Por cincuenta pesos compré un rostro
tallado en piedra, quizá antiguo
de la época en que Monte Albán
fue la tierra sagrada de una civilización
Zapoteca que nos ha dado estas piedras,
señales, rompecabezas, caras
para interrogar ¿De dónde es, Señor,
vendedor de rocas desveladas
en tu campo, hechas en las tardes
de espera para el cultivo, dedicadas
al mantenimiento de un patrimonio,
vislumbrado en estos cerros,
en el museo arqueológico, en las llamas
de un sueño hambriento que decía
que hay mucha tierra todavía
en espera de un arqueólogo, un turista
con una pala y otro con plata.