Muchos de los problemas del mundo se resolverían si un día los estadounidenses aprendieran a verse como un país más, como los demás, y no como el único, el elegido, el que está por encima de todos. Y sentir que eso les da derecho a imponer sus decisiones al resto de la humanidad.
Como parte de su estrategia para mantenerse siempre como potencia hegemónica, la política exterior de los EUA tiene desde la caída de la Unión Soviética una serie de líneas maestras que aplican todos los gobiernos:
- Una, evitar que surja ninguna otra potencia en el mundo capaz de hacerle sobra, no importa el costo que haya que pagar.
- Dos, mantener alejadas a Rusia y Alemania, al entender que, de juntarse la maquinaria industrial y la tecnología alemana con la dotación de recursos naturales rusa, podría articularse una imponente potencia,
- Tres, por la misma razón y por otras mayores, mantener a Rusia enemistada con China, impedir que confluyan en sus políticas o que desarrollen sectores estratégicos.
- Y cuatro, particularmente ahora, alejar a la India tanto de Rusia como de China, debido a su rápido crecimiento y su inmensa base demográfica.
Pero he aquí que en tiempos recientes ha cometido errores o, al menos, no todo le ha salido bien. Unas veces sin querer y otras queriendo, ha empujado a Rusia a los brazos de China, a la India a los brazos de Rusia y ha sumido a Alemania en una crisis existencial. Y, de paso, ha debilitado a toda la Unión Europea, de cuyo tren Alemania era la locomotora.
Para ello, los Estados Unidos ha aprovechado el contexto actual para dar una serie de pasos trascendentales.
En primer lugar, cortar los lazos de la economía alemana con la fuente de energía barata procedente del gas ruso. La competitividad alemana descansaba en industrias intensivas en el consumo de energía, la cual dependía en extremo del suministro de ese gas, y EUA presionó a todos los países occidentales a que cortaran con ese comercio.
Aunque no todos le obedecieron, para ejecutar esa política Estados Unidos contó con la invaluable ayuda de Olaf Sholz, el canciller alemán. Su sumisión ante los EUA lo hizo acompañarlo en una guerra económica que su país no estaba preparado para librar.
En segundo lugar, y como para asegurarse de que no hubiera forma de que pudiera dar marcha atrás, se recurrió al corte de los oleoductos Nord Stream, obligando a procurar energía más contaminante y cara, y a comprar gas licuado a los propios Estados Unidos y a otros países, pero transportado por mar.
Después de darse por conocida la historia de la voladura de dichos oleoductos, luego de una exhaustiva investigación realizada en 2023 por el periodista de investigación estadounidense Seymour Hersh, concluyendo que, tras meses de minuciosa preparación encubierta de la CIA, el gobierno estadounidense conjuntamente con la marina de Noruega llevaron a cabo el sabotaje. Ahora se dispara el Wall Street Jornal con un artículo muy conveniente diciendo que unos militares y empresarios de Ucrania, tras una noche de juerga, fueron los responsables.
La verdad es que atribuir el acto de sabotaje de mayor envergadura realizado después de la Segunda Guerra Mundial a un grupo de borrachos que celebraban en un bar es más difícil de creer que la victoria de Maduro. Pero sí muy conveniente a los vínculos norteamericanos con Alemania, después de que el propio Biden prometiera que no los dejaría funcionar, siendo además del mayor interés económico y militar de Estados Unidos.
¿Cómo afecta eso a Alemania? Cuando el gas no puede llegar a un mercado por oleoductos, se encarece en extremo, debido a que hay que someterlo a un triple proceso: primero, de licuefacción en plantas especiales para convertirlo en líquido; a continuación, transportarlo en tanqueros especiales a bajas temperaturas para que no se evapore; y al llegar al puerto de destino, volver a una planta, ahora de regasificación.
Y después eso no evita transportarlo al mercado definitivo de consumo, probablemente en nuevos gasoductos. Pocos países cuentan con plantas de licuefacción, de buques gasíferos adecuados para el transporte de gas natural licuado y de plantas de regasificación, a lo que se agrega la necesidad de nuevos tanques de almacenamiento, lo cual encarece todo.
Los costos para la gran industria alemana, particularmente para la química, la automotriz y la de maquinarias le han restado competitividad.