“… Y conscientes de que la materia prima de la economía no es solo el dinero, sino sobre todo la confianza. La confianza mantiene la estabilidad del sistema”. (Nacho Corredor y Adrián Jofre Bosch: Incidencia pública. El poder en el Siglo XXI).

La región de América Latina y el Caribe es la más caracterizada en el ránking negativo de la falta de confianza. La confianza es el prerrequisito de todo proyecto colectivo, de un escenario societal de largo aliento. La confianza, nos dice Francis Fukuyama, es más importante que cualquier otro tipo de capital.

La confianza expresa un círculo virtuoso que se derrama y dimana en un mayor capital social. Definido como la suma de cooperación, de colaboración, asociatividad, solidaridad, integración y relaciones, entre los distintos actores de una comunidad, de una sociedad, que buscan un objetivo común, haciéndolo más viable, más expedito, dado el radar expansivo de la confianza.

La confianza, a su vez, como espina dorsal y eje transversal de toda interactuación humana, se sinergiza en la cohesión social. La cohesión social, como válvula de consenso, de comprensión, de entendimiento y grado de pertenencia de los actores, expresa el nivel de intensidad de la interacción social y por vía de consecuencia, del grado de integración de las personas, en un proyecto común. A más cohesión menos degradación en la escala de la anomia social.

La sociedad dominicana requiere de más confianza, sobre todo, de las elites políticas, económicas, para que, como grupos dominantes, irradien en el seno de la sociedad su cosmovisión, su coherencia y consistencia. La partitocracia dominicana lleva consigo una profunda desconfianza: su accionar, sus dilemas éticos, sus contradicciones entre el decir y el hacer, entre el pensar, decir y hacer y el tiempo; su oportunismo en función del contexto, todo ha devenido en una insondable, abismal, desafección a los partidos políticos. Según estudios de opinión el 54% de los electores no votaron por desconfianza, desinterés y desilusión en los partidos políticos.

Las reformas son en estos momentos, ineludibles, imperiosas, inexorables, ineluctables. Constituyen el baluarte, no solo hacia una mayor confianza e integridad de la sociedad, pues en el horizonte se atraparía el desafío de la época. Reformas o involución es el dilema. La asunción de las reformas constitucional, laboral, de la seguridad social y fiscal integral nos visualiza en perspectiva hacia un crecimiento, desarrollo, más sostenible.

En el Informe de Riesgo Político América Latina, 2024, calzados con las firmas de Jorge Sahd K., Daniel Zovatto y Diego Rojas, plantean como en la región se está produciendo una “desafección democrática, un avance del populismo y el autoritarismo”. Apuntan una crisis de gobernabilidad, una crisis de expectativas y una crisis de certezas, coadyuvando a un acorralamiento y acogotando el tejido institucional de varios países de la región.

Una erosión a la democracia ronda como fantasma dantesco al mundo. Una verdadera poli crisis, al decir del Foro Económico Global. La asunción de las reformas, en nuestra formación social, es evitar esa potencial erosión que puede venir, sobre todo, que somos una sociedad con una democracia defectuosa, al decir de los expertos en el informe señalado, donde si bien es cierto que tenemos una estabilidad política y social, esta última es caracterizada como paz social aparente, pues los entes estructurales que diluyen y hacen famélico el cuerpo social dominicano, están ahí.

Las reformas no pueden seguir procrastinándose so pena de una involución en el orden económico, social, político e institucional. Las reformas significan apuntalar la resiliencia proactiva que, con inteligencia creativa, debemos de transformar. Toda reforma es una construcción social que está determinada por el contexto, por lo que queremos, por la visión y, sobre todo, por el grado de las relaciones de poder de los actores involucrados.

Algunas de las reformas se hacen de manera reactiva en función de una crisis, otras para evitar el potencial de crisis que se cierne de no hacer los cambios necesarios. Toda reforma en crisis es más honda y los efectos en ganadores y perdedores son de más profundo calado. Las reformas, como construcción social-política-económica-institucional, guardan siempre un manto de subjetividad, sobre todo, las constitucionales, máximo cuando se realizan con las aguas tranquilas. Sin embargo, gravitan de manera nodal y significativa las relaciones de poder, como anda el campo de juego de poder. El porqué de las reformas y el para qué.

En nuestro país, de 180 años de vida republicana, esto es, desde 1844 hasta hoy, 2024, hemos tenido 55 presidentes. De esos 55 mandatarios, 7, esto es, apenas el 12%, han ocupado el 61.1% del tiempo. Vale decir, 110 años de 180. La adicción al poder de los que han gobernado, en gran medida, ha constituido un verdadero síndrome, patología. Esa patología se ha verificado en el tejido institucional, en todo el interregno de los 180 años, no obstante, es dable resaltar que en los últimos 27 años se han realizado tres REFORMAS CONSTITUCIONALES y dos intentos, dos habilitaciones, para el logro de la continuidad en el poder.

De 1996 a 2024, esto es, en 28 años, se han realizado ocho elecciones presidenciales y solo cuatro personas han alcanzado el solio presidencial: Hipólito Mejía Domínguez, Leonel Fernández Reyna, Danilo Medina Sánchez y Luis Abinader Corona. En el PLD, que duró 20 años en el poder, solo tuvo dos miembros de esa organización partidaria en la silla del máximo ejecutivo del Estado.

¿Qué nos indican estos datos que reducen a lo más nimio los relatos de los “candados” hasta hoy?

  1. Que la 2/3 parte para modificar la Constitución no ha sido suficiente, se han subvertido en la praxis política. Está determinado por la alta adicción al poder de la elite política latinoamericana y, de manera especial, en nuestro país.
  2. La falta de la ética política al modificar la Constitución para su propio beneficio.
  3. La modorra en la circulación de la elite partidaria al interior de las instituciones políticas. La democracia interna queda lacerada por el clientelismo, la burocracia en el poder y la plutocracia como eje hegemónico (sobrecitos, nombramientos, chequecitos, nómina CB, nominillas, etc.).

¡Hay que poner más difícil toda posibilidad de reforma con el único objetivo de perpetuarse en el poder! Ocho años y, si el pueblo le da esa oportunidad, y nunca jamás. Gracias y nada más. Hay que excluir al Procurador del Consejo Nacional de la Magistratura y la elección de este (a) por ese importante órgano, implica una mayor cohabitación y una mejor gobernanza. El presidente se quita el poder de nombrar por sí solo sin tener que dar explicación y defender a su postulado (a) y negociar con los actores políticos allí representados que, por la forma como está estructurado, siempre habrá un mínimo de dos de la oposición. Con mayoría y en minoría, la negociación constituirá la cantera de más y mejor democracia y el mayor grado de transparencia. Los requisitos estipulados en la reforma para el Procurador (a) alejan los conflictos de intereses.

Las elecciones municipales no pueden seguir como está calendarizada. Crea una potencial crisis institucional en toda la problemática del proceso de gestión, organización de las elecciones y de las resoluciones de los conflictos de las dos más importantes organizaciones, que corresponden a órganos extra poder: Junta Central Electoral y el Tribunal Superior Electoral. Procesos, procedimientos, logísticas gravitan sobre ellos por el tiempo. Las elecciones separadas del 2002 y el 2006 demostraron el enorme poder del arrastre y el abuso del poder ejecutivo del momento. Para el 2032 los avances de la tecnología permitirán elecciones, todas en un solo día.

Estamos en la tercera década del siglo XXI y los políticos se quieren seguir manejando como en el Siglo XX de los años 70, 80 y 90. El mismo libreto, el mismo formulario, con varias líneas vacías, para llenarlas solo con la fecha actual, empero, sin la imaginación fértil que la sociedad espera.

La integración es un proceso que implica como incorporamos de manera significativa a esos 10,773,442 dominicanos a la estructura económica, a la estructura social, con menos desigualdad, con mejor salud, con más bienestar, con más progreso. Las reformas bien llevadas y mejor alcanzadas propiciarían un país más inclusivo y, por lo tanto, una sociedad con más integridad, que evite tensiones sociales, una polarización que conduzca a una fractura social, generando parámetros de involución más ignominiosos, más denigrantes. Hagamos de estas reformas una especie de océano azul y dejemos atrás ese liderazgo de océano rojo que nos ha caracterizado como país.