El pasado día 29 de julio del año en curso, en la localidad costera de Southport, al norte de Inglaterra, un individuo armado de un cuchillo ingresó a una escuela de baile apuñalando a varios jovencitos e hiriendo a dos adultos. Tres niñas perecieron en este incidente.
El homicida, un joven de 17 años, Axel Rudakubana, había nacido en Gardiff, Gales. Sus progenitores, oriundos de Ruanda, fueron descritos por sus vecinos como una familia religiosa involucrada en su iglesia local. No obstante su detención, las redes sociales se dieron a la tarea de esparcir la especie de que el atacante era un inmigrante recién llegado a Gran Bretaña en una de las tantas embarcaciones que utilizan los miles de viajeros que desesperadamente cruzan el Canal de la Mancha en busca de asilo.
Y como sucede en estos casos, aun a pesar de las aclaraciones brindadas en torno a la identidad del agresor, un gran estallido de violencia por parte de elementos de la extrema derecha inglesa se ha extendido por todo el país. Violentos enfrentamientos, quema de vehículos, ataques a personas de tez oscura y de aspecto extranjero, disturbios, ataques a las autoridades policiales, vandalismo a negocios, amenazas a mezquitas, incendio de vehículos, en fin, la primera gran crisis del recién instalado Gobierno laborista encabezado por Keir Starmer.
Las pobladas se han extendido por más de una semana a todo lo ancho de Inglaterra. En Rotherham, por ejemplo, a las afueras de Sheffield, los facinerosos rodearon un hotel que alojaba inmigrantes en busca de asilo e intentaron asaltarlo. Por otro lado, en Liverpool llegaron a quemar una biblioteca que había sido inaugurada recientemente y que serviría a los recién llegados como recurso comunitario de referencia para buscar empleos y ayuda local.
El hoy primer ministro británico, Keir Starmer, se pronunció enérgicamente advirtiendo a los dirigentes de las facciones de ultraderecha que el Estado no daría tregua en su búsqueda por llevarlos ante la justicia por los disturbios. Según los expertos, todo un aparataje de expertos proveedores de desinformación ya pululan las redes y como impuso sináptico van transmitiendo escándalos, informaciones arrebatadoras de odio e indignación que generan según estos “un estado permanente de tensión”.
Para la especialista en bulos Renee DiResta, todo un “complejo industrial” de falsedades ya se ha creado en unas redes robustas capaces y que “activan su maquinaria en cuanto ven la oportunidad”. Como bien indicara en su análisis Javier Salas del País, “una ocasión perfecta es el vacío informativo que se produce tras una conmoción como el asesinato de las niñas: mientras las autoridades callan (por protocolo o desconocimiento), los desinformadores llenan ese hueco con especulaciones interesadas o directamente mentiras.”
Muy curioso, es notar el doble rasero existente en las autoridades antimotines quienes están encargadas de contener los enfrentamientos. Estos, durante las manifestaciones fascistas de la ultraderecha han observado una pasividad cuestionable pese a los repetidos ataques en su contra, muy diferente al ensañamiento y vesania con que dichas fuerzas han actuado contra quienes realizan protestas pacíficas denunciando el genocidio perpetrado por Israel en contra del inerme pueblo palestino.
En suma, este espectáculo de odio subyacente que hoy experimenta Inglaterra en sus calles, acompañado de la irrupción de una ultraderecha envalentonada en las ciudades inglesas ya citadas no puede sino leerse como el resultado de un discurso de odios acompañado de conductas deshumanizantes hacia la población inmigrante que los gobiernos conservadores hoy día han utilizado como punta de lanza en sus arengas electoreras y en procura del voto.
De ahí que seamos cautos y tengamos la responsabilidad de reflejarnos en el espejo inglés ante la creciente amenaza de la retórica incendiaria, misma que alimenta la violencia y al desquite de las frustraciones de nuestros pueblos ante la incapacidad de la clase gobernante de efectivamente sortear la crisis por las que atraviesan nuestros países. Por el bien de nuestra institucionalidad, rechacemos la normalización del lenguaje racista, deshumanizador y pongamos límites a la diseminación de bulos, especies y teorías conspiranoicas en nuestras redes, cuya combinación es funesta para nuestras sociedades.