Muro, verja o valla, da igual. Levantar barreras no es algo nuevo. El muro ha tenido en la historia un poder que fascina y repele a la vez. Reenvía a imágenes de defensa, protección, separación, fuerza, aislamiento, ruptura, adversarios, segregación, gueto, abandono.

Un muro nunca es amigable, solidario, pacífico; en su esencia misma denota rechazo y exclusión. Per se, es una estructura que irrumpe en la vida de las personas, las delimita, rompe con el paisaje, altera los ecosistemas y la forma de vivir de aquellos que conviven en una línea fronteriza.

El muro de Berlín separaba dos formas de concebir el mundo y dos grandes poderes enfrentados. El muro del gueto de Varsovia encerraba los considerados inferiores y condenados a la muerte. La muralla china estaba llamada a preservar un imperio de sus enemigos.

Un muro permite ignorar lo que sucede del otro lado como estas familias que llevaban sus hijos a un carrusel colocado al exterior del muro del gueto de Varsovia mientras miles de otros niños morían literalmente de enfermedades y hambre a pocos metros.

En determinados casos el muro puede constituirse en una barrera que hace más peligroso -y a veces mortal- el desplazamiento de personas que huyen de la violencia, la persecución o la pobreza. Los muros “modernos” pueden venir acompañados de una creciente militarización con despliegue de barcos, soldados, aviones (tripulados o no), y de sistemas de vigilancia digital con sus alarmas, drones y otros artefactos “inteligentes”.

Las paredes nunca han detenido la desesperanza de los migrantes. Solo les complica la vida enriqueciendo aún más a los traficantes. Dicho de otro modo, las trabas no eliminan el macuteo y sus complicidades, pero sí elevan las tarifas.

Por esta razón, la historia de los muros y las murallas que impiden el acceso o la salida es, de igual modo, la historia de aquellos que se las ingeniaron para atravesarlos ya sea por medio de escaleras o túneles, destruyéndolos parcialmente o pagando los precios establecidos por los “agentes aduanales informales”.

El asunto es más complejo cuando dos países limítrofes tienen diferentes niveles de desarrollo relativo. En este caso, los ciudadanos del país menos favorecido tienden a desplazarse al país de mayor actividad económica.

El enredo se complica si el país de destino es un país de bajos salarios y de mucha gente pobre. Y más todavía, si muchos de los ciudadanos del país receptor también quieren emigrar a otras naciones donde consideran existen más oportunidades.

Según Elisabeth Vallet, directora del Observatorio de Geopolítica de la Universidad de Quebec, en Montreal, los muros fronterizos construidos para frenar a los migrantes, los traficantes y a veces a los grupos armados, reflejan muy a menudo "una vulnerabilidad de la sociedad" que los erige.

Algunos pensaban que la creciente globalización iba a conllevar el declive de la soberanía y el surgimiento de un mundo sin fronteras. Sin embargo, si bien había solamente 6 muros fronterizos en el momento de la caída del Muro de Berlín hoy se cuentan más de 75 barreras de este tipo.

El 60% fueron construidas en los últimos 50 años como barreras económicas, para luchar contra el terrorismo, limitar la inmigración de desplazados forzados o para crear guetos.

En nuestro caso un muro es una solución sin lugar a duda más fácil y, en apariencia, menos costosa políticamente que poner orden en nuestra casa transformando el sistema económico, regulando la inmigración, y controlando y castigando a los que viven del tráfico o de la explotación.

Es forzoso constatar que, en nuestro país, el miedo a la cercanía, a la diferencia, la aporofobia y la xenofobia de algunos sectores minoritarios los ha conducido a construir una narrativa patriótica basada en el miedo y la seguridad nacional que se ha visto reforzada por las sucesivas crisis que sacuden al vecino país.

En un momento de mucha incertidumbre a nivel mundial, con las secuelas de la pandemia de COVID-19 todavía muy presentes, y el grave conflicto armado entre Rusia y Ucrania cuyas consecuencias pesarán negativamente sobre la economía mundial, nadie se estremecerá por un murito más en el planeta.

Sin embargo, nuestra pequeña media isla conocida por la sonrisa y la hospitalidad de su gente, la belleza de sus paisajes y la pujanza de su turismo ofrecerá a los turistas que visitarán los nuevos proyectos que se edificarán en el suroeste la nueva línea divisoria entre los dos países.

Seguramente muchos de ellos se quedarán pensando en lo que vieron y lo referirán a más de uno. Nosotros también debemos reflexionar en lo que anuncia la nueva forma de separación.