Largo parece ser el proceso de desilusión y asombro ante los caminos que transita el mundo de la praxis política; no solo la ejercida por profesionales del deterioro, eufemísticamente llamados políticos, sino también por palafrenes del establo mediático de las redes. Soy de la minoría que todavía se asombra, pero parece que llegará el momento en que caeremos vencidos por la saturación afrentosa.
Es asombro lo primero que me produce ver aun youtuber insultante como “visitante” del ministerio de Interior y Policía, con el agravante de que, casi coincidente con su reunión de alto nivel, el sujeto de marras se disparaba con su ya conocido déficit de control de impulso para insultar a una maestra universitaria de química y activista social, lo que rápidamente es subido a las redes estimulando el morbo y la pornográfica búsqueda de los consabidos viús.
Conozco la reciedumbre moral de la licenciada Faride Raful, pues tengo el privilegio de la amistad de sus padres y sé que viene de una estirpe incuestionable de nobleza, educación y moral sin fisuras. La figura de Tony Raful nos enseña de modo ejemplar que se puede ser político íntegro. Venir del regazo de doña Grey es garantía de formación de hogar y altísimos quilates de decencia.
Me duele verla en una foto con un repartidor de coprolalia.
La repetición incontrolable de obscenidades (coprolalia), puesta en boga primero en la radio por un ya desaparecido “comunicador” –quien alcanzó con ello el grado de “don” y el título de enciclopedia –es síntoma de un trastorno llamado síndrome de Tourette, pero parece inaplicable en estos casos de vociferantes de las redes a quienes no se les puede considerar sino como inciviles de lenguaje oprobioso con un micrófono abierto, retrógrados enemigos del decoro.
Es escandaloso que la esfera de lo privado se convierta en publicidad, striptease de la descomposición oprobiosa de la vida social, y una derivación de ello lo constituye la espiral de violencia y la normalización de lo inmoral.
En la degradación política con matices criollos, hemos asistido al asalto de los más sagrados escenarios del estado solo por conseguir lo que conviene, por alcanzar bonos cuantitativos siempre en detrimento de los valores cualitativos, lo que ha llenado de sujetos de toda laya a las curules otrora excelsas. Siempre recuerdo a un camionero-pistolero que estuvo a punto de ser senador de la República, de no haber sido por el aciago desenlace de sus bajas consumaciones.
En la búsqueda de popularidad los profesionales de la “política” han desbordado los límites de la sensatez, los cargos se entregan para silenciar voces, para apaciguar licenciosos, llegando a ocupar gerencias de la cultura buitres de baja estofa que han asaltado espacios donde no solo se espera experticia sino principios. Ejemplos estos que estimulan a los jóvenes al tentadero escabroso de la inmoralidad.
Agregarle a la ya deteriorada educación en valores la normalización de la impudicia y el indecoro, nos conduce a un mayor deterioro de la formación, como es ya evidente en los centros de enseñanza; además de promover la delincuencia contribuye al sexo temprano y su consecuencia: el embarazo en menores. Pero, insistimos en la mentira de la falsa moral que se instala como arenga pero se evapora luego de las campañas proselitistas sin importar colores o consignas.
Los clásicos de la psicología de la conducta descubrieron el aprendizaje vicario, según el cual un niño puede aprender nuevas conductas emulando la que recibe por los medios. De ser cierta esta afirmación, estamos entrenando a nuestros hijos con la incontrolable infestación de inconductas en plataformas y redes, lo que ha logrado la obsolescencia de la Comisión Nacional de Espectáculos Públicos y Radiofonía.
Ministra de Interior y Policía, piénselo dos veces. Arrimar la cartera llamada a establecer políticas de seguridad ciudadana al deterioro de la comunicación social, sería una mala vecindad, un distanciamiento del modelamiento de conducta idónea. El trastorno explosivo intermitente es impredecible; y un rasgo indispensable de cualquier asesor deberá ser la tolerancia al stress. Quien sea que le esté sugiriendo otra línea está equivocado.
Es escandaloso que la esfera de lo privado se convierta en publicidad, striptease de la descomposición oprobiosa de la vida social, y una derivación de ello lo constituye la espiral de violencia y la normalización de lo inmoral.
Dondequiera que usted esté habrá de servir al estado con la misma decencia que es heredad y bastión de la familia que usted representa. Nada debe obnubilarla. Empero, aceptar malas compañías aumenta su número, y un día podemos despertar con la casa llena de malandrines.