No tiene buena tierra para sembrar, ni agua, ni bosques. No tiene salud ni educación. No tiene nada. Los más de doce millones de pobres que lo habitan no tienen ni esperanzas. En fin, sin leyes, sin autoridad, sin instituciones que representen una voluntad nacional, ese país no existe. Para que renazca como nación necesita voces que levanten puños, un sistema político que se sustente en ideas y un gobierno que se imponga al caos… (Ojalá que eso le toque a Jean Bertrand Aristide, al que mejor conocemos, el que mejor nos conoce y, por tanto, con quien mejor podríamos colaborar para el bien de Haití y nuestro propio bien).