El 23 de abril es el día dedicado a celebrar mundialmente el Día del Libro. Es una fiesta con una fuerza cervantina extraordinaria. Para muchos, el libro es un compañero inseparable; para otros, un recurso totalmente desconocido, especialmente en sociedades como Afganistán, en las que todavía persiste el bloqueo al acceso a la educación en los hogares y en centros educativos.  En otros contextos, como en la República Dominicana, continuamos a la espera de que los estudiantes de los distintos grados y niveles cuenten con los libros necesarios para profundizar y afianzar los conocimientos que adquieren en los procesos educativos propios de la cotidianidad escolar.

 

Lo cierto es que el libro continúa concitando la atención y el interés de millones de personas en el mundo. Los avances de las ciencias y de las tecnologías, más que marginarlo, lo han recreado en su formato, contenidos y accesibilidad.  El libro, en su versión física y electrónica, constituye una oportunidad valiosa para acercarse cada vez más a la lectura que forma, recrea y abre nuevas preguntas. Celebrar la fiesta del libro es una vía para identificarse con la lectura. Esta, a su vez, es un proceso que conecta a las personas consigo mismas, con su contexto inmediato y con el mundo. Es una conexión vital para las personas y para la sociedad.

 

El libro tiene fuerza para suscitar el cambio de mentalidades; emana energía inspiradora y, especialmente, moviliza el pensamiento y la capacidad de reimaginar lo que hacemos y sentimos.  Desde esta perspectiva, las familias, los gobernantes y las instituciones educativas han de establecer una alianza estratégica. Esta coalición para que el libro adquiera más sentido e importancia en los niños, adolescentes, jóvenes y personas adultas ha de ser fuerte. Ha de lograr que la educación para el uso del libro sea para todos, con calidad y equidad.

 

La fiesta del libro ha de ser todos los días. Jamás ha de ser un espectáculo anual. Si la lectura no forma parte de la cotidianidad de los hogares dominicanos, de los centros educativos y de la sociedad, la pobreza mental, cultural y socioeconómica continuará reinando. Para que el libro tenga mayor utilidad, habrá que rediseñar las estrategias de formación de los educadores. Estos son los primeros que deben atreverse a hacerse amigos y lectores naturales de los libros. La crisis de lectura en las familias y de los educadores acentúa el desprecio del libro en los niños.

 

Los programas de formación docente han de ponerle atención a este problema. La situación es preocupante: educadores que sienten aversión por la lectura, y que, por tanto, se convierten en enemigos de los libros y, además, educadores que no saben leer. Esta realidad requiere atención especial, demanda una política de incentivo y de apoyo a la lectura. Los Ministerios de Educación; de Educación Superior, Ciencia y Tecnología; la Asociación Dominicana de Profesores y las instituciones formadoras han de invertir más para que los educadores se identifiquen con la lectura y, asimismo, para que reaprendan cómo hacerlo y cómo expandir esta acción. El libro constituye una invitación a disfrutar la vida, a generarla para sí y para los que nos rodean.

 

En un mundo convulsionado por las muertes contratadas, impulsemos el libro como fuente de vida gratificante y amplia. La lectura nos permite recrear sueños y descubrir nuevas formas de responder con efectividad a los problemas que nos afectan e interpelan.  Optar por el libro y su lectura es comprometernos con una vida en movimiento. Además, es conocer los cambios que mueven al mundo para hacerlo más justo e inclusivo. Seamos actores y promotores de la amistad con el libro y de su lectura abierta y reflexiva.