Aunque a propósito del conflicto entre Rusia y Ucrania, pero no sobre dicho conflicto del cual, cada vez más, surgen aspectos políticos, históricos y estructurales actuales, que nos hacen ver el archipiélago de intereses que se mueven detrás de él y, por lo demás, los niveles brutales de persuasión a través de mentiras, medias verdades y algunas verdades -en el marco de la posverdad, la posveracidad y la charlatanería-, que las grandes agencias de prensa manejan con mucha eficacia, mostrándonos una realidad que no existe más allá de sus propios intereses. Me anima solo reflexionar a partir de ese hecho, pero no sobre él, eso se lo dejo a los especialistas en asuntos internacionales.

Que las confrontaciones bélicas producen más daño que soluciones, no es de dudar, y sobre todo cuando nos centramos en la pérdida significativa de vidas humanas sin importar banderas y, mucho menos, si son o no parte de la confrontación bélica directa. Mueren soldados, civiles y entre ellos, niños, jóvenes, adultos, personas envejecientes. Muchos otros no mueren, pero quedan marcados mentalmente para gran parte o el resto de sus vidas. Conocí un hombre joven veterano de la guerra de Vietnam, el cual desarrolló grandes trastornos mentales como consecuencia, haciendo de su vida una verdadera tragedia. Recientemente me encuentro con un tema igualmente complejo, que impacta solo a los hijos e hijas de quienes buscan asilo, y que se caracteriza por un aislamiento completo, dejando de caminar y hablar, o de abrir los ojos. Se conoce como el síndrome de la resignación, y hasta el momento, solo se documenta en Suecia[1].

En la tragedia humana como consecuencia de las guerras, las mujeres y los niños/as, son quienes generalmente sufren las peores consecuencias pues, además de la muerte, le sobrevienen previamente los abusos por violaciones y otras tantas atrocidades que las condiciones de las guerras y los conflictos armados generan en la mente humana, sobre todo en aquellas donde “matar o morir” se constituye en la única lógica posible. Y qué decir de los daños materiales y los que se ocasionan al medio ambiente. Es bueno recordar aquella guerra librada en el Golfo Pérsico en el 1990, en la que Estados Unidos involucró a más de treinta países en la misma para enfrentar “el monstruo” que ellos mismos crearon en Irak. De ese acontecimiento histórico cómo olvidar la famosa “Operación Tormenta del Desierto” en que la llamada “fuerza multinacional” inició bombardeos desde el aire y el mar, destruyendo no solo objetivos militares, sino también infraestructuras e industrias, pozos petroleros. El daño ecológico ocasionado aún no ha sido resuelto. CNN hizo su agosto con aquellas transmisiones por televisión que más bien parecían una de las tantas películas de guerra a la que el cine y la televisión nos tienen acostumbrados.

Desde la psicología el tema se presta para muchas interpretaciones acerca del comportamiento humano, como incluso, del uso de determinadas herramientas de “persuasión” para hacer del ser humano un instrumento de muerte o para la muerte, o un simple consumidor de realidades “no reales”.

En una reseña hecha por José O. Maldifassi, Capitán de Fragata, del libro "La psicología de la guerra: un estudio de su mística y su locura", de la autoría de Lawrence Leshan[2]. Editorial Andrés Bello, 1992, se nos ofrece una interesante interpretación del por qué de la guerra, dejando de lado por supuesto, aquello de que “está en la naturaleza humana”.[3]

Leshan aborda el tema desde la perspectiva de la psicología clínica, mostrando cómo los seres humanos entramos en la incertidumbre entre la realidad sensorial en la que actuamos y respondemos con más o menos objetividad, y lo que él llama, una realidad mítica, abordada en términos de un “nosotros” y un “ellos” a partir de la necesidad de pertenencia a un grupo organizado, en este caso, la milicia con todo lo que ello supone de interiorización ideológica. Según Maldifassi, haciendo mención del autor del libro, “los imperativos para actuar de las personas en ambas realidades se configuran en forma totalmente distinta. Frente a la realidad sensorial somos objetivos y tenemos una visión gradual de las posibles alternativas de acción frente a problemas y circunstancias de la toma de decisiones. Frente a la realidad mítica, adoptamos una actitud "maniquea", en la cual no existen alternativas intermedias, si no sólo las extremas de "Nosotros somos los buenos, y Ellos los malos". Agrega incluso, que en la “realidad mítica no se cuestiona el porqué de la existencia del mal, éste sólo se acepta sin cuestionamientos y debe ser enfrentado en forma directa”.

Desde la perspectiva mítica plantea que se asumen actitudes optimistas que tienen que ver con la expectativa del desenvolvimiento final del acontecimiento, es decir, el conflicto bélico: “esperamos ganar porque el bien siempre triunfa sobre el mal”. En cambio, desde la perspectiva sensorial “se sopesan adecuadamente y objetivamente las consecuencias de esta acción”. Sin embargo, “una vez involucrado en la guerra, con el objetivo de lograr un estado de actitud mental adecuado para la derrota del enemigo, se debe emplear el modo mítico”, por excelencia.

Por otra parte, el autor hace la salvedad que “guerras llevadas a cabo bajo el modo sensorial fueron duramente criticadas por la sociedad” poniendo como ejemplos las guerras de Corea, Vietnam y Afganistán, “en comparación a aquellas enfrentadas por la población bajo un modo mítico”, como fueron la I y II Guerra Mundial, “en las cuales la participación de la nación en ellas no fue siquiera cuestionada, incluso llegándose a festejar el momento de la declaración de la misma”. He leído algunos libros acerca de la II Guerra Mundial en el que la gran capacidad de persuasión de Adolfo Hitler involucró a la mayoría del pueblo alemán en su visión del mundo y la justificación de la guerra.

Llega incluso el autor del libro a ofrecer algunas respuestas a la pregunta de “por qué las personas participan tan entusiastamente de la guerra, pese a los agudos problemas sociales y emocionales que finalmente causa”. Al respecto ofrece dos respuestas: “la participación de los individuos en una guerra ayuda a los mismos a llegar a un estado psicológico de satisfacer las necesidades de autorrealización personal (el "finalmente ser alguien en este mundo")” y, en segundo lugar, “la autotrascendencia al pertenecer a un grupo y ser esencial para el logro de los objetivos del mismo (el "finalmente alguien realmente me necesita")”. Señala que ambos aspectos “generan una sensación de euforia y de estimulación sin precedentes de los sentidos y la realidad de la existencia”.

Una cuestión interesante que el autor del libro señala como un último aspecto, al cual le otorga mucha importancia y “es la inadecuación de las estructuras gubernamentales para preparar a los países para la paz en lugar de la guerra”. Ofrece como explicación que históricamente “el mejor monarca o gobernante, se mide por la cantidad de batallas ganadas” y, por tanto, fomentándose la formación de grandes ejércitos.

Buscando respuestas al tema, Albert Einstein escribió una carta a Sigmund Freud planteándole la interrogante ¿Por qué la guerra?, luego de la I Guerra Mundial, y que el Instituto de Cooperación Internacional publicó en el 1933, al igual que la respuesta dada por Freud, justamente con el título ¿Por qué la guerra?[4] En su carta de fecha 30 de julio de 1932, Einstein la iniciaba de la siguiente manera:

“Querido profesor Freud: …

¿Existe algún medio que permita al hombre librarse de la amenaza de la guerra?

En general se reconoce hoy que, con los adelantos de la ciencia, el problema se ha convertido en una cuestión de vida o muerte para la humanidad civilizada; y, sin embargo, los ardientes esfuerzos desplegados con miras a resolverlo han fracasado hasta de manera lamentable.”

Resulta interesante el último párrafo de la misiva de Einstein:

“Para terminar, he aquí otra consideración: hasta ahora sólo he hablado de la guerra entre estados o, dicho de otro modo, de los conflictos internacionales. No ignoro que la agresividad humana se manifiesta también en otras formas y en distintas condiciones (por ejemplo, la guerra civil que en otros tiempos tenía móviles religiosos y hoy los tiene sociales, la persecución de las minorías nacionales…). Pero he insistido deliberadamente en la forma más típica, más cruel y más desenfrenada de conflicto porque es partiendo de esa forma como podrán encontrarse los medios para evitar los conflictos armados…”

En su extensa comunicación como respuesta, el padre del psicoanálisis Sigmund Freud, al considerar la tendencia a acudir a la guerra o la violencia, hace uso del instinto de odio y de destrucción siempre dispuestos a acoger el estímulo al uso de la violencia. En su carta señala: “Admitimos que los instintos del hombre pertenecen exclusivamente a dos categorías: por una parte, los que quieren conservar y unir, a los que llamamos eróticos exactamente en el sentido de Eros en el Banquete de Platón y sexuales, dando explícitamente a ese término el alcance del concepto popular de sexualidad; y, por otra parte, los que quieren destruir y matar, que englobamos dentro de las nociones de pulsión agresiva o pulsión destructora”. Para él ambos instintos son la expresión “teórica del antagonismo universalmente conocido de amor y del odio” pero que, a su juicio para comprenderlos, no es posible aislarlos uno del otro. Y sobre esto: “el instinto de conservación es de naturaleza erótica, pero es justamente ese instinto el que ha de recurrir a la agresión si desea que triunfen sus intenciones. Igualmente, el instinto amoroso, referido a objetos, necesita una cierta dosis de instinto de posesión si quiere en definitiva apoderarse de su objeto. Y es precisamente la dificultad de aislar ambos tipos de instinto, en sus manifestaciones, lo que durante tanto tiempo nos ha impedido reconocerlos”.

Para completar su idea respecto a la imposibilidad de considerar ambos instintos por separado y, a propósito de la guerra, dice:

“Cuando se incita a los hombres a la guerra, un llamamiento de esa índole puede encontrar eco por diversos motivos, unos nobles, otros vulgares, algunos de los que se habla abiertamente y otros sobre los que es preferible callar. No hay razón para que los enumeremos todos. La inclinación a la agresión y a la destrucción forma parte de ellos: las innumerables muestras de barbarie que jalonan la historia y la vida cotidiana no hacen más que confirmar su existencia”.

Aunque en obras anteriores lo hizo, Freud, en el Malestar en la Cultura plantea que la civilización se basa en la represión de los instintos libidinosos, tema este asumido por Herbert Marcuse en su polémico libro Eros y Civilización, proponiendo frente al tema la noción de una “sublimación no represiva”. Al respecto del tema, Erich Fromm en Lo insconsciente social[5], y reconociendo lo complejo de la polémica señala que “el hombre encara esta alternativa: o no hay represión, lo cual quiere decir que no hay civilización, o hay represión, con lo que hay civilización y muchas neurosis”.

Desde la perspectiva de Martín Baró, Malvaceda Espinosa (2009)[6], señala que el análisis de la violencia hay que hacerlo no solo desde su origen y manifestación, el por qué y el qué de la violencia, sino además “sobre su finalidad (para qué) y a quién sirve (para quién).

Según Martín-Baró hay tres componentes que explican la violencia y que  él llama los constitutivos de la violencia: a) la estructura formal del acto, es decir, la forma en la cual se ejecuta el acto, su operacionalización; b) la forma personal del acto, que hace referencia al “sello personal del que lo ejecuta”, donde las características y actitudes personales-sociales son importantes; y c) el contexto posibilitador, que trata tanto del contexto mediato (social) como inmediato (situacional) en el que se desenvuelven los principales actores. Es decir, desde su perspectiva, comprender el fenómeno en cuestión supone analizar un conjunto de situaciones, que muchas de ellas, escapan para quienes pueden ser actores participantes o simplemente, espectadores distantes[7].

Para poner punto final al tema, traigo a colación una referencia que supone hasta cierto punto la institucionalización del tema de la guerra y la violencia, la cual extraigo del texto Operaciones Psicológicas. Técnicas y procedimientos, escrito por el general Harold K. Johnson y publicado por Editorial Rioplatense, y que ponen de manifiesto un nivel de complejidad mayor cuando se trata del hecho concreto de un escenario de guerra. En el referido texto se señala a propósito de las operaciones psicológicas: “las operaciones psicológicas son armas de apoyo de combate que el comandante debe emplear habitualmente para colaborar con el cumplimiento de su misión. Las operaciones psicológicas de su empleo son un arma estratégica en una guerra general hasta su empleo como un arma táctica en la guerra no convencional”. Les puedo confirmar que en dicho manual “hay de todo como en botica”.

Sobre los propósitos y alcances se señala:

“Este manual proporciona técnicas detalladas de operaciones psicológicas para comandantes de operaciones psicológicas y oficiales de estado mayor. Trata sobre relaciones, capacidades, tácticas y técnicas de operaciones psicológicas durante las operaciones de guerra general, limitada o fría”. Por supuesto, entre esas operaciones concretas hay de todo, desde cambiar la moral de las unidades y la población civil enfrentada, pasando por el fomento e inducción de la deserción, como incluso el engaño y hasta la creación o destrucción de imágenes tanto institucionales como personales.

Podemos ser “actores-consumidores” de las informaciones noticiosas sobre el tema de la violencia y la guerra, para estar enterados y opinar acerca del mismo; podríamos incluso, tratar de comprender estos problemas, como el que estamos presenciando a través de las redes y medios de comunicación, pero para hacernos una idea clara y quizás precisa, tendríamos que escuchar atentamente todas las partes y no solo lo que las agencias de prensa internacionales nos ofrecen. No puedo negar que es una tarea algo compleja. Podría también poner atención sobre el tema y su significado para la vida. Es lo que intento hacer. Hoy es Rusia y Ucrania; ayer fueron las atrocidades en Siria; antes la invasión a Irak bajo el supuesto de posesión de armas químicas, jamás encontradas pues fueron solo un invento para justificar la acción. Pero también está la violencia que genera la misma desigualdad social en el mundo que excluye millones de personas al disfrute de cuestiones básicas para la vida. Y un largo etcétera sobre el tema.

Si todo el esfuerzo y los recursos por desarrollar armas y promover la guerra lo hubiésemos empleado y lo empleáramos en la construcción de relaciones fundadas en el respeto, el diálogo y la paz, desde la vida infantil, desde el hogar y la escuela, pienso, que viviríamos en un mundo distinto. Construir la paz debe ser una tarea y una pasión de todos.

[1] Recuperado en Qué es el síndrome de la resignación, la misteriosa enfermedad que solo ocurre en Suecia – BBC News Mundo.

[2] Lawrence Leshan, psicólogo clínico que trabajó por cinco años para el ejército de los Estados Unidos, ejerciendo además como médico psicólogo mas de cuarenta y cinco años, así como autor de varios libros.

[3] Recuperado en maldifassi.pdf (revistamarina.cl)

[4] Recuperado en ¿Por qué la guerra? Sigmund Freud escribe a Albert Einstein (unesco.org)

[5] Fromm, E. (1990). Lo inconsciente social. Editorial Paidós. 6ª reimpresión enero 2018.

[6] Recuperado en Redalyc.ANÁLISIS PSICOSOCIAL DE LA VIOLENCIA. Entre el conflicto y el desarrollo social

[7] Martín-Baró, I. (1996). Acción e ideología. Recuperado en Acci_n_e_ideolog_a.doc (live.com)