No se ha valorado en su justa medida el rol histórico principalísimo de José Francisco Peña Gómez en la transición a la democracia en la República Dominicana. El desplegar su accionar político en medio de la plena y dominante vigencia de los dos grandes lideres políticos de la segunda mitad del siglo XX, Joaquín Balaguer y Juan Bosch, a los que se contrapuso, así como las acérrimas oposiciones que suscitó por obra y gracia de su -para algunos sectores del poder- perturbador liderazgo entre las masas más empobrecidas de nuestra sociedad, urticante oratoria y políticamente incorrecto origen racial-nacional, han contribuido a este ninguneo de la verdadera dimensión de su extraordinario liderazgo.
Uno de los grandes aportes de Peña Gómez a la transición democrática lo fue su firme convencimiento de que el régimen autoritario de Balaguer solo podía ser vencido a través de la vía electoral, contrariando así al líder de su partido -Bosch- que, tachando el sistema electoral de “matadero electoral”, condujo al Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y a la mayoría de la oposición a la abstención en 1970, a la división del PRD en 1973 y a una nueva abstención de toda la oposición en 1974.
Su firme convicción acerca de la procedencia de la vía electoral para sepultar el autoritarismo lo llevó a entender que la única vía para que la oposición democrática desalojase a Balaguer del poder era a través de un frente opositor popular que, bajo el apoyo de los “liberales de Washington”, coaligara a las fuerzas políticas centristas, de izquierda -las famosas “garrapatas” abominadas por Bosch- y de derecha, unidas en un objetivo electoral común a fuerzas tan disímiles como la izquierda radical del Movimiento Popular Dominicano y la derecha extrema del Partido Quisqueyano Demócrata de Wessin y Wessin, frente que cuajó en 1974 y resultó victorioso en 1978. Si no hubiese sido por Bosch, la estrategia de Peña Gómez hubiera podido propiciar una alianza del PRD y otras fuerzas opositoras con el disidente balaguerista Augusto Lora en 1970, que nos hubiese economizado 8 años más de sangrienta “dictablanda” reformista.
Peña Gómez pudo mantener al PRD alejado de los cantos de sirena marxista-leninista de la “dictadura con respaldo popular” de Bosch, lo vinculó a la socialdemocracia de la Internacional Socialista y, lo que es más importante, fue precursor de las primeras primarias internas (de delegados, con la fórmula de los 13 y luego con votación universal), logrando así que el PRD sea el único partido democrático en la historia dominicana que ha llevado al poder a tres presidentes (Guzmán, Jorge Blanco e Hipólito Mejía), incluso con constituciones -hasta 1994- que permitían la reelección consecutiva e indefinida.
Peña Gómez, nuestro verdadero “padre de la democracia”, ido a destiempo, fue un líder inmune a la seducción del “fantasma de Trujillo”, que él decía habitaba en el Palacio Nacional, que supo ver más allá de la curva y fue consciente de la importancia de promover nuevos liderazgos. Su ejemplo paradigmático debe servir de fuente permanente de inspiración a aquellos dirigentes y militantes políticos que, en todos los partidos, impulsan la renovación del liderazgo político, la consolidación de la democracia y las libertades, la alternabilidad en el poder y el destierro definitivo del caudillismo, el mesianismo y el cesarismo.