“… la no violencia se convierte en una cuestión ética dentro del campo de fuerza de la violencia en sí misma. Tal vez se pueda describir mejor la no violencia como una práctica de resistencia que resulta posible, si no imperativa, precisamente en el momento en el que ejercer violencia paree más justificado y obvio…”. (Judith Butler: La fuerza de la no violencia).

Tenemos en nuestro cuerpo social lo que denominaríamos una violencia estructural o sistémica que se anida en el campo de la estructura económica y en las relaciones de poder. Toda sociedad es un sistema, lo que implica, inexorablemente, que estamos ceñidos a determinadas pautas de conducta que se derivan, devienen como consecuencia de las instituciones que las bosquejan. Las normas sociales vienen a ser el cuerpo doctrinario de acatamiento de la acción social de cada uno de nosotros.

Sin embargo, esas acciones sociales no entran en el vacío, están determinadas, imbricadas por la existencia de una estructura económica y social que la define como tal. La delincuencia es la manifestación más ostensible de la desviación social, entraña en sí misma, como germen de la destrucción, del delito punible, como consecuencia de sus formas descollantes. De ahí que la delincuencia, y con ello la criminalidad, no opera en gran medida al azar, arbitrariamente, sino como eje instrumental de una estructura social, de una cultura que tiene como epicentro un poder determinado.

El conflicto social que opera de manera sistémica y permanente, dado que en la sociedad dominicana no ha sido satisfecho estructuralmente, descasan ahí en lo que denominamos la profunda deuda social acumulada. Existe una ecología social que se expresa en una geografía del crimen que cimenta determinados patrones de la delincuencia, que nos dicen palmaria y objetivamente las características de estos, con sus motivaciones y los momentos de crisis y los efectos de los alcances.

Es así como deberemos, posteriormente, adentrarnos, no solamente en los patrones de la delincuencia y la conducta desviada, sino, al mismo tiempo, hurgar en las entrañas de los delitos de cuello blanco, empresariales y del Estado. En esa tesitura sería interesante abordar toda la problemática de los delitos de género y en poca medida, de odio. Judith Butler en su libro La fuerza de la no violencia nos dice “La no violencia es menos una falta de acción que una afirmación física de las reivindicaciones de la vida, una afirmación viva, una reclamación que se hace con la palabra, los gestos y la acción, mediante redes, acampadas y asambleas con el fin de redefinir a las personas como dignas de valor, como potencialmente dignas de ser lloradas precisamente en las condiciones en las cuales se las borra para que se las vea o se las abandona a formas irreversibles de precariedad”.

Llegar a problematizar toda la dinámica de la delincuencia para construir y diseñar hasta cierto límite los patrones de la delincuencia es un tanto difícil cuasi en todo el mundo, dado el subregistro de informaciones y la encerrona de la confianza, gran parte de la ciudadanía no acude a los órganos de control coercitivo del Estado a denunciar determinada violencia producto de la delincuencia. Por ello, una taxonomía del delito sería como un pincel con ciertas líneas que nos bosquejan en perspectiva e imaginación el cuadro completo.

Entre los patrones de delitos o de delincuencia más socorridos tenemos:

  • Robo de vehículos,
  • Robo de motores.
  • Atracos, asaltos.
  • Robo en casa o propiedades.
  • Robo en el hogar, personas cercanas.
  • Falsificación de alcohol.
  • Falsificación de medicina.
  • Falsificación de cigarros y tabacos.
  • Robo de energía eléctrica.
  • Robo de neumáticos.
  • Robo de tanques de gas.
  • Narcotráfico y el microtráfico.
  • Delincuencia empresarial (40% de evasión del ITBIS, 60% de Impuesto sobre la Renta, subregistro en el pago de nómina en la Tesorería de la Seguridad Social, contaminación ilegal, etiquetados engañosos, reglamentaciones sanitarias y de seguridad).
  • Proxenetismo y trata de personas.
  • Delincuencia política (corrupción administrativa).
  • Ciberdelincuencia o ciberdelitos.
  • Delincuencia sexual, delitos sexuales (violencia doméstica, el acoso y la agresión sexual).

Hay múltiples razones por las que no se denuncian esos delitos que van en una amplia variedad desde: falta de confianza, miedo o temor, dificultad para denunciar o burocracia excesiva y el tiempo que involucra la denuncia o el seguimiento. En nuestra sociedad, entre los delitos ocurridos y registrados en las instancias estatales, existe una gran brecha, un enorme subregistro, todo lo cual impide formular políticas públicas objetivas y profundamente proactivas que operen con un grado de validez y confiabilidad para el desarrollo de una mejor pertinencia.

La cifra oculta de la delincuencia a menudo es más alta que las infracciones producidas y denunciadas. Las cifras denunciadas, en cierta medida, constituyen solo la punta del iceberg de los delitos registrados. Se requieren estudios desde la Procuraduría General, del Ministerio de Interior, de la Policía, desde las universidades, desde entidades de la sociedad civil cada 3 a 6 meses sobre LA VICTIMIZACION. Los estudios de victimización son encuestas sobre los delitos que han sufrido. Es una forma de mitigar y neutralizar el subregistro que causan las faltas de denuncias. Tienen un alcance de credibilidad puesto que los sujetos involucrados están en el anonimato y en consecuencia, señalan el drama que han vivido. No temen decir la verdad.

En nuestra sociedad no conocemos los estudios de AUTODENUNCIA que son “aquellos en los que se pide a la gente que reconozca anónimamente si alguna vez ha cometido un delito. Pretende descubrir el alcance de las infracciones, el comportamiento antisocial y el consumo de drogas”. Las estadísticas de Interior y Policía, de la Policía, de la Procuraduría, las encuestas de victimización y la autodenuncia no se excluyen, sino que simultáneamente nucleadas nos dan una visión más acabada de la complejidad, de la delincuencia y de la conducta desviada.

Es pertinente subrayar que no toda conducta desviada conlleva necesariamente delito o delincuencia. La conducta desviada son aquellas acciones que no responden a las normas sociales establecidas por un grupo social determinado o por una sociedad. En nuestra sociedad es muy significativa por su grado de sistematicidad con que ocurre. En medio de la gran degradación social, cuasi la conducta desviada negativa se ondea como normal. La subcultura de la desviación opera con mayor calado que un comportamiento social esperado.

Estudiar las pautas delictivas, su evolución, el cambio de la dinámica de los delincuentes en los territorios, los grupos más agravados por la delincuencia, tiene que ser un punto nodal para la compresión cabal de este fenómeno social que marca, en gran medida el comportamiento social de la sociedad toda. En el caso de nuestro país, con respecto a los atracos, asaltos y robos, las mujeres constituyen el blanco de público más apetecido por los delincuentes: 86/100. El 95% de los delitos y actos delincuenciales son producidos por hombres, a pesar de que hay más mujeres que hombres y más varones trabajando. De cada 100 atracos, asaltos, el 96% lo cometen jóvenes entre 17 a 28 años.

En nuestra sociedad en los años 80, 90 y hasta el 2003, gran parte de los delitos, de la delincuencia, se producía en los sectores más pobres y vulnerables, del mismo mundo social de los delincuentes. El panorama de mudanza social cambió. Los delincuentes hoy se mueven en toda la franja social de los territorios públicos, aunque los índices de criminalidad siguen siendo más altos en los sectores donde se sufre mayores privaciones materiales de existencia. Los patrones de delincuencia acusan en nuestra sociedad un cargo muy elevado a la distancia entre libertad e igualdad.

30-32 % de los jóvenes no trabajan, duplican la tasa de desempleo ampliado; 22 % de los jóvenes son NI – NI. De cada 100 jóvenes pobres solo 28 termina el bachillerato. 22% de las mujeres embarazadas son niñas y adolescentes. Cuando auscultamos el telón de esas cifras nos encontramos la pobreza y la desigualdad como causas, primera y última, de los factores de la delincuencia y la violencia. Tenemos una tasa de presos por cada 100,000 habitantes de 261.

Ello hace que el síndrome de la desesperanza se apodere de una gran parte de esos ciudadanos, con las frustraciones a cuesta por el peso trepidante de la exclusión y la marginalidad. El alcance institucional, la fuerte anomia institucional, la debilidad pasmosa que nos cubría hacía que el peso de la justicia no llegara al delito de cuello banco, delito empresarial y delito de la delincuencia política (de Estado). Somos todavía una sociedad muy tolerante con la conducta desviada. El relativismo y el tratar de “igualarnos” a todos se instaló como cultura dañando y desflecando el tejido social, allí donde el individualismo alcanzó su mayor exacerbación y lo colectivo, como antorcha de lucha, se eclipsó.

¡Ese desorden social encuentra nuevos cauces en la sociedad, que no es otro que nuevos procesos sociales acantilados en nuevas aguas fluviales de torbellinos oxigenados de esperanza renovadas!