Una de las transformaciones positivas que se han experimentado en el mundo, sobre todo en las sociedades más desarrolladas institucionalmente, aunque poco a poco se ha ido expandiendo, es que acciones vergonzosas y abusivas que ayer se permitían, toleraban o se consideraban no eran nada, hoy en día se llaman por su nombre, se denuncian y, en cada vez más casos afortunadamente se investigan.
Muchas personas, especialmente mujeres, durante años tuvieron que sufrir por múltiples formas de abuso y acoso, algunas decidieron asumirlo como parte de las reglas del juego para poder ascender laboralmente lo que no las excluye como víctimas, otras lo fueron doblemente por ser sujetos del acoso y por ver sus carreras truncadas por no estar dispuestas a pagar el alto precio que querían imponerle para escalar posiciones.
Un silencio cómplice generalmente ha acompañado estos hechos, muchos de los cuales eran secretos a voces, y los más experimentados siempre tuvieron conciencia de que esas situaciones se daban, por eso algunas entendimos muchos años después, por qué nuestros padres nos ponían trabas para laborar con ciertas personas o en determinados espacios.
También siempre hubo y seguirá habiendo personas que tenían conciencia de que situaciones como estas sucedían y estaban dispuestas a jugar el juego, desde padres que desvergonzadamente ofrecían sus hijas al tirano, mientas otros vivían la angustia de intentar mantenerlas invisibles para evitar que él se fijara en ellas, habiendo algunas pagado con sus vidas su desprecio, y quienes han estado dispuestos a acelerar el paso cediendo a las pretensiones y explotando sus encantos para conseguir favores y posiciones.
Si bien la respuesta a hechos tan escandalosos en muchas partes ha provocado que se pase de la irresponsable tolerancia a una intolerancia quizás extrema que coloca las cosas en lados opuestos como el blanco y el negro, pues siempre es difícil distinguir las tonalidades de grises, al mismo tiempo como en toda actividad humana se presentan situaciones de injusticia, de mentiras, de mala fe. Sin embargo, no por eso debemos pensar que cualquier denuncia está viciada, como tampoco que todas son veraces.
Habrá denuncias justas e injustas, acusaciones merecidas e inmerecidas, pero todas deben esclarecerse, y debemos estar conscientes de que aun en los casos en que haya un fin ulterior de perjudicar a alguna persona por la posición que ocupa o por la que podría aspirar a ocupar como ha sucedido en otras partes del mundo, comúnmente en el trasfondo hay un comportamiento inadecuado, o una actitud narcisista, o un perfil abusador y autoritario, que hace que algunos crean que tienen licencia para hacer cosas más allá de los límites razonables, sobre todo frente a subordinados jerárquicamente.
Lo que se ha denunciado contra el presidente de la Cámara de Cuentas por dos jóvenes abogadas de la dirección jurídica de esa institución, ya formalmente depositado como querella ante la Procuraduría General, es muy grave, como lo es también lo que se ha expresado de que esto podría ser parte de un complot contra dicha institución por personas interesadas en impedir que juegue su rol como fiscalizadora de las cuentas públicas. Ante la gravedad de ambos extremos la respuesta no puede ser cerrar los ojos e intentar seguir adelante como si nada hubiera pasado, bajo la irresponsable excusa de no poner en peligro una institución o no afectar intereses, como muchas veces se ha escuchado tanto en el sector público como en el privado.
Por más inconveniente y perjudicial que pueda entenderse es la situación que afecta a la actual Cámara de Cuentas, organismo que ha sido recurrentemente protagonista de escándalos en los últimos años, en la cual esta sociedad tenía cifradas esperanzas de que finalmente cumpliera su importante misión, lo peor que pudiera suceder es que decidamos voltear la mirada, arrancar la incómoda página y seguir la lectura, pues el fin no debe ser tratar de esconder esqueletos en el armario, sino abrir de par en par sus puertas para demostrar que no hay ninguno, o dejar ver los que haya asumiendo las consecuencias.