Otro fenómeno vinculado al racismo, aunque no similar, es el de la xenofobia, en que el pensamiento de izquierda tiene un reto difícil, debido a que la migración es un fenómeno, no solo universal, sino también creciente, debido al auge de las comunicaciones y a la asimetría económica internacional.
El tratamiento a los inmigrantes pasó a ser un aspecto de diferenciación entre corrientes de pensamiento debido a que las dictaduras de derecha de Europa en el siglo pasado convirtieron a los inmigrantes en sus enemigos y la antiinmigración, al igual que el clericalismo, fue heredada por los partidos de derecha. En contraste, los partidos de izquierda propugnaron por la protección de los inmigrantes, en procura de defender a los débiles. Pero esto, si bien positivo, tiene que ser accesorio en la agenda de la izquierda, pues convertirlo en fundamental es errar el camino.
Para países como nosotros, los dominicanos, el tema migratorio es particularmente importante, debido a que tenemos que compartir la misma isla con un vecino tan pobre, como Haití, con el cual, los traumas históricos y las diferencias raciales, culturales y religiosas hacen que el antihaitianismo aparezca como una mezcla en que confluyen elementos como nacionalismo, xenofobia, racismo y aporofobia, los cuales dificultan que el tema haitiano pueda ser analizado con objetividad, como tendría que ser.
Porque tenemos la realidad incontrovertible de que la pobreza y superpoblación del vecino, unido a su escasez de recursos, provocan que, de no adoptar una política de control eficaz, la tendencia sea a trasladarse todos hacia este lado, y no podemos acogerlos. Ahora bien, controlar la migración no nos da derecho a odiarlos, maltratarlos o violar sus derechos, pues lo correcto es tratarlos con respeto y consideración como seres humanos que son, en vez de difundir infundios y tratarlos como invasores o malhechores.
La confusión entre lo básico y lo accesorio ha distorsionado la discusión política, habiendo la izquierda perdido la brújula de hacia dónde quiere ir, aspecto en el cual la derecha nunca se pierde, lo tiene muy claro y siempre sabe a lo que va: la protección de los ricos, sus patrimonios y ganancias.
En los Estados Unidos, los republicanos dicen que Biden es izquierdista, y he oído gente calificar a la vicepresidenta como ultraizquierdista. Y yo quisiera que alguien me explique qué tiene de izquierda Kamala Harris, fuera de haber concentrado su campaña en ciertos aspectos secundarios.
Otro error grave, principalmente para los latinoamericanos, es confundir izquierdismo con antiimperialismo, lo cual tiene su lógica en la ancestral alianza de los Estados Unidos con los poderosos de la región, interviniendo en países, derrocando gobiernos progresistas, imponiendo dictaduras de derecha o aplicando bloqueos económicos.
La relación con el imperio del norte es algo con lo que todo gobierno de izquierda tiene que ser cuidadoso, debido a la asimetría de poder económico y militar que caracteriza el mundo, y la vocación de los Estados Unidos por imponer a rajatablas sus reglas y su visión del mundo a los demás.
Se da por sentado que EUA siempre se entiende mejor con gobiernos de derecha, al menos en América Latina, y que tratará de evitar o debilitar a los de izquierda, por temor a que tomen decisiones que afecten sus intereses económicos o geopolíticos. Lo lógico es tratar de entenderse, sin llegar a la sumisión extrema, aunque siempre tratando de evitar su puño de hierro o sus sanciones económicas tan empobrecedoras.
Ahora bien, la confusión entre izquierdismo y antiimperialismo, unido a la aversión hacia las políticas de intervención y sanciones de los Estados Unidos, ha llevado a mucha gente de izquierda a apoyar regímenes como el de Maduro o el de Daniel Ortega, y a justificar todas sus fechorías en contra de sus propios pueblos, creyendo que son izquierdistas, cuando yo no veo más que dictaduras corruptas y criminales, similares a las típicas que conocemos en América Latina, como las de Trujillo, Pinochet o Somoza. Quizás pueda explicarse en el caso de Cuba, debido a que efectivamente nació como revolución socialista, aunque con el tiempo evolucionó hacia lo peor.
Así como ya nadie cuestiona el capitalismo en sí, tampoco nadie duda que lo ideal para los pueblos es vivir en democracia. Dictadores y demócratas ha habido siempre a ambos lados del espectro ideológico, y a decir verdad, si alguien quiere ejemplos de gobiernos brutales, asesinos y corruptos, siempre es más fácil encontrarlos del lado derecho.
Hay diversos otros asuntos que no serían objeto de discusión ideológica de no ser porque algunos derechistas radicales les han declarado la guerra, y que son importantes porque pueden hacer la diferencia entre la vida y la muerte, tales como la negación de las ciencias, las vacunas, la aversión al ordenamiento internacional, el negacionismo climático o los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.
Se han convertido en un culto basado en la deformación de los hechos y la explotación de los sentimientos, pero en realidad, no constituyen puntos ideológicos vitales y, excepto en lo que significan para los intereses económicos de algunos grupos, ―pero solo algunos, como los fabricantes de armas, los mineros o petroleros―, no está claro cuál es el objetivo final de las teorías conspirativas sobre estos y otros asuntos.