Si el primer viaje organizado por la Corona de Castilla y Aragón, bajo el mando de Cristóbal Colón (1492) fue una aventura exploradora que el azar permitió que llegaran a El Caribe, el segundo (1493) fue una empresa conquistadora y colonizadora en toda regla, ya que movilizó poco menos de 2000 personas. Desde el primer viaje la codicia fue el móvil, ya que la principal preocupación era el oro, por el que preguntaban constantemente a los nativos caribeños y al retornar del primero ya Colón llevaba en condición de esclavos a seis tainos, eran unos 10 pero los otros murieron en el camino.

Entre el 1493 y el 1511 en la isla de Haití, bautizada por los castellanos como La Española, la población aborigen fue exterminada con gran celeridad debido a las guerras que iniciaban los europeos contra los aborígenes que se resistían a ser esclavizados, el trabajo brutal a que los sometían para la obtención del oro y la producción de alimentos para los conquistadores, y las enfermedades que trajeron de Europa y para las cuales no tenían los indígenas defensas en sus cuerpos.

El sistema de encomiendas (mediante el cual se les asignaban una cantidad de aborígenes a cada castellano que llegaba a procurar riqueza a la isla) era una forma de esclavitud, ya que el encomendero pasaba a disponer del tiempo laboral y la vida de sus encomendados. La legitimación del sistema provenía de dos bulas papales: la Romanus Pontifex del Papa Nicolás V en 1455 y la Inter Caetera del Papa Alejandro VI en 1493. El baldón moral de la máxima autoridad de la Iglesia por las consecuencias de justificar la conquista, la esclavitud de los indígenas americanos y africanos, y el derecho a hacerles la guerra a quienes se resistieran a ser sojuzgados, duró hasta el año pasado. En marzo del 2023 las Oficinas de Desarrollo y la de Educación del Vaticano repudió formalmente la "doctrina del descubrimiento" de la época colonial, que fue utilizada para justificar las conquistas europeas de África y América con el pretexto de expandir la cristiandad.

Contrario a la lentitud de la Santa Sede, la orden de los Dominicos que había llegado a Santo Domingo en 1509 (no en 1510 como muchos historiadores han afirmado), provenientes del Convento de San Esteban en Salamanca, analizaron el modelo de explotación económica de sus compatriotas en la isla y luego de una reflexión comunitaria sobre la naturaleza pecaminosa de la misma procedieron a elaborar un sermón para el cuarto domingo de adviento, que cayó el 21 de diciembre del 1511, basado en el texto evangélico de San Juan Bautista ego vox clamantis in deserto y le asignaron a Fray Antón de Montesinos su predicación debido -según algunos- a su potente vozarrón.

El sermón fue recogido por Fray Bartolomé de las Casas en su obra Historia de las Indias: Libro lll, Caps. 3-5. De hecho no es uno sino dos los sermones de Montesinos, porque ante el escándalo que creó entre los encomenderos el primero, fueron donde los domínicos y les exigieron retractarse al siguiente domingo, el 28 de diciembre, después de la fiesta de Navidad, pero en lugar de eso -lo señala Bartolomé de las Casas- Montesinos, hablando en nombre de sus hermanos dominicos, enfatizó de manera más radical lo dicho en el primero.

Por el contenido del Sermón de Montesinos de Adviento podemos afirmar que se encuentra la prístina raíz de lo que hoy llamamos los Derechos Humanos. Y es una afirmación tajante sobre la naturaleza humana de los aborígenes americanos, con independencia de su raza, lengua o creencias religiosas. Dice el sermón: “¿Éstos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos?” La apelación de los dominicos hacia la confesión cristiana de los castellanos en Santo Domingo es contundente y claramente se oponía a las bulas papales mencionadas.

Ellos -los dominicos- formulan un intento de explicación sobre esa conducta de sus compatriotas: “¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?” Por lo visto hay una falta en su raciocinio o en su sensibilidad como personas y cristianos, que los llevan a actuar como si vivieran en su sueño. Pero el motivo lo da el mismo sermón: “¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades en que, de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día?” Es la codicia, la búsqueda del oro, el enriquecimiento, lo que llevaba a los encomenderos castellanos a explotar a los tainos hasta el punto de matarlos. De la codicia se pasaba al asesinato.

Si hemos visto que en el sermón se apela a la condición de cristianos de los castellanos que explotaban a los aborígenes, demandando su conversión so pena de que se condenaran en el juicio de Dios (“todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes”), hay un argumento más universal que es precisamente la base del establecimiento de los Derechos Humanos en la actualidad: “¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muerte y estragos nunca oídos, habéis consumido?” Los dominicos de Santo Domingo en 1511 establecían que la explotación, esclavitud y asesinato de otros seres humanos -en este caso los Tainos- no era legal, ni justo, ni respondía a ninguna autoridad que mereciera reconocimiento. La dignidad de todo ser humanos está por encima de leyes, autoridades y modos de producción.