Uno de los elementos políticos estudiados por miembros de la Escuela de Frankfurt es la llamada personalidad autoritaria, sobre todo cuando alcanza altos grados de poder en un Estado. Recordemos que para los miembros de dicha escuela las cuestiones relativas al fascismo y la Segunda Guerra Mundial tuvieron la mayor relevancia posible. Theodor Adorno y Erich Fromm, por mencionar dos de los nombres más destacados, tienen textos muy lúcidos sobre la naturaleza de esa patología en individuos que hicieron mucho daño en sus sociedades y en el mundo.
Estamos hablando de tiranos, sin importar sus ideologías, y en el siglo XX eso reúne a figuras como Hitler, Mussolini, Franco, Stalin o Mao Zedong. En nuestras latitudes son representativos los Somoza, Trujillo, Balaguer, Pinochet y Fidel Castro. Más reciente está el caso de Maduro y Daniel Ortega.
Individuos como Bolsonaro y Trump claramente tienen esa patología, pero el contexto de sus sociedades no les ha permitido realizar plenamente sus ambiciones enfermizas. Se requiere un conjunto de factores y una coyuntura específica para posibilitar el ascenso al poder de un enfermo semejante. Si logra consolidarse en el poder su camino natural es accionar para condicionar la sociedad a su permanencia en el control de los mecanismos políticos, económicos y sociales.
Cuando hablamos de personalidades autoritarias en el control del Estado nos referimos a casos como los mencionados, pero los llamados niveles intermedios de la articulación social (organizaciones, empresas, partidos políticos, estructuras religiosas, sindicatos, etc.) son controladas muchas veces por ese tipo de personalidades convirtiendo su permanencia al mando de los mismos en una imagen que se confunde con la naturaleza misma de la entidad. Son pequeños dictadores en sus ámbitos.
Algunas sociedades históricamente han generado mecanismos para evitar convertirse en rehenes de ese tipo de “liderazgos” autoritarios. Dos buenos ejemplos son Estados Unidos y México, en el primer caso la estructura institucional del Estado procura evitar que el jefe de Estado se convierta en un “monarca”, en el segundo caso el Partido Revolucionario Institucional sembró en el modelo político mexicano por varias décadas la no reelección, aunque también el presidente saliente usualmente designaba a su sucesor.
Uno de los mayores riesgos para la maduración de la democracia -no el único- es que la sociedad pueda ser controlada por una personalidad autoritaria, es decir que un dictador pase a controlar el poder de forma estable por décadas. Cuando eso ocurre el costo en vidas humanas, y la destrucción de la generación y distribución de riqueza, es grave y toma mucho tiempo, una vez derrocada la dictadura, en retomar el camino de la democracia y la prosperidad. Casos como el de Alemania y Japón son especiales por los intereses de Estados Unidos en su momento.
La mentalidad que generan los tiranos en sus sociedades toma mucho tiempo cambiarla, varias generaciones posiblemente, y contra eso el esfuerzo es titánico, y más difícil cuando no se articula un sistema educativo de calidad que erradique esa manera de pensar autoritaria. De las tiranías usualmente se sale a tropezones y a veces se termina cayendo en algo peor.
Lo de Venezuela en el presente es paradigmático, tanto por quienes se resisten a salir del poder, como quienes por lo visto buscan ocuparlo. Convertir a uno de los países con vocación de ser uno de los más ricos del mundo en uno de los más pobres es responsabilidad del chavismo y Maduro. Un dictador carente de talento por un lado y un candidato vinculado a la guerra sucia de los años 80 en Centroamérica atrapan a la sociedad venezolana en una antesala del infierno. Maduro, Machado y González son los peones. Las piezas importantes son Estados Unidos, Rusia y China, que ni les importa el bien de los venezolanos y venezolanas, mucho menos sus cachapas, ellos están tras el petróleo y el oro.