Lo que sí es primordial para la izquierda es la búsqueda de una sociedad más equitativa, la lucha contra la pobreza y la desigualdad económica. En eso es que la izquierda tiene que concentrarse. Volvemos a insistir, no es que las demás manifestaciones de la desigualdad carezcan de relevancia, pero es un error concentrarse en ellas.

Los partidos de izquierda en el mundo tienen que enfocarse en promover sociedades más equitativas y superar las expresiones más denigrantes de la pobreza. No es lo mismo luchar contra la pobreza que contra la desigualdad, aunque se relacionan. China, país en que hace tiempo dejó de gobernar la izquierda (no importa que el gato sea negro o blanco, lo importante es que cace ratones) obtuvo éxitos fantásticos en la extinción de la pobreza, al tiempo que se hacía más desigual.

El gran crecimiento de la economía permitió que el ingreso y el bienestar de los de abajo se incrementaba, al tiempo que crecía mucho más la riqueza de los de arriba. Claro, para que esto sea posible se requiere que el tamaño del pastel se agrande, de modo que alcance para todos. Pero la equidad social es un valor en sí mismo. Un gran desequilibrio social constituye una afrenta para la mayoría.

Entonces, si se propone una más equitativa distribución del bienestar viene la discusión del cómo. Las experiencias destacan tres formas históricas de distribución: la propiedad de la riqueza, las remuneraciones y la acción redistribuidora del Estado.

Distribución de la riqueza. La fuente original de acceso al ingreso y bienestar es el patrimonio, es decir, la propiedad de la tierra rural o urbana, las viviendas y los medios de producción.

La concentración del patrimonio tiene mucha relación con las distintas modalidades de acumulación originaria que tuvieron lugar en las diversas sociedades y la evolución posterior del propio capitalismo, con privilegios irritantes que tienen raíces históricas en la forma en que fueron colonizadas las sociedades del llamado Sur Global, pero también las políticas que se aplican desde el Estado, que incluyen habitualmente prácticas plagadas de injusticias y a veces corruptas.

Pero la concentración de la riqueza es un hecho con el cual hay que convivir, pues la izquierda ha fracasado en los intentos de crear sociedades más justas por medio de la redistribución del patrimonio físico, ―excepto algunos logros con las reformas agrarias o programas de viviendas públicas asequibles en diversas partes del mundo―, debido a que la administración colectiva de la producción, sea directamente por el Estado, los sindicatos o cooperativas, han resultado decepcionantes.

Por eso ya los gobiernos de izquierda no luchan por estatizar fincas agrícolas, bancos, industrias o supermercados, porque las experiencias han terminado en desastres. Lo que sí procuran es evitar el uso abusivo del poder que confiere la propiedad.  Ya nadie discute la vigencia del capitalismo, solo que no tiene que ser tan injusto.

Uso y remuneración de los factores. Lo que sí tiene que postular la izquierda es propiciar remuneraciones adecuadas a los trabajadores, protección a los consumidores e impedir prácticas que permitan abusar de la posición dominante en los procesos de producción y distribución. Un componente importante es evitar las desigualdades salariales extremas, con salarios muy altos conviviendo con otros demasiado bajos. Normalmente los salarios extremos se asocian con la propiedad de los medios de producción, incluyendo riqueza física e intelectual, y con prácticas corruptas al interior del propio Estado.

Acción distribuidora del Estado. Ahora bien, la verdadera izquierda descubrió hace mucho tiempo, que la única forma probada y admitida que tiene el que quiera hacer cambios conducentes a mayor equidad social es a través de la creación de Estados fuertes, capaces de obligar a los poderosos a aportar una parte notable de sus ingresos para proveer bienes y servicios públicos a los pobres. Eso fue lo que hicieron los países de Europa, principalmente los escandinavos, y construyeron sociedades más prósperas, equitativas y democráticas que los propios que habían realizado revoluciones socialistas.

Ya nadie hace revoluciones ni distribuye bienestar expropiando riquezas, sino la convicción de que lo correcto es procurar una sociedad que garantice la atención pública desde el nacimiento hasta la muerte con un estándar mínimo de vida para todos los ciudadanos de cualquier clase, independientemente de su condición laboral, condiciones sociales, geográficas u origen étnico.

Un Estado que garantice servicios de salud y educación de alta calidad y gratuitos y prestaciones laborales, policía y justicia confiables, pensiones por vejez o subsidio de desempleo, buenas universidades, apoyo estatal al arte y la cultura, agua potable y ciudades organizadas y limpias, con áreas de recreo de acceso universal, transporte público organizado y accesible.

Por supuesto, no es posible aspirar a todos estos derechos sino mediante importantes aportes de los agentes sociales a las arcas fiscales. Para garantizarlos, el gobierno tiene que extraer recursos de quienes más ingreso o riquezas poseen para redistribuirlos hacia los menos favorecidos. Esta redistribución garantiza una sociedad cohesionada y desalienta la aparición de conflictos sociales que pudieran dislocar el funcionamiento productivo y social.

El principal punto de discordia entre derecha e izquierda sigue siendo el dilema de si más mercado o más Estado, y aquí el tema de las regulaciones y los impuestos es crucial.