Haití y Sri Lanka son dos países que ocupan

mi corazón y mi memoria y que me despiertan

por la noche con fiebre para conocer, entrada libre,

las últimas escenas de sus tragedias, llenas de muertos,

de armas y almas, de miedo rodante, de casas de la élite

incendiadas, de secuestros y el bloqueo del transporte

de alimentos, y la desesperación y la huida de los migrantes

en barcos, ahogados algunos en alta mar, pero también

el sol, la música hermosa, la capacidad de reír a pesar

del sufrimiento, y la fe en que veremos días mejores

porque el agua no puede fluir más hacia este lado de la nada

y los recién nacidos insisten en que sus padres los alimenten

incluso con su último aliento. La vida es cruel,

pero justa. Los jóvenes heredarán la tierra.