Lo acontecido en el Perú el pasado 7 de diciembre es un episodio más de una crisis institucional y política cuyas consecuencias han sido funestas y pueden ser aún peores, pues el descabellado autogolpe llevado a cabo por el atípico presidente Pedro Castillo que hastiado del Congreso decidió disolverlo, en una acción violatoria al orden constitucional, y que constituyó el colofón de su incapacidad para estar al frente del gobierno de dicho país, por eso apenas tres horas después, sin contar con apoyo alguno terminó siendo apresado por la propia guardia presidencial.
A pesar de que en los últimos cuatro años en Perú ha habido seis presidentes distintos, y de que era obvio que Castillo no llegó nunca a tener control del gobierno, el tan efímero autogolpe sucedido de la juramentación de su vicepresidente como presidente, y la inusitada calma y aceptación de la mayoría de los peruanos de este hecho, no deja de sorprender, pues es como si en ese país se hubiera hecho normal no solo que los expresidentes sean enjuiciados, como ha sido el caso de prácticamente todos desde la década de los noventa, sino que se hagan autogolpes o sean destituidos por el Congreso, lo que evidencia una profunda crisis y un socavamiento de la estructura de gobierno.
En Perú los partidos políticos tradicionales casi han desaparecido, pero lo que se le reprochó a estos, ha sido repetido en gran medida por los emergentes, y por eso un porcentaje importante de los peruanos simplemente ha perdido la confianza en estos y un extra partido, que logre atraer la atención de la gente, puede llegar al poder como sucedió con el maestro rural que llegó a la candidatura por accidente dado que el líder de un partido que no podía postularse por unas imputaciones por corrupción lo lanzó, y aunque reivindicó su condición de campesino como esperanza de que sería distinto a los que le precedieron, esto no fue más que una caricatura que utilizó políticamente, pues terminó exhibiendo el mismo autoritarismo y al parecer también otros vicios de los que prometió ser la antítesis, pues sobre él pesan distintas acusaciones de corrupción que involucran a miembros de su familia, e incluso a su persona.
Lo que ha sucedido y continúa sucediendo en muchos países de Latinoamérica es preocupante, y por eso debemos prestar especial atención a estos hechos y extender la visión, a veces demasiado centrada en nosotros mismos, pues no solo tenemos un estado colapsado como vecino, sino países grandes en tamaño y ricos en recursos sumidos en crisis, viejas y nuevas dictaduras que han provocado un éxodo masivo de sus nacionales, que permanecen al amparo de aliados y a pesar de embargos y sanciones que de nada han servido, débiles democracias con altos niveles de inestabilidad, gobernantes autoritarios y populistas, nuevos presidentes surgidos de profundas insatisfacciones que no han logrado niveles importantes de consenso, y en general sociedades con muchas fracturas y desigualdades; panorama que nos debe hacer valorar un poco más nuestra situación, pero al mismo tiempo debe hacernos reflexionar sobre los peligros que nos acechan.
Y no solo nosotros debemos ampliar la visión, sino que quienes representan la potencia del mundo, y asumen un rol de gendarmería en la región, debieran mirar alrededor para que puedan apreciar mejor las realidades y comprender que, a pesar de las falencias y enormes desafíos que tiene por delante, la República Dominicana es de los mejores ejemplos en esta zona y constituye un aliado de múltiples luchas, por eso sorprende tanto que se decidan acciones que pueden afectarnos como país, y que al mismo tiempo se preste tan poca atención a justos reclamos.