En un reciente artículo de divulgación, publicado en el boletín informativo Ethic, uno de sus colaboradores, Iñaki Domínguez, aborda el concepto griego de parresía (παρρησία). El término alude a decir la verdad con franqueza aun arriesgando la vida personal de quien habla con semejante libertad (https://ethic.es/2024/06/la-parresia-griega-el-arte-de-decir-la-verdad-con-franqueza/).
La parresía está asociada a la democracia ateniense antigua. Su uso se remonta a Eurípides, en el siglo V antes de la era cristiana, conllevando el deber de hacer un uso valiente de la palabra en el espacio público sin el temor a ofender o a desafiar los poderes establecidos. (https://web.archive.org/web/20080509135742/http://www.foucault.info/$/parrhesia/).
Este espacio de libertad se restringía a las asambleas ciudadanas, los tribunales y otros espacios relacionados con el ejercicio político; ejercer la parresía en otros ámbitos podía llevar a la condena de “asebeia” (ἀσέβεια), un vocablo griego para referirse al sacrilegio o la profanación de lo sagrado, que hemos traducido tradicionalmente al castellano como impiedad.
El filósofo Michel Foucault retoma el concepto de parresía en oposición a la adulación. El parresiasta es constante y ha elegido un estilo de vida con el que se compromete. Se diferencia así del adulador, inconstante e irresponsable. “El adulador no tiene nada de fijo y sólido, no tiene nada como propio, no ama, no odia, no goza, ni se lamenta nunca oikeiô pathei [según sentimiento propio]”. (https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2015-04-06/michel-foucault-la-parresia_751634/).
En síntesis, la parresía se expresa en el acto de un discurso comprometido con una forma de vida, su προαίρεσις (prohairesis) o elección moral.
Foucault considera que en el desarrollo de la democracia ateniense se ha producido una crisis de la parresía y sospecha de su proliferación en una sociedad democrática. Piensa que, en las democracias actuales, la libertad de expresión -entendida como el acto de decir lo que a uno le place- reemplaza la acción de decir aquello con lo que uno se compromete.
Si es así, el espacio público pasa de ser un escenario de exposición de ideas que pueden generar disgusto, a convertirse en un entorno de gratificación donde solo se escucha lo que se adecua a las afectividades. Se clausuran las argumentaciones y se reemplazan por clichés. El foro público se desfigura como ambiente de contradicción dialéctica y se configura como espacio de reconfirmación sensorial.
Pasamos de la democracia como territorio de la parresía a la democracia como escenario de la posverdad.