El tema migratorio es el más tratado por doctos y neófitos, se teoriza. Se maldice, se carga de prejuicios, de posiciones ideológicas, tanto objetivas como fundamentalistas, crece la xenofobia y el odio racial de manera inconcebible.
Se clama la cooperación de la comunidad internacional sobre la base de que nuestro país, ciertamente, no puede manejar este problema solo.
Las promesas de apoyo e intervención se multiplican en conmovedores discursos, pero se quedan en el aire, mientras las protestas de nuestras autoridades se convierten en pompas de jabón.
La que históricamente ha sido una de las principales armas de la diplomacia, la hipocresía, se ha convertido en su principal instrumento; se emplea adormidera para callar la inconformidad de los pueblos.
Lo grave es que cuando la comunidad internacional, cohesionada por la diplomacia, ha intervenido ha sido para agravar el problema y enriquecer a buitres de nacionalidad variopinta.
Hay que salir de ese círculo vicioso e ineficaz. Busquemos la forma de movilizar los pueblos a través de las organizaciones de la sociedad civil con presencia internacional y pongamos en evidencia la incapacidad y doble moral de sus gobiernos para enfrentar un problema humano que nos atañe a todos.
La solución parecería fácil si pudiéramos mover la isla y acercarla al continente, aunque surgiría otro problema, y es que Haití se quedaría prácticamente sin habitantes, y nuestro país mucho más deshabitado y pobre, dado los niveles de desigualdad que nos aquejan, multiplicarían las ansias migratorias. En consecuencia, la mano de obra para mantener en marcha nuestra economía mermaría considerablemente. Así que ni la más insólita de las fantasías ofrecería la posibilidad de resolver el problema.
Pero la irresponsabilidad no es solo internacional sino también local.
¿Qué hemos hecho para frenar la corrupción en la frontera y enfrentar las bandas de traficantes dirigidas por militares, ex militares, comerciantes y buscones que operan con impunidad desde hace decenios, apoyados por funcionarios que se hacen de la vista gorda y obtienen una tajada del pastel, así como de nichos de la población que se benefician del movimiento económico que produce esta actividad ilegal?
Pero si en lo anterior hemos hecho poco, NADA se ha hecho por organizar el mercado de trabajo, principal responsable a nivel mundial de la incapacidad de los gobiernos de controlar los inevitables flujos migratorios de manera justa y legal.
Esa es una tarea que se debe emprender YA.
Crear y aplicar con firmeza normas que dificulten la contratación de ilegales. Aplicar con rigor la regla de trabajo igual, salario y beneficios iguales.
Todo lo anterior, entre otras cosas que sería prolijo enumerar, requieren de nuestros dirigentes, voluntad política, coraje y capacidad de empoderar de manera positiva a una población que exige cambios y que cada día ve decrecer sus expectativas de lograrlo.
Es un proceso que requiere educar, elevar la conciencia ciudadana y la confianza en las autoridades.
Basta de plañir, halarse los pelos y fomentar el odio. Nuestro enemigo es el hambre y la incapacidad de enfrentar mediante acciones constructivas un flujo migratorio desordenado y establecer un régimen de consecuencias para aquellos que se alimentan de ese caos y fomentan la ilegalidad.