Pocas veces una iniciativa del gobierno dominicano había provocado tanta irritación y rechazo en sectores y lideres políticos, empresariales, religiosos, comunitarios y barriales como sucedió recientemente con la Reforma fiscal anunciada y retirada apresuradamente por el presidente de la República. Según comentaron voceros involucrados, se enteraron de los detalles solo cuando fueron anunciados y enviados al Congreso.
Aquella propuesta de reforma fiscal fue considerada por expertos como larga y compleja, aunque un profano como yo, la definiría con palabras tan sencillas como decir, que consistía, en trasladarle recursos del sector privado al público. Esta incluía, entre otras, dos propuestas importantes. Una era aplicar un impuesto de 18%, o sea, desde 0, habría un incremento de 1800%; lo que aumentaría el precio de la mayoría de productos de primera necesidad como los alimentos consumidos por los más pobres; y solo excluiría la leche, huevos, pan, arroz, víveres, cereales, pollo, y pescados.
Esta propuesta recordó aquella devaluación del peso dominicano, cuando pasó a costar de uno 1.00 a 1.60 por dólar, y disparó los precios de los productos de la canasta básica. Una medida que llevó a la población a protestar, y al gobierno, por temor a perder el control de la situación, a usar excesivamente la fuerza militar, y provocó más de un centenar de víctimas. Lo que llamaron algunos “poblada de abril” o “matanza de abril de 1984”, y hundió al gobierno en una profunda impopularidad.
Otra propuesta de la anunciada reforma consistía en modificar los incentivos a empresas turísticas, de zonas francas, de construcción, de la industria y de la banca; incluso afectaba a las iglesias, lo que motivó a fieles a protestar en templos y calles.
Estas reformas se plantearon en una sociedad con un Estado muy pobre, donde, las élites del poder han acumulado enormes fortunas privadas bajo la sombra del Estado; generalmente, en alianza con gobernantes tiránicos y autoritarios.
Por ello, recordamos al presidente y a su equipo de hacedores de políticas públicas que, el científico social alemán Max Weber advirtió hace más de un siglo, que existe una pedantería peculiar en algunos economistas, quienes suelen basarse exclusivamente en condiciones externas; sin considerar factores personales.
Por su parte, el pensador venezolano, Moisés Naím señala que ahora, el poder: “ya no es lo que era. Es más fácil de adquirir, más difícil de utilizar y más fácil de perder”. Y que el único psicólogo ganador de un premio Nobel, Daniel Kahneman, en su último libro llamado Ruido: Un fallo en el juicio humano, destaca la importancia de escuchar antes de decidir, para evitar errores en áreas tan delicadas como la medicina y la economía.
Y por último, seria bueno atender las recomendaciones del psicólogo social Jonathan Haidt en su vendido libro, recién publicado llamado La generación ansiosa, donde analiza por qué las redes sociales están provocando tantas enfermedades mentales. Y a propósito de esta reforma, algunos comentaron que sus autores, parece que consultaron más las redes sociales y la inteligencia artificial, que a la gente.
Es importante destacar que los problemas actuales del país son tan complejos y delicados que las soluciones no deben provenir solo de políticos, empresarios o economistas; y menos de economistas rígidos que no han aprendido a escuchar. Y que tampoco se solucionarán solo con ajustes administrativos; lo que podría ayudar, pero no los resolverán.
En resumen, ya lo han documentado el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial con visiones globales y experimentados profesionales dominicanos con enfoques nacionales, como los licenciados Isidoro Santana y Lois Malkun: la reforma fiscal debe realizarse, pero mediante el diálogo, la prudencia y la racionalidad;
** Este artículo puede ser escuchado en audio en Spotify en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván