La celebración de los 100 años de la coronación de La Virgen de la Altagracia produce una emoción incontenible en los católicos de la República Dominicana.  Esta alegría se produce tanto en el ámbito local como entre los que se encuentran en contextos internacionales. Es obvio que la relación entre este sector de la población y Nuestra Señora de la Altagracia tiene un carácter especial. Este modo excepcional de relacionarse queda demostrado por diversas manifestaciones. Una de estas, la variedad y cantidad de peregrinaciones que se producen en el año; los regalos espirituales y en especies que los católicos le presentan; asimismo, las innumerables expresiones que enfatizan la gratitud, su presencia en la vida y en acontecimientos de la nación dominicana.  Es una relación que cada día adquiere más sentido. Son expresiones creativas, cargadas de afecto. Son muchos los dominicanos que están preparados para festejar este onomástico.

Le ofrecen a La Virgen de la Altagracia desde los detalles más sencillos, hasta los que expresan mayores sacrificios. Podemos admirar la variedad de flores, frutos y animales que les ofrendan con amor; además, las joyas, canciones, poemas y narrativas que honran a la Protectora de la República Dominicana. Son innumerables los que se sienten protegidos y amados por Nuestra Señora de la Altagracia. A ella le confían sus penas, sus alegrías y sus esperanzas. La amistad con La Virgen de la Altagracia es natural y permanente; se recrea continuamente. El diálogo entre el pueblo llano y Nuestra Señor de la Altagracia es vivo; está marcado por los problemas cotidianos, los desafíos personales y sociales; y por los deseos de una vida más humana y justa. Esta conversación adquiere un sentido particular por la seguridad y la paz que le devuelve a los que han forjado una relación vital y restauradora de la fe.

Para los creyentes de la Iglesia Católica, ella está presente en todo momento y actúa como guía para conducir a Jesús, centro de la historia y de la vida en Dios. Hoy, día declarado de regocijo nacional por el Presidente de la República, se hace visible el gozo. Se visibiliza la veneración de los católicos de todo lo que se refiere a La Virgen de la Altagracia. El programa para la conmemoración de su coronación es una expresión de la creatividad y de la hondura de la devoción a esta Virgen, diminuta y discreta. Su pequeñez no desdice su potencial incuestionable para generar unidad y paz entre los dominicanos. Por ello este pueblo quiere demostrarle con fuerza, en este día, que siente su presencia alentadora; que tiene la certeza de su cariño hacia todos los dominicanos, estén donde estén, sean creyentes o no.

En este tiempo, que parece pospandémico, pero que no lo es, el recuerdo de la coronación de La Virgen de la Altagracia tiene un simbolismo extraordinario. Es una fiesta que se ha de traducir en una vida más abundante para el pueblo. Esta abundancia ha de vertebrar la espiritualidad de los creyentes, al aportarle solidez y hondura. De la misma forma, ha de contribuir al fortalecimiento de los derechos humanos y de la justicia en la República Dominicana. Esta fiesta religiosa tiene que tocar las precariedades de esta sociedad para transformarlas. Ha de promover una espiritualidad comprometida con un país más fraterno y desarrollado. Atrás  una devoción ingenua, desmarcada de los grandes desafíos que tiene esta sociedad. La festividad altagraciana de hoy, además de fortalecer la identificación con sus valores, ha de impulsar un compromiso más creíble con el desarrollo integral del país.

Es importante una experiencia de fe comprometida con el bienestar personal, institucional y social. La Virgen de la Altagracia conoce las fortalezas y las necesidades centrales de este país. Con su cercanía y acompañamiento, se ha de trabajar para que la fuerza de la devoción mariana potencie el compromiso social, educativo y político de los que se asumen como sus amigos y admiradores. Este compromiso ha de ser para una transformación integral de la inequidad socioeducativa, religiosa y política.  Nuestra Señora de la Altagracia está presente en los latidos del corazón de los dominicanos.