El mundo en que vivimos está asediado por múltiples problemas. Estos no dan tregua; se acerca el fin de uno e inmediatamente aflora el otro. La COVID-19, la guerra Rusia-Ucrania, la amenaza de hambruna; y, ahora, la viruela símica, convierten al globo terráqueo en una realidad más compleja y vulnerable. Está claro que participamos de un contexto mundial cada vez más cambiante e inestable. La seguridad que tanto añoramos se difumina.  Es un desvanecimiento que produce ansiedad y acentúa la incertidumbre. Todavía permanece la lucha contra la COVID-19, especialmente para superar las secuelas que, con modalidades diversas, continúan afectando la salud y la respuesta laboral de las personas. Son incontables los análisis y estudios que ponen de manifiesto el impacto personal y social de la pandemia que no acaba de despedirse. A esta situación hemos de sumarle la declaración de la OMS sobre la viruela símica como emergencia global.

 

El estado de alerta internacional constituye un nuevo ingrediente de inestabilidad en los sujetos y en los contextos locales, regionales y globales. Se está poniendo a prueba la capacidad de resiliencia de las personas y de los pueblos. Es necesario convertir esta nueva problemática en una oportunidad para ponerle atención a los factores socioeducativos, políticos y económicos, que pueden atenuar los nuevos riesgos que afrontarán los ciudadanos, las instituciones y la sociedad en sentido general. Ante la alerta internacional, se impone una mayor capacidad de previsión por parte de los diferentes sectores de la sociedad. En esta dirección, se espera que el gobierno dominicano se organice estratégicamente para enfrentar con eficiencia y celeridad las implicaciones de la viruela señalada.

 

La programación que diseñe el Ministerio de Salud Pública ha de concitar la atención de los demás Ministerios. La articulación de fuerzas es un imperativo en estos momentos. Los Ministerios han de garantizar un trabajo articulado y que priorice la salud de las personas y de la sociedad. Las instituciones de Educación Superior también tienen que aportar de forma significativa en los planes y programas orientados a fortalecer la previsión. De igual modo, en los que se pongan en ejecución. Estas instituciones pueden contribuir con el impulso de una estrategia que favorezca la información y la formación de los estudiantes y de los demás ciudadanos. Es un ejercicio de responsabilidad social que, al mismo tiempo, fortalece la articulación sociedad-academia. La desorientación y la indisciplina ciudadana son factores que se han de eliminar en esta coyuntura. Por ello es muy importante que los Medios de Comunicación se involucren integralmente a esta causa. Su función es la de ofrecer información real y de calidad. La función educativa de estos medios ha de notarse con mayor relevancia. No basta con reproducir las informaciones; es necesario un compromiso con la educación de la ciudadanía. El impacto de los medios de comunicación y de las redes sociales en la mentalidad y en la práctica de los ciudadanos es alto. Si estos medios le confieren un poco más de valor a la función educativa, posibilitan un desarrollo más calificado para los ciudadanos y la sociedad en general. Los aprendizajes adquiridos con la COVID-19 han de ayudar para que los distintos sectores de la sociedad actúen con mayor responsabilidad. Sin crear alarma, ni asustar a personas y a grupos, la previsión y la coordinación de esfuerzos han de ocupar un lugar central.