En el  1933, mi abuela Efigenia de León Piña falleció de parto con 28 años de edad. Nació en el  campo de Bohechio, hoy provincia de San Juan, en 1905; y aunque descendía de españoles era analfabeta, porque su padre entendía que las niñas no iban a la escuela. Con mi  abuelo, Alejo Galván Parra, quien sabía de letras y números y creía en la ciencia, ella procreó ocho hijos.

Pero al final del embarazo de su hija Altagracia Galván de León, un día empezó a sentir tos y silbidos al  respirar; con fiebre alta y dolores en el pecho. Y aquella mujer que sembraba, talaba y hachaba, se sintió tan débil que no se podía levantar; por lo que en un mulo mandaron a buscar medicinas en el pueblo. Y como seguía igual; buscaron al médico Dr. Arcadio Rodríguez Suzaña a San Juan, quien por aquel intransitable  camino, en automóvil y a caballo,  llegó a examinarla, y comprobó y dijo  que tenía el corazón dañado, y, en efecto a los 12 días del parto falleció.

En ese tiempo era alta la posibilidad de que las parturientas murieran de parto. No existían los antibióticos, y pocas personas  sabían que hervir el agua evitaba las infecciones.  Y los  hospitales no internaban enfermos y los familiares pudientes, llevaban los médicos a examinarlos; en lugar de  transportarlos en litera o parihuela. Por suerte, la mayoría de los médicos acostumbraban a  realizar visitas domiciliarias.

Los especialistas consideran que las causas principales de mortalidad materna son las mismas desde hace siglos, y las identifican y clasifican en tres grupos. En primer lugar, las hemorragias, que cuando son importantes; las parturientas fallecen en las primeras 24 horas. Segundo, los trastornos cardiacos, principalmente por hipertensión, que suelen durar de 8 a 12 semanas después del parto. Tercero, los procesos infecciosos, que al formar coágulos o trombos suelen provocar muertes. Posiblemente la señora Efigenia, falleció de esta última causa o sea de una enfermedad infecciosa.

En la actualidad, el triste caso de mi abuela es muy raro que ocurra en Rep. Dom, pero en Haití es muy frecuente, a pesar de los progresos de la ciencia de la salud. Por lo que, colocan nuestro país entre las naciones de más alta tasa de mortalidad materna de Latinoamérica, con la agravante de que una parte importante del presupuesto para atender necesidades de salud, del Estado dominicano, lo invierten en atender las parturientas haitianas; las que, al igual que mi abuela cursan el embarazo sin el seguimiento y control de médicos especialistas que identifiquen y regulen las condiciones peligrosas, y logren evitar un final fatal.

En resumen, mientras se fortalece el Estado haitiano, es urgente que si en realidad la comunidad internacional, especialmente Canadá, Estados Unidos y Francia, desean contribuir a resolver la crisis haitiana, construyan modernos hospitales ginecológicos o de maternidad, junto a otras fuentes de ingreso, en el lado haitiano de nuestra frontera. Y así salvarían vidas, disminuirían la huida masiva de mujeres embarazadas y otros ciudadanos; llevarían los avances de su medicina a ese sufrido pueblo y reducirían la invasión pacífica a nuestro territorio. ¡Que viva nuestra patria soberana!

** Este artículo puede ser escuchado en audio en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván en Spotify.