Día de lluvia, leo el Listíndiario online. Interesante el artículo de Pablo McKinney acerca del impacto de la sociedad digital sobre el ejercicio del periodismo.

Quizás entre lo que la sociedad digital podría aportar al periodismo latinoamericano, esté también contribuir a desarrollar el periodismo científico. Hace pocos meses un webinar colombiano consideraba éste una vieja deuda latinoamericana. Deuda desigual, por cierto, en los varios países. La mayoría de los 25 destacados periodistas científicos identificados por una encuesta resultaron ser de México, Cuba, Colombia, Argentina y Brasil, (Tanya Chacón, https://distintaslatitudes.net/destacado/25-periodistas-de-ciencia-america-latina), con dos sorpresas, uno de Paraguay y una guatemalteca especializada en medio ambiente.

Más que en América Latina, el tema del periodismo científico en nuestro continente parece despertar interés en España. Hace unos veinte años una venezolana, Argelia Ferrer Escalona, defendiendo su tesis en Barcelona, comentó que “el periodismo científico, … forma de comunicación para el desarrollo, puede contribuir al fomento de la ciencia y la tecnología en las sociedades en desarrollo”. No parece que este llamado haya recibido mucha atención. En una sociedad que poco fomenta la ciencia y la tecnología de manera directa, no puede sorprender que el fomento indirecto no sea prioritario. Siempre en España, muy atento al tema es Pere Estupinyá, quien recoge la herencia de Manuel Calvo, el mismo que hace veinte años había pronosticado que el periodismo científico iba a constituir el reto de las sociedades del siglo que acababa de empezar.

Un efecto de la pandemia ha sido volver a poner en la mesa este tema, pero no se puede negar que carencias históricas, en particular en nuestra región, no han permitido un gran progreso en la superación de fallas conocidas y puestas en evidencia por Pere Estupinyá hace unos años (https://ksj.mit.edu/tracker-archive/el-periodismo-cientifico-en-america-latina-ha-mejorado-bastante-en-los-ultimos-5-anos/). Primera de ellas, el delicado tema de las terapias alternativas. Lamentablemente, la pandemia, con los debates sobre vacuna, uso de las mascarillas, utilidad de improbables remedios, haya tal vez favorecido una inversión de una tendencia menos crédula, cuyas manifestaciones eran un aumento de rigor y una menor presencia de pseudociencias.

Sin embargo, un problema estructural que Pere Estupinyá observa en el periodismo científico latinoamericano es su dependencia de noticias de agencias para cubrir temas científicos “duros” de procedencia internacional. Por un lado, esto lleva a un exceso de corta y pega, y por el otro no permite tratar estos temas, a menudo lejanos al lector promedio con la necesaria profundidad.

Tema complejo y que se entrelaza con el de las pseudociencias y con el de las fakenews que a menudo acompañan las pseudociencias. Éstas prosperan con las redes sociales y resisten a los controles. Emblemático un caso de hace unos días. Desde hace meses, las redes sociales iban difundiendo un mensaje que sostenía que el paso de la Tierra por el afelio causaría una modificación climática (temperaturas más bajas), que en algunos mensajes inclusive apuntaba a consecuencias en problemas de salud.

Me causa curiosidad entender cómo nazcan estas ideas. La órbita terrestre es la misma desde millones de años, Las leyes de Kepler se conocen desde más de cuatro siglos. ¿Por qué este año? Tal vez por la posibilidad de asociar una epidemia de influenza.

De todos modos, no obstante se supiera desde hace dos meses que se trataba de una fake news  (https://www.univision.com/noticias/falso-clima-mas-frio-tierra-punto-mas-alejado-sol), la noticia ha circulado abundantemente y hasta apareció también por breves momentos en nuestro país, en la edición online de un periódico nacional. Esto no ha ocurrido en otros países donde al contrario hubo artículos desmintiéndola, pero llama la atención que todavía hace pocos días el mismo sitio univision.com volviera a comentarla, informando que habían registrado 94 preguntas sobre el tema, de las cuales 93 desde América Latina, y en su mayoría desde países con un razonable periodismo científico. ¿Puede ser esto casual? ¿O indica que las fakenews tienen anticuerpos que les permiten resistir? ¿O más sencillamente que mucho hay todavía que hacer?

La pandemia ha mostrado lo difícil que es combatir las fake news. Y no es un problema solamente de América Latina. Sobran los ejemplos que lo comprueban. De libro las “teorías” de la tierra plana o las que niegan la evolución. Teorías que sería superficial liquidar como ignorancia científica, ya que se acompañan a menudo de teorías de complot, racismo y suprematismo. Y esto redunda en el valor social de combatirlas.

Más sencillo controlar el tema de la difusión de notas de agencias. Aunque también ésta presenta problemas, son problemas que periodistas científicos profesionales podrían manejar. Hace unos días, por alguna razón, Europa Press en España difundió dos noticias, inmediatamente redifundidas, una sobre el calentamiento del Ártico y otra sobre los efectos de una guerra nuclear, con Estados Unidos y Russia lanzando la quisquilla de 4000 bombas nucleares. Cuesta no reír leyendo en la introducción de este último artículo, que una preocupante consecuencia sería … una pérdida global de cosechas.

Esto de saber leer críticamente una información es algo necesario, sobre todo cuando hay noticias que, apoyándose en hechos ciertos, ofrecen conclusiones dudosas. Un caso así es otra noticia encontrada continuando mi lectura.

En los primeros seis meses de este año se ha registrado una baja del 36% en la mortalidad materna, en comparación con el año anterior. Este dato es correcto, pero, cuando leí la interpretación que la acompañaba, me sentí motivado a poner en práctica dos de las recomendaciones de McKinney, desconfiar de las fake news y avivar el seso.

En el caso de especie no era una fake news. La fuente no era una que se pueda poner en duda. Es el presidente de la Sociedad Dominicana de Obstetricia y Ginecología, Dr. César López. Él atribuye este resultado a una labor conjunta, de amplia participación, y a los esfuerzos por dar cada día un mejor servicio, una mejor atención a las mujeres que acuden a los centros de salud. Y termina agradeciendo a todos los que han puesto un granito de arena.

La baja del 36% era fácil de controlar. Es cierto. Sin contestar la legitimidad de un sano orgullo gremial, y aun menos ignorar la dedicación con la cual los operadores sanitarios han trabajado en condiciones dificilísimas en los últimos años. ¿Vuelve todo esto cierta la explicación?

El Ministerio de Salud expide semanalmente un boletín epidemiológico entre cuyos datos se presenta el dato acumulado de las muertes maternas desde el comienzo del año epidemiológico. Este dato lo acompaña el dato acumulado en las mismas semanas el año anterior. Esto significa que este último dato aparece dos veces, con valores que no necesariamente coinciden, porque, como se explica en el boletín hay ajustes.

El análisis de los boletines correspondientes a la semana epidemiológica 23, que es la a la cual hace referencia la noticia, cuenta una historia bastante diferente de la leída.

Año Muertes maternas registradas Muertes maternas corregidas
2016 72
2017 70 84
2018 79 81
2019 68 74
2020 71 83
2021 101 112
2022 67

El dato del 2022 es prácticamente igual al de 2019, cuando efectivamente se había registrado una mejora respecto a los dos años anteriores. Pero si consideramos que el Servicio Nacional de Salud evaluó en un 26.7% el aumento debido a la pandemia de la mortalidad materna en 2021 y que mitad de las primeras 23 semanas epidemiológicas de 2020, incluyen las primeras semanas del brote, la interpretación del dato de este año parece ser otra y sugerir al menos que como destinatarios de los agradecimientos se agreguen el Ministerio de Salud y el Gobierno, por la campaña de vacunación que redujo la presión sobre el sistema sanitario y la propia variante Ómicron, cuya menor gravedad ha permitido que la atención a las madres volviera a niveles prepandemia.

En este caso, un análisis científico superficial, que posiblemente deba dar motivo de reflexión sobre la formación estadística de los médicos (problema puesto en evidencia también por la pandemia), habría podido ser matizado de manera crítica en la interpretación del resultado.

No son problemas marginales. No voy a insistir sobre el rol de la ciencia para el desarrollo. Pero la ciencia cuesta (en realidad también la no-ciencia). Se requiere que este costo sea asumido como imprescindible para el desarrollo y la estabilidad del país. Los periodistas científicos juegan un papel irremplazable para la comunicación entre los científicos y la sociedad.

¿Habrá alguna universidad que entienda que un país como Republica Dominicana necesita un periodismo científico de calidad?

Hace unos meses escribí algo sobre lo que el sistema universitario del país podría hacer para que la física en el país se desarrolle con respiro mundial. No hubo reacciones. Sin embargo, en nuestro país las ciencias sociales son desarrolladas y menos pronas a actuar como sociedades de mutua admiración. Además, lo que proponía en física era que la necesidad-oportunidad fuera reconocida por universidades donde las ciencias duras son ausentes o casi, con un desarrollo diferenciado de las que ya tienen alguna actividad de investigación en física. Reconocer la urgencia de formar periodistas científicos y lanzar los necesarios programas de formación podría ser interesante y viable para universidades que ya tienen un gran desarrollo en ciencias sociales, a menudo con liderazgo continental.