Hace casi 20 años participé en un congreso de educación donde varios conferencistas internacionales nos indicaban cuáles eran las técnicas necesarias que teníamos que integrar para prepararnos para los cambios paradigmáticos que nuestra profesión requería. En aquel, mi primer año en educación y trabajando como asistente de una profesora de tercero de primaria, un término en específico se quedó grabado en mi mente y se convirtió más que en una guía como educador, en un mantra personal y en principio de vida. El término en cuestión es el de “lifelong learner” o aprendiz de por vida.

El conferencista, del cual lamentablemente no recuerdo el nombre, nos llamaba a que educáramos para que nuestros estudiantes aprendieran a aprender por toda la vida, ya que esta capacidad se convertiría en la más importante para aquellos jóvenes que ingresarían a un mercado laboral que no sería tan estático y estable como el de sus padres y abuelos, sino todo lo contrario.

En aquel momento se estimaba que cada joven tendría por lo menos 14 diferentes empleos en su vida profesional. Destacándose de esta manera, la capacidad de adaptación y reentrenamiento necesaria que les permitiera navegar de un empleo a otro, integrando las diferentes enseñanzas adquiridas en el camino, y aportando de su parte nuevas formas de hacer las cosas nacidas de esa creatividad alimentada por la diversidad experimental adquirida en el constante mar del aprendizaje continuo.

Y es que aprender a aprender es necesariamente la habilidad más importante y natural de cualquier ser humano y lo que nos permite, en esencia, ser humanos.

Aquellos niños que en aquel momento tenían 8 años, hoy en día son los adultos jóvenes que se encuentran insertados al mercado laboral recién graduados tal vez de una maestría. Y es por esto por lo que hoy, al igual que en aquel momento, se hace importante rescatar esta idea.

En un momento de cambio paradigmático como en el cual se encuentra la República Dominicana, donde el proceso de industrialización se acelera y se transforma, donde se espera que en un futuro cercano sean integradas industrias mucho más tecnificadas como la de los semiconductores y donde las industrias de servicios cambian de un año a otro, debemos trabajar de manera transversal las aptitudes que fomentan el aprendizaje continuo como una realidad asentada de nuestro siglo XXI.

A diferencia de las generaciones anteriores donde la especialización en una sola carrera era lo usual, y los outliers eran aquellos que transitaban la vía de la multi-especialización, hoy en día los roles se encuentran invertidos. Hoy nuestros profesionales deben de ser capaces de reconfigurar su caja de herramientas de manera constante, por medio de una capacitación profesional continua que les permita integrar diferente información y adaptarse de manera ágil y dinámica a los cambios que el sistema les presenta.

Para esto necesitamos una base fundamental solida en matemáticas, ciencias y humanidades, sobre la cual se pueda construir ese andamiaje de avances multisectoriales sobre los cuales se desarrollará la revolución tecnológica de la República Dominicana. Pero, mientras tanto, se debe de trabajar de manera enfocada y constante en brindar el acompañamiento necesario y ofrecerles a nuestros jóvenes profesionales las capacitaciones necesarias que les permitan poder preparase para los cambios que se avecinan.

La innovación ocurre cuando la semilla madura cae en tierra fértil” dice Walter Isaacson en su libro Los Innovadores. República Dominicana ya cuenta con ese terreno fértil para que la creatividad, la innovación y el emprendedurismo puedan florecer, solo queda continuar trabajando en la capacitación profesional y dar ese salto cualitativo que la historia le demanda.