En mi artículo de la semana pasada, me referí al acto de hablar con franqueza aún a costa de las peligrosas consecuencias de hacerlo, acción que los antiguos griegos denominaban parresía (παρρησία), y que Michel Foucault retoma en sus conferencias y seminarios sobre la temática. (https://acento.com.do/opinion/democracia-parresia-y-posverdad-9361229.html).

Usualmente, abordamos la parresía en términos individuales, como el compromiso de una persona con la verdad y que, al hacerlo, desafía al poder. Pero la filósofa Judith Butler tiene una mirada distinta sobre el problema al reflexionar sobre el concepto desde la perspectiva de un compromiso comunitario (Sin miedo: formas de resistencia a la violencia de hoy). En este sentido, la pregunta fundamental consiste en si la parresía es necesariamente un acto comunicativo individual, o, por el contrario, también puede articularse de modo colectivo, en un movimiento social.

Butler piensa el problema a partir de la situación de los migrantes que producen resistencia en los lugares donde son excluidos y maltratados. Yo lo hago extensivo, por ejemplo, a las mujeres dominicanas que resisten desde un movimiento organizado ante el abuso de poder y la legalización sistemática de la violación de sus derechos.

¿Hasta qué punto podemos hablar, como Butler, de una voz plural a través de la cual pueda hacerse una resistencia que confronte las distintas manifestaciones violentas del poder? ¿Podemos hablar aquí de las mismas implicaciones derivadas de Foucault cuando pensaba en el filósofo que confrontaba de manera individual a un tirano?

Tal vez, no resulte adecuado pensar el conflicto en este sentido individual, sino en términos estructurales, donde los agentes con los que estamos llamados a dialogar no son precisamente los principales interlocutores, sino simplemente los emisarios inconscientes de una tradición opresiva y con los que se enfrenta -para emplear la metáfora de Thomas Kuhn- un problema de inconmensurabilidad de mundos. Si es así, ¿tiene sentido continuar el diálogo con estos agentes? De ser afirmativa la respuesta, ¿cómo llevar a cabo este diálogo en un clima de inconmensurabilidad?

La perspectiva de Foucault implica una cierta actitud heroica ante la vida. Por el contrario, la mirada de Butler trasciende el problema de la ética de la virtud y se sitúa en una mirada más afín con la ética del cuidado. No hablamos desde la Verdad y desde la atalaya de la elección moral personal que desafía al poder con valentía, sino desde la solidaridad que confronta el abuso, en una red de apoyo que nos permite lidiar con la inseguridad y el miedo.