Es sumamente recurrente la expresión de que somos una sociedad muy politizada, vale decir, muy interesada en los temas relacionados con la política. Sin embargo, curiosamente, el tema de la ciudad, lugar donde nació la política, está prácticamente ausente en los debates y en el diario hacer de la generalidad de nuestros políticos. Como dice Lewis Munford, la ciudad es “el punto de mayor concentración del poder y de la cultura de una comunidad”, a nivel nacional, provincial o municipal, es la empresa que más riqueza crea y donde se generan y potencian los principales problemas…y oportunidades. En sus procesos configurativos, las ciudades tienen momentos de auge y de decadencia, cuando esto último sucede los costes sociales, económicos y políticos son enormes.

Del sistema de ciudades el país, el Gran Santo Domingo es el que más riqueza produce es el que más pobres concentra en término absoluto, el de mayores zonas abandonadas y degradadas, el de los problemas y distorsiones de carácter urbanísticos de mayor calado, el lugar de las desigualdades sociales más afrentosas, a pesar de ser el de mayor receptor de inversión pública. No se puede decir que esta Santo Domingo se ha construido sin un plan, se han diseñado diversos planes urbanísticos, algunos muy buenos como el que hizo durante la invasión norteamericana del 1916, que sirvió de diseño para su desarrollo hasta mediado de los 60.

A partir de entonces y, esencialmente, como consecuencia de la otra invasión norteamericana, precisamente, se inicia el proceso de deterioro y caos de esta urbe. La máxima expresión de estos lastres lo es el abandono y degradación de la zona colonial y de todos sus barrios circundantes, en cierta forma también Gazcue. Hasta la primera mitad de la década de los 60, desde el kilómetro 0 en parque Independencia, las calles 30 de marzo y San Martín constituían un dinámico eje de vocación comercial y de viviendas de más de tres kilómetros que bordeaba cinco barrios. Hoy, al igual que esos barrios, ese eje se han arrabalizado, despoblado y deterioro social, identitaria y físicamente.

Organismos internacionales están haciendo una importante inversión para revitalizar la zona colonial, pero ni ellos ni nuestras autoridades invierten en planes de regeneración de los barrios pobres de esta ciudad. La pregunta es: ¿cuáles son los costes económicos, ambientales, de salud, social y políticos del deterioro de esas zonas?, ¿cuánto le cuesta al país, no sólo a la ciudad, que sus autoridades municipales y nacionales hayan abandonado esas áreas? Los costes de no pensar la ciudad los paga el pueblo simple. Los también abandonados, los eternos abandonados.  No tenemos datos sobre cuánto nos cuesta una administración de lo local sin ideas, programas, proyectos y voluntad de poner el tema del urbanismo en la agenda de nuestras autoridades.

Sin embargo, varios países sí que se comienzan a cuantificar los costes que para la economía tiene la pésima gestión municipal y nacional del urbanismo. Por ejemplo, según la Alianza Europea de Salud Pública, el transporte es una fuente importante de contaminación del aire urbano que tiene un coste para la UE de 1.276 euros/personade anuales en salud. Eso es con un parque vehicular público y privado sujetos a rigurosas normas de calidad para permitirles su circulación, imagínese los costes que tendría el nuestro, no sujeto a las normas que garanticen mínimamente la calidad del servicio. Tampoco sin la aplicación de normas regulatorias de la contaminación acústica y visual y un crecimiento urbano sin freno que encarece todos los servicios municipales.

La accesibilidad a los diferentes lugares de una ciudad tiene un costo importante, por eso la gente busca llegar en poco tiempo a los lugares hacia dónde va y desde donde parte, acortando las distancias mediante el acortamiento del tiempo para recorrerla, que es una de las componentes básica de calidad de vida. Pero, lograr eso requiere un urbanismo que ponga la gente en primer lugar, frenando la voracidad del sector inmobiliario en su irrefrenable apropiación privada de la plusvalía que socialmente genera la ciudad, con nefastas consecuencias para su tejido social. A modo de ejemplo, ¿cómo se permitió que se construyeran los barrios periféricos del Gran Santo Domingo sin vías de acceso expeditas que impidiese los interminables tapones para salir, pasar o entrar por esas zonas?

A menor escala, es lo que se está produciendo en otras ciudades del país sin que definitivamente tengamos la suficiente conciencia de esos problemas y de los costes de una gestión de lo urbano que no pone la gente al centro de la gestión municipal. La cuestión urbana y de la ciudad no solamente debe ocupar un lugar privilegiado en las agendas de las autoridades municipales sino del gobierno central, de los partidos progres, de los centros de educación superior y en las asociaciones de vecinos en sus comunidades. De lo contrario seguiremos creando y gestionando ciudades sin planes, fragmentadas social y espacialmente, ambientalmente insostenibles, caras para quienes la habitan y para dotarla de servicios, presas de la violencia y la desigualdad.