En casi todos los sistemas políticos donde se practica la alternancia del poder mediante procesos electorales existe un sostenido crecimiento de las fuerzas ultraderechistas, constituyéndose mayorías en diversas instancias de los poderes del Estado. No son uniformes en términos discursivos, por los sectores sociales en que se sustentan, por sus posiciones sobre el rol del Estado y por los países o bloque de países que les sirven de referencias. No obstante, tienen en común que se montan sobre una onda de insatisfacción, miedo e incertidumbre que ahoga a diversos sectores sociales, manipulándolos y convirtiéndolos en su base política/electoral. En nuestro país, elementos de ese fenómeno se manifiestan sostenidamente.

Las profundas transformaciones tecnológicas que modifican las relaciones trabajo-capital, la expansión del reclamo de derechos humanos de segunda y tercera generación, de las mujeres, de libertad de opción sexual y religiosa, protección al migrante, entre otros, han sido reclamos que la derecha tradicional e incluso sectores de progresistas y de izquierdas no han podido dar respuesta adecuada. De manera ramplona pero efectiva, un sector radicalizado de la derecha asume posiciones ultra reaccionarias como respuesta a esos reclamos. En ese sentido, el fenómeno del ultraderechismo, generalmente entrelazado con el ultranacionalismo, se torna un fenómeno mundial, un flagelo

¿Puede esa onda llegar a nuestro país? Ningún país está vacunado contra ese flagelo y en algunos, aun con vieja tradición democrática y con sólidas instituciones, el embate de la onda ultraderechista no está completamente bloqueado. Por consiguiente, y a pesar de que los sectores ultra de la derecha política dominicana nunca han sido electoralmente importantes, tampoco nosotros estamos vacunados. Además, porque a pesar de esa debilidad, el conservadurismo, el elitismo y sus perversas variantes, siempre han estado presentes en la sociedad dominicana, y porque las manifestaciones de esos elementos son cada vez más ostensibles y agresivos en los sectores del ultraderechismo, mezclados ahora con un grosero ultranacionalismo.

A esa circunstancia debemos agregar otros incuestionables factores. Se ha iniciado el proceso de selección de los jueces que habrán de integrar el próximo Tribunal Constitucional; llama poderosamente la atención cómo a los postulantes se les hacen preguntas que mucho tienen que ver con la agenda conservadora global de quien formula la pregunta, relativas a valores que son propios de la esfera privada: el tema de las tres causales y el migratorio, referido al tema haitiano. De esa manera pretenden escoger a aquellos de ideas y posiciones esencialmente reaccionarias. Recordemos que estamos en campaña electoral y la puja entre los partidos es sobre cuál es más agresivo agitando las pasiones y miedos sobre esos temas para ganar votos.

No olvidar la candidatura de Faride Raful, prácticamente sacrificada por la presión contra ella por sectores fundamentalistas y oportunistas, por sus posiciones de firme enfrentamiento a ultraderecha ultranacionalista de matriz trujillista del fundamentalismo eclesial. En estos tiempos de extrema dificultad de crear líderes se le cortan las alas a una militante con alto potencial, privándose su partido de la representación de una mujer en un poder del Estado.  Un sin sentido. También debemos reflexionar sobre lo que dicen algunas mediciones sobre la tendencia de un segmento de la juventud, la que está en el rango de los 18-24 años, cuya intención de votos es favorable al partido que ocupa el segundo lugar en la carrera por la presidencia de la República.

A este propósito vale la pena subrayar la reciente experiencia de las elecciones en Argentina, donde el voto de los jóvenes de 16 a 34 años fue más del 60% a favor de la ultraderecha. A nivel mundial, son frecuentes las movilizaciones de jóvenes que expresan sólo rabia y hartazgo frente a una clase política indolente, generalmente incapaz, además de corrupta. Son movilizaciones hacia la nada, como dice René Girard, sin direccionalidad hacia objetivos colectivos que apunten hacia un proyecto de transformación social. Es rebeldía vacía, sólo un grito contra las castas en el poder, el cual es generalmente recuperado por la ultraderecha. Pienso en los chalecos amarillos en Francia y los recientes tumultos racistas y xenófobos de jóvenes en Irlanda.

Los medios escritos y televisivos, junto a las redes sociales, repiten las sandeces del conspiracionismo y el negacionismo a través de “agendas ocultas de las potencias”, algo que creen no solo los incautos, sino gente de cierto talento, lo cual habla de la dimensión, complejidad y peligrosidad del momento en que vivimos. Es un fenómeno de época, que cuestiona los cimientes no sólo de un sistema, sino de una civilización por lo cual, las admoniciones simplistas no sirven para nada. La onda ultraderechista es una realidad que si no se sabe enfrentar se convertirá en un tsunami que puede llevarse de encuentro a toda la clase política del país. Sin importar signo.

Por fortuna, no hemos llegado a los niveles de polarización de algunos países de la región y conservamos los sedimentos de las luchas antitrujillistas, conducida durante y después de la dictadura de Trujillo por importantes sectores progresistas de las capas medias, de trabajadores organizados, la intelectualidad y en la postrimería del régimen por sectores de la Iglesia Católica. También por sectores que no han claudicado. Es parte del dique que puede contener la tragedia que ya está provocando la onda ultraderechista.