El mundo está revuelto. Los conflictos no cesan; el negocio de las armas no tiene tregua. La violencia política, religiosa y económica no conoce la pausa, mucho menos el descanso. Estamos ante un mundo que se complace en los problemas, los incuba y extiende por fronteras locales y globales. Es un mundo dominado por la hegemonía de potencias que tienen como principios incitar y sostener las contiendas bélicas. Buscan el aumento de su poder económico, geopolítico y cultural. Es difícil liberarse de estas fuerzas transnacionales que manipulan y coartan la libertad y la soberanía de la mayoría de las naciones. Provocan y azuzan los conflictos. Padecen la neurosis de la guerra.
La guerra entre Israel y Palestina no es una conflagración coyuntural. Tiene raíces religiosas, geopolíticas, culturales y económicas. Son dos países enemigos desde que Israel es constituido por el poder de Estados Unidos como nación soberana. La reconstrucción de esta relación rota pasa por el reconocimiento y el respeto de derechos. De igual manera, pasa por el reconocimiento de que son humanos, por lo cual es inadmisible el comportamiento salvaje que exhiben ambos pueblos. Aunque el gobierno de Palestina afirma que Hamás, organización terrorista, no lo representa, le sirve a su causa. De otra parte, Israel ejerce un terrorismo de Estado, permanente e implacable.
Las opiniones sobre la naturaleza de este nuevo conflicto en la Franja de Gaza son dispares en diferentes regiones y sociedades. Unos, a favor de Israel; otros, a favor de Palestina. Ambos pueblos concentran la atención del mundo por la longevidad del conflicto y por la fiereza con que se enfrentan. La condena de ambos actos terroristas debería provocar el rechazo de las principales potencias. Por el contrario, le hacen honor al oportunismo; y ponen sus culturas guerreras y de ambición económica al servicio de posturas más antagónicas. Por ello no extrañan los portaviones de Estados Unidos y las ofertas de Reino Unido en el entorno de Israel; tampoco el apoyo de Irán, Siria y el Líbano a Palestina.
La paz no es gratuita; supone esfuerzos continuos de las partes enfrentadas. Pero, no solo es importante el esfuerzo de los contendientes directos; es necesario que los demás actores y sectores desplieguen las mejores estrategias para desactivar las guerras. El mundo ha experimentado múltiples avances, pero no ha sido capaz de inventar mecanismos eficaces para la reconstrucción pronta de la paz. Necesitamos paz personal, social y global, para fortalecer nuestra condición humana; para posibilitar un desarrollo integral en la esfera mundial. Sin paz, nos acercamos vertiginosamente a la deshumanización. Tendremos un mundo gobernado por la irracionalidad.
Entre los humanos siempre habrá diferencias. Construir desde las diferencias es una utopía posible, pero difícil. Esta utopía requiere relaciones y pensamiento nuevos. Pero la celeridad de la información, del conocimiento y del desarrollo de las ciencias, nos mantiene en un sistema que valora más la robustez de la razón y no le importa la debilidad del lado humano de las personas. ¿A dónde va la razón, con un sentido humano yerto? Es la hora de reivindicar desde la vida cotidiana y desde la Academia, el valor, el sentido de la condición humana. ¿Para qué, tantos avances, si las personas no tienen ni la fuerza del cero en este mundo hiperdesarrollado? La respuesta es clara: ¡Para nada!
La paz, ante todo. Este es el foco. No se puede perder tiempo. Cada minuto que se malgasta en la búsqueda de la paz tiene un costo alto para las personas, para los pueblos y para el mundo. Para encontrarle sentido a la paz, hemos de aprender a construirla dentro de nosotros mismos. Pero, la paz es, también, una construcción social. Por ello todos hemos de trabajar para crear un tejido social y mundial profundamente humano. El valor de la paz no se adquiere solo por fuerzas externas; es necesario que aportemos desde la propia experiencia personal-social. La conjunción de fuerzas en pos de la paz ha de triunfar. No es posible dejarse vencer por los que disfrutan la opresión y el abuso de poder.