Estamos en noviembre, y este año conmemoramos el 62 aniversario del vil y cobarde asesinato de las hermanas Mirabal. Sí, y es menester recordarlo, revivirlo, volver sobre el hecho, sus causas y consecuencias, porque la violencia social, clasista, política, económica y machista se ha convertido en algo cotidiano. El abuso, la soberbia y la arrogancia siguen siendo partes intrínsecas de nuestras formas de relacionarnos con los demás, cuando no cumplen con nuestros deseos, designios o caprichos. Y entonces ejercemos la violencia, esa que se ensañó sobre las hermanas que enfrentaban con valentía la férrea tiranía que ya rondaba sus 30 años.
Pero la tragedia del asesinato de las hermanas Mirabal no debe ser solo el dolor de los familiares y descendientes por esa terrible pérdida que aún persiste en los corazones de sus hijos y nietos, incurable de por sí y en sí mismo. No debe ser sólo la frustración de los derrotados en aquellas contiendas de valentía y arrojo en que por diversos medios y en las más variadas formas se enfrentó con denuedo la terrible, oprobiosa y asesina tiranía que no permitía espacio para la libertad, el desarrollo económico y productivo, social y cultural, a menos que fuera en connivencia y en complacencia con las apetencias de poder del tirano y su círculo de empresarios y políticos más cercanos, con los cuales, y entre los cuales, amasaban fortunas y vivían toda clase de excesos a costa del trabajo de los ciudadanos decentes y los recursos de la nación que nos pertenecen a todos.
Y debido a esa represión, a ese control férreo y oprobioso, sí, así es, así ha sido y sigue siendo, fuimos, hemos sido, y seguimos siendo derrotados. En el año de 1960, en el 1961, en el 1962 y en el 1963. También en el 1965, y en el 1966. La pregunta es por qué no se lleva a cabo un análisis frio, objetivo y crítico de las razones sociales, políticas, económicas y culturales que han llevado a esas derrotas. Una puede aventurarse a escudriñar hipótesis, pero ¿qué tan acertadas pudieran ser?. Ciertamente, las fuerzas que combatían han sido muy desiguales. La literatura consultada hace referencia al aparato de control militar que había forjado la ocupación militar de Estados Unidos al país, desde 1916 al 1924, para crear un aparato militar que no ejerciera las funciones de su antecesor, descendiente del glorioso ejército restaurador de Gregorio Luperón, la defensa de los derechos ciudadanos y la soberanía nacional. Más bien este ejército creado en la ocupación militar extranjera, había forjado “una policía cipaya” cuya función era combatir y reprimir a sus connacionales que no estuvieran de acuerdo con la ocupación militar y los que extraían beneficios de ella.
Ese aparato militar sostuvo la represión de la tiranía y era, y sigue siendo, la principal fuerza de represión en contra de la población dominicana que no se ciña a los designios de la descendencia de la tiranía, todavía vigentes. Y en ese aparato represivo y antidemocrático se sostiene y mantiene la vigencia de la violencia que vivimos hasta hoy en día. Creemos que, por el hecho de diferenciarlas, como hace la ciencia para el abordaje del estudio de los diversos problemas y fenómenos sociales y naturales, las diferentes formas de violencia tienen diferentes orígenes. Y no es así. Tienen un solo origen, solamente que sus manifestaciones de acuerdo al entorno social, se muestran de manera diferente. Pero la seguimos produciendo y reproduciendo para luego quejarnos y reclamar acciones y respuestas gubernamentales a la inseguridad ciudadana, por ejemplo, que está muy en boga estos días, con la profusión de atracos y robos por doquier.
La exclusión y la discriminación social de clases también son formas de violencia, son la raíz del problema de la inseguridad ciudadana, pero con poner policías en los barrios la situación no se va a solucionar. Se soluciona, o mejor dicho, se encamina a una resolución, cuando se disminuyan los niveles de arrogancia y soberbia de las clases dominantes sobre su estilo de vida que frente a los ojos de los excluidos es algo menos que una quimera, cuando en realidad ese estilo de vida no es resultado del trabajo esforzado y tesonero, sino de las cadenas de corrupción que, afortunadamente, han sido desveladas en la presentación de los casos de corrupción política del nuevo Ministerio Público que está funcionando en este gobierno.
Otra forma de violencia es la machista, igualmente relacionada con la discriminación y la exclusión. La violencia machista cuenta con diversos elementos, hasta biológicos y fisiológicos, que determinan la forma de relación e interdependencia entre hombres y mujeres, pero que debe tener un dominio en el conocimiento de estos fenómenos naturales para que se manejen de forma adecuadamente consciente y no se conviertan en un problema. De igual forma, la educación familiar y escolar debe abordar la enseñanza en jóvenes de ambos sexos, no de la supremacía social del pene como órgano de ejercicio de poder, sino como forma de respeto y cuidado del entorno social en que se desenvuelve, para que se desarrolle el respeto en la familia, la escuela y la comunidad, y disminuyan los actos de violencia, como el caso de la niña cuyo asesino tiró su cuerpo al mar luego de abusarla con la connivencia de la familia. Si es que no somos cosas, y la conciencia se estremece cuando ocurren estas situaciones. Pero ¿quiénes impiden una educación de calidad en nuestras escuelas? Eso es ya otro tema, pero que da la vuelta y se vuelve a lo mismo, la discriminación y la exclusión.
Ojalá que podamos hacer algo para disminuir los niveles de violencia, de violencia política, sí, la que segó la vida de nuestras Mariposas, es la misma que hoy se enseña sobre tantos hombres y mujeres que desean una vida digna, que trabajan para ello y no lo consiguen, porque la carrera es a la ostentación, al consumismo y al tener mucho a cualquier precio. Mientras sigamos así, seguiremos reproduciendo todo tipo de violencia e inseguridad ciudadana, y no habrá contingente policial que la detenga. Continuaremos, porque esto aún no termina.