Los movimientos y partidos considerados de izquierda y progresistas se han escindido entre el sur y el norte con motivo de la guerra en Ucrania entre la OTAN y Rusia. Incluso, movimientos a la izquierda de la socialdemocracia en Francia, España, Alemania, y toda Europa occidental, como la France Insoumise, Izquierda Unida, Podemos, sectores del Partido Comunista de España, Die Linke en Alemania, entre otros, a pesar de fuertes debates en su interior, se han arrimado más a apoyar el esfuerzo bélico de Ucrania y, por tanto, están apoyando parte de las acciones de la OTAN. Caso típico es sí se deben o no enviar armas al gobierno ucraniano de Vladimir Zelenski y sus fuerzas militares y todo lo que ello conlleva.

 

Por su parte, la mayoría de los movimientos y partidos de la izquierda latinoamericana, aún moderada, tienden a ser más “comprensivos” con la acción de Moscú, en la medida que enfrenta a la OTAN que es lo mismo que decir a los Estados Unidos. Todos han condenado la invasión militar rusa iniciada a finales de febrero de 2022, con algunas excepciones como Venezuela y Nicaragua. Incluso Cuba ha tenido una postura muy moderada de no condenar, pero tampoco de apoyar a la llamada “Operación Militar Especial” de Rusia en Ucrania. Un personaje de tanta autoridad moral como el papa Francisco, latinoamericano hasta la médula y progresista en sus posturas más visibles –muchos dicen que antes de ser papa era peronista de izquierda en su Argentina natal-, ha dicho que “los países de Occidente provocaron en extremo a Rusia y su seguridad, al punto de poner a la OTAN en sus puertas”.

 

Pareciera que desde la realidad política y geopolítica que se mire el conflicto en Ucrania se asume de una manera distinta. El fenómeno que constatamos en América Latina se extiende por muchos países de África, Medio Oriente, Asia Central y Asia Oriental. Al igual que Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda que se han alineado, con más o menor intensidad con la postura de EEUU, Europa y Canadá. Llama la atención también como los países de la Unión Europea y Gran Bretaña han preferido sacrificar su estabilidad económica y la seguridad de su abastecimiento de energía –gas natural y petróleo ruso- a tomar una postura más equilibrada de mediación y búsqueda del alto al fuego y la negociación. Francia lo intentó, pero fracasó. Resulta llamativo que sea Turquía quien haga este papel de mediador con resultados visibles. La presión norteamericana y británica ha llegado a hacer añicos certezas de cientos de años, o varias décadas, como la neutralidad de Finlandia –que tiene 1300 kilómetros de frontera con Rusia- y Suecia. Ambos países han solicitado su ingreso a la OTAN y no se ha materializado por la oposición de Turquía. Una certeza que existía desde el fin de la segunda guerra mundial en 1945. Otra de las certezas de geopolítica y alineamientos es la ruptura por parte de Suiza de su centenaria neutralidad. Esta política data de noviembre de 1815, más de 200 años, cuando la Confederación Helvética se desmarcó de las confrontaciones en Europa al final de las guerras napoleónicas. Recientemente, en agosto de 2022, el Consejo Federal de Suiza adoptó íntegramente el sexto paquete de sanciones contra Rusia de la Unión Europea, muchas de las cuales ni siquiera los EEUU la han adoptado.

 

¿Cómo se explican estos realineamientos del “norte global” y la llamada “angloesfera” respecto a las distancias adoptadas por el “sur global” y el mundo en desarrollo? En primer lugar, la geopolítica mundial dio un cambio sustancial a partir de 1980 con el advenimiento de la política neoliberal en Gran Bretaña (Thatcher) y Estados Unidos (Reagan). El colapso de la URSS fue la joya de la corona de esa política en 1991. La integración de China al sistema mundial, sustituyendo a Taiwán en la ONU, en los organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial, y su integración final en la Organización Mundial del Comercio (OMC) dio pie al cambio de papeles enorme en la economía y el comercio mundial. El cenit de la globalización neoliberal se alcanzó en los años 90, con la disolución de la Unión Soviética (1991), la creación de la OMC (1994) y la creación de un mundo unipolar encabezado por Estados Unidos de América. Con la crisis financiera de 2007/2008 que puso en jaque el sistema económico y las finanzas internacionales se inicia una transición.

 

La Rusia abatida de los 90 comienza a levantarse económica y militarmente, aunque muy involucrada en la economía y el comercio globalizado. China se fortalece como la primera potencia comercial del planeta, la “fabrica del mundo” y el país más beneficiado de la globalización. A pesar de ser gobernada por un Partido Comunista, todo el sistema económico y comercial se privatiza progresivamente, a pesar del Estado mantener un importante papel en industrias claves. Comienza también el surgimiento económico de otras potencias intermedias, como India, Brasil, África del Sur, Indonesia, y Nigeria. La explosión demográfica de África y Asia le otorgan el llamado “bono demográfico”. A partir del ascenso de Donald Trump a la Presidencia de EEUU en 2016, la globalización comienza a caer y es liquidada por la pandemia de la COVID en 2020. En tal sentido, la llamada Globalización unipolar solo dura 40 años, de 1980 a 2020 grosso modo.

Por tanto, la geopolítica mundial y regional hay que replanteársela. En ese contexto, la Federación de Rusia y la República Popular China comienzan a penetrar internacionalmente, con posiciones independientes del occidente dominante en el tercer mundo. China se convierte en el primer socio comercial global de África, América Latina, Europa Occidental, Rusia, y gran parte de Asia, como Corea del Sur, Japón, Australia e Indonesia.

Estamos en un mundo en constante mutación y el estallido del conflicto en Ucrania y la tensión creciente en el estrecho de Taiwán hacen peligrar la estabilidad mundial y las simpatías de movimientos políticos y de regiones enteras. La certezas ideológicas del pasado han comenzado a tambalearse y se está operando un realineamiento global.