El poeta nacional Pedro Mir decía: “soy un testigo del siglo XX, vi nacer el automóvil, el avión y el internet, tres maravillas que cambiaron el mundo; pero el siglo XXI será difícil”. Y tenía razón. Nos ha tocado un mundo brutal y arbitrario. Por ejemplo, la guerra entre Israel y Palestina comenzó con el asesinato en Israel de más de 1,400 personas, niños, mujeres y ancianos, incluidos 260 jóvenes que participaban en un festival musical, y además 250 rehenes. También hubo una explosión de un hospital, en Gaza Palestina, que causó 500 muertes y miles de heridos. Al día de hoy; según la ONU, las bajas en Israel y Gazas son más de 6,000 fallecidos, y 1,400,000 mil desplazados.

Se trata de crímenes que violan la dignidad humana y el derecho internacional. Como señala un editorial del periódico Acento: “Es un horror que degrada la condición humana… Por la memoria de los israelíes y palestinos salvajemente acribillados antes y después del 7 de octubre”. Confieso que no tengo capacidad para hablar las causas y razones del conflicto Israel-palestino, por lo que apenas me acercaré a algunos motivos psicosociales.

Una conocida frase de la sabiduría dice que los jóvenes hacen la guerra y los viejos hacen la paz. Muchos se preguntan, cómo los palestinos lograron entrenar tantos jóvenes para una misión tan suicida, y los infiltraron en Israel en automóviles, motocicletas o a pie; en lugar de usar aviones o tanques. También se cuestiona cómo acumularon toneladas de cohetes y municiones, sin ser detectados por los poderosos y sofisticados servicios de inteligencia o espionaje de Israel y Estados Unidos. Se confiaron y los sorprendieron a todos. La moraleja es que los humanos y sus instituciones son vulnerables e imperfectos.

Algunas explicaciones a estos horribles hechos podrían hallarse en libros tales como Compórtate, de Robert Sapolsky, donde se menciona que “el lóbulo frontal no madura tan rápidamente como el resto del cerebro, por lo que los jóvenes, con más frecuencia que los adultos, deciden y se comportan de manera irreflexiva e irresponsable”. Es cierto que algunos adultos nunca maduran suficiente.

En Psicología de las Multitudes, de Gustavo Le Bon, que plantea que las personas, por encima de su   carácter o la inteligencia, pueden transformarse en una masa o mente colectiva, con ideas, comportamientos y sentimientos, diferentes a si actuaran individual o aisladamente. En torno a esto, el ejemplo clásico lo ofrecen los doctores que decidieron la famosa “Solución final” de Hitler contra los judíos, quienes, en su mayoría, individualmente no apoyaron la propuesta.

O en Sapiens de Yuval Harari, que relata que los humanos, por los recursos, a menudo suelen actuar violentos y genocidas, especialmente cuando son guiados por relatos de mitos, dioses, naciones, que despiertan ilusiones más influyentes que el dinero, la justicia y los derechos humanos.

También se destaca en aquellos pueblos la abundancia de conversos, aquellos que han cambiado de religión o ideología y suelen actuar con feroz venganza contra los otros que no los siguen. En ese sentido, el poeta Pedro Mir decía que el socialismo se convirtió en una especie de cristianismo donde el martirio jugó su papel. Y que quienes asumían esa causa debían saber que estaban condenados al sacrificio.

En resumen, una causa mercadeada, defendida por jóvenes entrenados, con dirigentes adecuados, con las redes sociales, y con pastillas sintéticas; convierten a humanos en autómatas o máquinas de guerra, capaces de realizar atrocidades.

Esperamos que el cese el fuego llegue pronto a Tierra Santa, y que se alcance la paz entre los estados de Israel y Palestina.

** Este artículo puede ser escuchado en audio en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván en Spotify.