Intencionalmente o no, las decisiones del gobierno norteamericano están debilitando la economía alemana y europea en general.

En tercer lugar, el Congreso aprobó una ley, eufemísticamente llamada Ley de Reducción de la Inflación, la cual contempla más de US$369,000 millones en ayudas para que se establezcan en territorio estadounidense industrias tecnológicas que ahorren energía o utilicen renovables.

Si bien esto parece obedecer a un interés legítimo, generó alarma entre sus socios europeos, particularmente Alemania, debido a que les confiere a los productos norteamericanos ventajas en el mercado en virtud de esos subsidios. Un fundado pánico a que las empresas decidan desplazar inversiones en sectores clave (energías renovables, vehículos, baterías) desde Europa hacia Estados Unidos.

La Comisión Europea, tras denunciar esa ley, que considera discriminatoria para las empresas europeas y que supone competencia desleal, expresó su protesta, indicando «Queremos competir en calidad, no en subsidios».

Posteriormente, a instancias de Alemania y Francia, la Unión Europea aprobó impulsar la transición energética, incluido dar ayudas para «las inversiones verdes en sectores estratégicos», entre ellas «créditos fiscales». Como eso no tiene tanto alcance y, además, tiene que superar la engorrosa burocracia comunitaria, Alemania, que dispone de mayor músculo fiscal, anunció su propio plan de subsidios, pero la justicia se le tumbó, por incongruente con su estricto presupuesto.

En cuarto lugar, Estados Unidos arrastró a Alemania, y a toda Europa, a su guerra comercial y tecnológica contra China. Si hay un país en el mundo cuya industria mantiene vínculos intrincados con la china, difíciles de romper, es Alemania.

Entonces, parece que podría ocurrir como con las sanciones a Rusia. La economía china está sufriendo, pero la alemana está sufriendo más. Una guerra comercial afectará más a las empresas europeas que a las chinas, porque dependen mucho más de China para sus cadenas de suministro que a la inversa.

Por mucho tiempo, Alemania ayudó a China a construir su base manufacturera, sin tener en cuenta que un día podría ser su competidora, lo que ya ocurre, pues China, cuyo negocio eran las bagatelas, se ha colocado tecnológicamente por delante de Europa en la mayoría de los ámbitos de la alta tecnología.

Las empresas alemanas se abastecen de insumos en China, producen componentes intermedios en terceros países, ensamblan el producto final tanto en su país como en China, y en este caso se exportan nuevamente al mercado europeo.

Como gran contaminador mundial, China se tomó muy en serio la lucha contra el cambio climático y, atendiendo a disposiciones requeridas sobre la necesidad de reducir la huella de carbono, reorientó su desarrollo industrial hacia tecnologías amigables con el medio ambiente, resultando en relativamente corto tiempo en nuevas tecnologías industriales y energéticas. Cuando los países occidentales vinieron a darse cuenta, ya China les llevaba varios cuerpos de ventaja en tecnologías de energía solar y eólica, y más todavía en automoción eléctrica.

En quinto lugar, visto lo anterior, Estados Unidos colocó un arancel de 100% a los vehículos eléctricos chinos, e instó a sus aliados a hacer lo mismo. Canadá lo complació, pero, en última instancia, el daño a la economía china es poco significativo, debido a que ni en EUA ni en Canadá se consumen tantos vehículos eléctricos, y mucho menos fabricados en China.

Lo que sí le duele a China es que lo haga Europa, donde ya hay un mercado maduro de vehículos eléctricos, y su industria suple una parte considerable. Finalmente, la UE anunció sus aranceles con tipos más bajos que EUA, de entre el 17,4% y el 38,1%. No parece mucho, tomando en cuenta el gran diferencial de costos, pero el que podría salir más perjudicado es Alemania, pues China ha manifestado su disposición de imponer represalias, con aranceles a los automóviles con “motores de gran cilindrada”, que es otra forma de decir a los carros alemanes. Por eso el gobierno alemán no estuvo de acuerdo con la decisión.

La excusa usada para imponer estas restricciones es que los automóviles chinos reciben subsidios del gobierno, lo cual puede ser verdad, pero nunca serían tan grandes como los subsidios que reciben los norteamericanos y hasta los propios europeos.

Resulta que las grandes empresas automotrices alemanas, entiéndase Volkswagen, Mercedes Benz, Audi, Porsche y BMW, obtienen entre el 30% y el 40% de sus ingresos vendiendo a los chinos. Si ese mercado se les cierra, van a experimentar serios problemas. Quizás China no lo termine haciendo, para evitar mayores problemas, dado que su industria automotriz sigue siendo competitiva aun con esos aranceles, pero puede hacerlo con otros sectores. Ya ha amenazado la industria cárnica y la del vino.

La actividad industrial alemana ha entrado en una crisis que va a tener dificultades para superar. Lo más increíble es que para ejecutar esa política Estados Unidos contó con la invaluable ayuda del gobierno alemán. Difícilmente aparezca en Alemania y toda Europa un gobernante tan mediocre como Olaf Sholz.

Quién se habría imaginado que medio siglo después de Willy Brandt, que tanto hizo por el engrandecimiento de Alemania, por la justicia social, la solidaridad y el entendimiento entre las naciones, su mismo partido viniera a parir un líder que ha devenido en un fiel escudero de Biden en su política guerrerista y armamentística.

Su popularidad ha llegado a niveles tan bajos que su partido y sus aliados han perdido prácticamente todas las elecciones regionales que se han venido celebrando. Y la única que consiguió ganar, pero por muy poco margen, fue en Brandeburgo, un Estado con un líder socialdemócrata muy popular y comprometido con sus principios, que ni siquiera se atrevió a invitar a Scholz a ninguno de sus actos de campaña, por considerarlo un personaje tóxico.

Tan sumiso es que, tras la última reunión de la OTAN, fue a informarle al pueblo alemán que los EUA habían decidido desplegar misiles de mediano alcance en suelo alemán; es decir, no fue decisión de Alemania, y ni siquiera en consulta con su gobierno.

Aunque los símbolos y la propagación de la ideología nazi están legalmente proscritos, la ultraderecha nazista camuflada ha venido ganando terreno. Y, como decía en un artículo anterior, puede no ser un buen consejo pretender humillar a Alemania. La historia nos lo recuerda con extremo dolor con la paz de Versalles y el ascenso del nazismo. El futuro podría depararnos terribles sorpresas.