Porque: “El que habla siembra. El que escucha, recoge”
No es lo que te ocurre, sino, como reaccionas, es lo que importa. Epícteto.
Me parece que tengo en algún lugar del corazón algo como un hueco o estructura muscular que interpreta a cabalidad todo lo que los ojos ven y todo aquello que el cerebro percibe, pero que no lo siente, sino que se los envía al corazón para que sea él quien lo procese. Este tipo de enfermedad no ha podido ser detectada por ningún aparato especializado, pero sé que es padecida por millones de personas en este mundo.
Es dentro de ese grupo, que al parecer pertenezco, deseando en el fondo no sufrir por acciones perversas que a diario vemos. La desnaturalización del concepto de ser madre ha sido algo alarmante, principalmente en dos sectores que parecen distintos, pero que tienen muchas similitudes; nos referimos en primer lugar a las pobres madres de familia y más a aquellas que paren irresponsablemente cual si fuesen curios y tratan a los hijos peor que un perro callejero, donde las pescozadas y zarandeos por cualquier cosa que haga el niño son las costumbres y, después, se quejan por la conducta agresiva del mismo cuando crece.
En segundo lugar, nos encontramos con una especie, donde al parecer, prima en su accionar, de manera protagónica, todo lo referente a lo plástico y lo mercurial. Nos referimos sobre todo a aquellas que, al igual que los narcos, cuyo proceso de desarrollo consiste en primero ser narco, después obtener el poder para comprar todo tipo de autoridad y por último, alcanzar el poder político en busca de nombradía, blindaje e impunidad, estas, iniciaron con la obtención de un o par de perritos -mientras más pequeños mejor-, luego conseguir un apartamento aun y sea sin amueblar y, por último, tener un carajito que sirva como pretexto para que un patrocinador los mantenga a ambos mientras ellas continúan con su carrera, la cual ha recibido diferentes nombres según la época, iniciando por prostituta, cuero, azafata -en algunos lugares de Europa-, mega divas, damas de compañía o madres solteras -estas últimas con sus claras y manifiestas honrosas excepciones y que no necesariamente pertenecen al conglomerado antes dicho- , todo esto, mientras el carajito se desarrolla por su cuenta.
Cuál de las dos es peor, esto es difícil de concluir, debido a que en este fenómeno de irresponsabilidad materna entran en juego muchos juicios de valores, donde la pobreza, la falta de educación y la degradación de la sociedad, todos en conjunto, se disputan la principalía, en tanto se desarrolla ese ser, sin importar el sexo y cuyo resultado lo estamos viviendo a diario, desgraciadamente, no solo en este país, pero es este el que nos debe de importar y ponerle coto a las circunstancias que están produciendo una calidad de ciudadano o ciudadana carente de valores morales y éticos que son reproducidos en las redes sociales, por engendros formados precisamente en este estercolero de sociedad, donde tal parece, que la golosina de modernidad y progreso que nos han prometido las clases dominantes, se ha perdido en el camino.
Para completar este siniestro cuadro situacional, que día a día nos degrada como ciudadanos y como país, solo faltaría que esa clase dominante se dedicara a lanzar dardos a voleo a ver a dónde se irían quizás a compartir sus tardes de té y hasta den sus jugaditas de polo para luego ir a cenar vestidos de etiqueta a uno de sus exclusivos restaurantes, todo con el propósito de siquiera mirar o sentir la lúgubre situación que como manto maldito está cubriendo, no ya solo los míseros barrios, sino, hasta las más altas cumbres sociales que a ellos los está rodeando.
Autoridad no partidaria es lo que nos falta para hacer cumplir las leyes que establecen el buen comportamiento en sociedad: Autoridad moral para aplicar las leyes a todos por igual, sin importar si son pobres padres de familia o sabandijas enquistadas en los poderes del Estado. Si, con solo eso, tanto las unas como las otras, haciendo llover autoridad en los lugares que se han convertido en lupanares a la vista de todos, me parece, que sería un buen camino para emprender. ¡Sí señor!