“La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber. De este modo, el inconsciente social pasa del deber al poder. El sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el de obediencia. Sin embargo, el poder no anula el deber. El sujeto de rendimiento sigue disciplinado”. (Byung-Chul Han).

Debemos de construir como sociedad una bien hilvanada hilera de redes que nos sirvan de fronteras y murallas para psíquicamente poder afrontar con éxito colectivo la profunda necesidad de no perder la capacidad de asombro, que conduce obviamente, a lo largo del tiempo, a la indiferencia, a la inercia y a la irresponsabilidad frente al compromiso. Capacidad de asombro a lo incierto, a lo inesperado, a lo impensado, al comportamiento desviado, a la anormalidad, tenida sin sentido desde la meridiana asonada de la razón, empero, abrazada al salón de la luna oscura del cinismo y la simulación.

Vivimos en una sociedad capturada en el cansancio de la medianía, encadenado en un estropicio del pasado donde la tautología se hace recurrente. Un pretérito que se asienta permanentemente el presente para truncar el futuro y no querer alcanzar las oportunidades del mañana. Nos negamos a las nuevas posibilidades con el grito desesperado del malo conocido, olvidando la lozanía de la historia: cualquier tiempo pasado fue peor. Aunque el futuro nos deja la sensación de la perplejidad, como expresión de la evolución humana, siempre será mejor, aun en medio de su destrucción creativa y los intereses geopolíticos.

El alter ego del pasado nos devora al no tener la sintonía de la asunción real de no perder la capacidad de asombro. Si perdernos la sensibilidad que trae consigo no perder la capacidad de asombro todo lo humano se trastoca: la solidaridad, la empatía, el equilibrio, la dignidad, el honor, la decencia. Perder la capacidad de asombro nos hace perder la parte medular y esencial de la naturaleza humana y nos vuelve a nuestro pasado genético, donde el lobo se hace presa a sí mismo. Perder la capacidad de asombro nos hace nimios, con un enanismo atroz, desgarrador, pues todo lo relativizamos en el campo de la medida del reloj y de la cinta.

Trastocar la ceguera que nos impide rupturar el paradigma de la capacidad de asombro nos hace saltar dialécticamente como sociedad. Subvierte con auscultación profunda el pasado y nos coloca en la línea permanente de lo correcto, de lo bien hecho. No en la gratitud del ayer, del agradecimiento cimentado en una sociedad tradicional, desconociendo el atril con que se forjó ese pasado, incapaz de someterse al juicio no ya del futuro si no de la contemporaneidad.

Cuando perdemos la capacidad de asombro, la piel, nuestra dermis y epidermis, se transforma y ya una parte nodal del sentido se agota. Empieza entonces la mirada que diluyendo se hace borrosa, tenue, opaca. No puede, pues, conocer lo que nos enseñan. Parte de los cinco sentidos se agotan en sí mismos. Se devoran para dar entrada a la laxitud, a la cultura del laissez faire laissez passer, al embrión de todo es permitido, todo es dable. Se arma el caparazón de todos somos iguales. Siempre se ha hecho. Esto no lo cambia nadie. La educación de hoy es peor que antes del aporte del 4%, sin datos, sin evidencia empírica, estentórea ideológica para robustecer la mirada del ayer.

Cuando perdemos la capacidad de asombro vamos encapsulando la valentía, el grito del peldaño de la historia, nos vamos envolviendo en la marca perfecta de la exacerbación del individualismo, nos volvemos ermitaños en un cuadro patológico colectivo. ¡Cómo no asombrarnos en una perplejidad pasmosa cuando vemos el caso Catleya, un hecho desgarrador en el mismo corazón de la ciudad! Trata de persona, prostitución y proxenetismo: 80 mujeres recuperadas. 78 colombianas y dos venezolanas. ¡Algo cruel y abominable!

De igual manera, cómo no asombrarnos del grado en que nos encontrábamos en materia de una economía sumergida (Falcondo, Discovery, FM, Larva), donde en el ranking nos situábamos en materia de lavado y testaferrismo entre los peores países de la región. Cuando perdemos la capacidad de asombro nos encapsulamos en una burbuja y ya no exigimos ni luchamos y lo que ayer era algo no asimilado en la sociedad, aun fuera negativo, lo vamos dando como normal. La subcultura de la delincuencia, del robo, de la corrupción deviene como dimensión de la sociedad.

No perder la capacidad de asombro es cuando vemos el comportamiento de la elite política al enjuiciar en cada época a un gobierno. Verbigracia: Los dos años de gestión del gobierno del presente. ¿Qué dijeron varios? Veamos:

  1. Iván Lorenzo, Vocero del PLD en el Senado, quien expresó “Lo único bueno que ha realizado el gobierno de Abinader es haber dejado a la Directora de ONAMET (Gloria Ceballos)”.
  2. Severino, Presidente del Movimiento Patria para Todos, considera “pésimos” los dos años del gobierno.
  3. Charlie Mariotti, Secretario General del PLD dijo “Este gobierno no tiene nada que celebrar en estos dos años y si el pueblo tiene que lamentar. Un fracaso”.
  4. Francisco Domínguez Brito, quien señalaría: “En estos dos años, las condiciones de desempleo, el alto costo de la vida, de la inseguridad y el bienestar”.
  5. Leonel Fernández Reyna, Presidente de la FP, quien expresó “Luis va a los lugares solo a prometer. No cumple”
  6. Jaime David Fernández Mirabal, Ex Senador, Ex Vicepresidente del país, Ex Ministro de Deportes, Ex Ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Ex Miembro de la Junta Monetaria, Miembro del Comité Político del PLD, en un “rap”, DIVULGANDO: Abinader, el pueblo quiere queso, queso, queso.

Es una práctica política perversa de ayer y de hoy el no reconocer las luces y las sombras de cada gestión, como si la democracia como sistema se paralizara. Ella es un proceso en constante construcción y cada periodo tiene un desafío. Cuando oigo a los partidos de la oposición, miro, observo y en ese reto de no perder la capacidad de asombro, me pregunto dónde está el contexto, lo contigencial del momento de dos choques externos (pandemia, guerra Rusia-Ucrania), el análisis y las circunstancias de donde parten, por eso me atrinchero en Edgar Morín, en su libro Lecciones de un Siglo de Vida, cuando nos señala “…Y por otra, el humanismo ruso de Tolstoi, y sobre todo de Dostoievski, que implica una sensibilidad ante la miseria y la tragedia humana que no se halla en el humanismo occidental y que me transmitió para siempre, el horror a todo lo que ofende y humilla”.

Somos una democracia defectuosa en gran medida porque la partidocracia en sí misma no es democrática, ni siquiera en la democracia interna de sus organizaciones partidarias. Una democracia con una enorme crisis de representación, donde una parte significativa de los ciudadanos se encuentran desvinculadas de estos. Una elite política que no habla de las carencias estructurales y de la necesidad de propiciar y fortalecer la gobernabilidad democrática y coadyuvar al desarrollo humano.

La necesidad de no perder la capacidad de asombro nos llevará a la creación de un nuevo rostro de la democracia que se constituya en una nueva topología, donde emerjan nuevos actores que se coloquen a la altura de la agenda social y política, actores transformadores que se muevan en el equilibrio de la inclusión y la participación. Es empujar en el esfuerzo de que nuestra sociedad no siga tan desigual para que no se acreciente la fragmentación social y espacial que hoy nos acogota y nos hace perder, en la lejanía, la posibilidad de un país más justo y humano.

Tenemos una oligarquía partidaria que, en su afán de mantener la desigualdad y el poder, anula toda posibilidad de reinventarse. Basta con señalar que hace exactamente un año la Junta Central Electoral sometió dos proyectos de modificación de las Leyes 33-18 y 15-19. Nada al día de hoy. Y, para no perder la capacidad de asombro, esa misma institución sometió un reglamento para sancionar la campaña a destiempo. Se cumplió el plazo y de los 27 partidos reconocidos solo dos respondieron. Una enorme falencia de su naturaleza consustancial y de mayor calado cuando dibujamos la necesidad de una democracia de ciudadanía y la construcción inexorable de mejores signos vitales de calidad democrática.

No perdamos la capacidad de asombro frente a los vaivenes y los egos de la participación del pasado. Solo así podremos disminuir los déficits de esta democracia defectuosa, de repensar el Estado que necesitamos para una democracia más fluida, con instrumentalización de políticas públicas que orienten las prioridades de integración social, de seguridad y la impostergable nueva fiscalidad, más progresiva y con mayores consecuencias.