La institución escolar, desde sus orígenes, ha experimentado situaciones contradictorias y críticas. Cada una de las circunstancias marcadas por las crisis, ha exigido atención especial. Han demandado decisiones coherentes con la naturaleza de los problemas; y con las necesidades institucionales y del contexto. Las crisis, más que asustar, han de asumirse como espacio-tiempo de aprendizaje y como oportunidad para descubrir nuevas maneras de pensar, de prever y de actuar. Por ello las situaciones de crisis se han de acoger con mentalidad abierta y con alto sentido de equilibrio. Solo así es posible extraer lo que puede marcar la diferencia. De igual forma, solo así se puede asumir una práctica que transforme y reencauce lo que perturba y tensiona.
El lenguaje de la crisis interpela las posturas asustadizas; cuestiona las decisiones ambiguas. Asimismo, aporta claves y criterios para, no solo tomar decisiones, sino también para garantizar que las decisiones incidan efectivamente en el cambio de la situación. La realidad que vive la escuela dominicana en estos momentos invita a tomar en serio las lecciones que aportan las crisis. Es una condición ineludible para contribuir con el desarrollo de un proceso que confirme que otra escuela es posible. Sí. Es necesario trazar de forma compartida una estrategia que le devuelva la vida, la paz y la seguridad a la escuela dominicana.
Es necesaria una voluntad política y social que asuma, sin ambages, la construcción de una cultura escolar en la que se articulen la consistencia profesional y académica con la construcción de conocimiento científico y situado. Ha de ser una cultura en la que la prioridad sean los aprendizajes de los diferentes actores de la comunidad educativa para mayor calidad de vida y compromiso con el bienestar colectivo. Se ha de avanzar hacia una cultura escolar en la que el Ministerio de Educación, en diálogo asiduo con los diferentes sectores y actores de la comunidad educativa y de la sociedad civil, oriente y direccione el trabajo escolar.
No se puede esperar más para que se clarifique y sitúe la función de la Asociación Dominicana de Profesores y de las corrientes partidarias en la vida de la escuela. ¿Por qué se le teme tanto a la ADP? ¿Por qué los partidos políticos hacen y deshacen sin régimen de consecuencias? Se ha de defender y valorar la organización de los maestros, si sus acciones fortalecen la calidad e integridad de la educación y de la escuela. Esto mismo habría que hacer si los partidos políticos actuaran con más responsabilidad.
¿Por qué los partidos políticos, sin excepción, convierten la escuela en espacio para proselitismo y campaña? Urge una cultura escolar que establezca ruptura con esta acción que distorsiona la vida escolar. Se emplean formas sutiles para mantener una permanente acción partidista en las escuelas. Estos mismos partidos mienten cuando expresan que la calidad de la educación es una prioridad. También es necesario un trabajo orientado a reducir o a eliminar las violencias que se gestan y desarrollan en la escuela. Para ello la educación dominicana y la escuela requieren una revisión de su marco axiológico, de la gobernanza y de la eficiencia con que funcionan. Fuera la impunidad en educación y en la escuela. Se ha de avanzar a que, sin miedo alguno, se estimule e impulse un desarrollo holístico de los sujetos y de los procesos.
Con esta misma fuerza, se ha de poner en ejecución un régimen de consecuencias para todo lo que altere los valores y las prácticas esenciales de una educación y una escuela dignas, coherentes y responsables. Tanto la ADP como los compañeros de los partidos políticos tienen confusión sobre el sentido de la educación y de la escuela. La sociedad tiene que clarificarlos y pedirles cuentas sin posturas simuladas. La escuela tiene capacidad para aportar de forma significativa al desarrollo humano, socioeducativo y económico. Otra escuela es posible, si se le pone fin a los intereses individuales y corporativos que erosionan la educación y la escuela.
Se ha de apuntar en una sola dirección: el bien común desde una sociedad, una educación y una escuela honestas, responsables y sin ambigüedades. Trabajar para que otra escuela sea posible es impostergable. Los que creen ello han de comprometerse, ya, para hacerlo realidad. Por el bien humano, social y político-económico del país, apuremos el paso.