterios formativos y éticos, sólidos e incuestionables. La gestión de la sobrevivencia de las entidades ha de tener como límite la comercialización de la formación de los docentes.

Las prioridades de la propuesta formativa que ofrecen, también, pueden examinarse. Ponerlas a tono con las necesidades del país y del mundo es un compromiso. Esta tarea constituye una ocasión oportuna para que las instituciones señaladas redescubran la racionalidad que subyace en sus prioridades, la pertinencia de sus aportaciones y la coherencia entre el pensamiento de la entidad, sus prioridades y los resultados que aportan. Este análisis demanda pensamiento crítico-propositivo para que la institución formadora tome mayor conciencia de su modo de funcionar; y del riesgo en que coloca la calidad y la integridad de la formación de los educadores.

El examen crítico de la transparencia con la que las instituciones formadoras de docentes gestionan los procesos formativos y los recursos es objeto de atención por la sociedad. Se les  insta a que enseñen desde la práctica a los que se forman en ella. Se les exige, además, que sean estandarte de actuaciones nítidas, de un comportamiento alejado de la ambigüedad y del currículo oculto. El tiempo presente les requiere transparentar más lo que buscan, lo que hacen y lo que dejan de hacer; que, a su vez, podría ser vital para avanzar hacia una formación pertinente de educadores. El presente demanda una movilización interna de las instituciones formadora de docentes.

La movilización crítico-propositiva, además de recomendable es imprescindible. Las instituciones indicadas han de generar en la sociedad posiciones y opiniones más favorables y congruentes con lo que se espera de ellas. El presente les solicita autocrítica y cambios de fondo y de forma. Estos cambios han de cualificar su misión; han de suscitar nuevas prácticas y han de transparentar los intereses que subyacen en su labor formativa.