Vivimos un momento especial de mucha incertidumbre y las inquietudes sobre el presente y el futuro parecen ser una constante que se manifiesta en muchos países. El propio papa Francisco acaba de reconocer en un discurso su miedo frente a la generalización de la violencia.

 

Después de la Segunda Guerra Mundial, el fascismo y el nazismo eran vilipendiados en el mundo occidental por quienes habían vivido la guerra y habían conocido el horror de la deshumanización.

 

En ese contexto la meta de muchos países era el mantenimiento o el desarrollo de la democracia liberal bajo el liderazgo de los Estados Unidos.

 

La reconstrucción, el boom económico, la construcción de la democracia, la implementación de los derechos humanos fueron tareas gigantescas que acarreaban promesas de un bienestar generalizado en el planeta.

 

Los llamados baby boomers (generación de los nacidos entre 1945 y 1960), lucharon con optimismo por las libertades, la apertura y el bienestar económico. Se basaron en la confianza en el progreso y el desarrollo como metas a alcanzar.

 

Confiaban en conceptos que pasaron de ser ideas abstractas y sueños a realidades que sobrepasaron las expectativas de esa generación y trajeron, a su vez, las nefastas consecuencias de un modelo que nunca consideró los riesgos de las acciones tomadas.

 

Sin embargo, nunca se acabó realmente con la violencia, trátese de guerras entre estados o guerras civiles, insurrecciones o represión y violencias policiales.

 

Hoy en día asistimos al resurgimiento de fuerzas extremistas de derecha. Los grupos de esta orientación han sabido usar las posibilidades de las tecnologías digitales de la información para expandirse, obteniendo espacios de poder impensables hace unos años, gracias a una mejor y mayor difusión de sus planteamientos extremistas por medio de las redes.

 

La banalización de sus ideas y de su vocabulario le ha hecho ganar terreno a la extrema derecha en numerosos países, ofreciendo sus respuestas a los miedos que sacuden el planeta y a las enormes desigualdades que ha generado la globalización.

 

Las consignas de esta corriente están basadas en la exclusión de una parte de la sociedad y en la búsqueda de culpables, supuestos o reales. Pregonan políticas de odio dirigidas a “los enemigos de la Patria” que, según los países, son los migrantes, los islamistas, los judíos, los negros, los haitianos, las comunidades LGBTI, las feministas, los defensores del aborto y todos los que puedan ser declarados culpables de tocar a la esencia misma de la Nación.

 

Hoy en día, es mucha la gente que ha olvidado lo que son las dictaduras y sus peligros, y se dejan seducir por los cantos de sirena, buscando chivos expiatorios para explicar los agobiantes problemas que atraviesa la humanidad.

 

Además, las nuevas generaciones que han recibido en herencia la democracia, el estado de derecho y los derechos humanos y que no han vivido bajo un régimen totalitario no aprecian igual el Estado de derecho liberal, aún con sus imperfecciones.

 

Nuestra media isla, que accedió a la democracia de manera relativamente tardía, no está ajena a estos peligrosos movimientos como lo vemos con el trato que se le ha venido dando desde hace varios años a los preocupantes temas de la migración haitiana, las desnacionalizaciones y, actualmente, a la crisis que sacude el vecino país.

 

Prueba de este trato, el atropello realizado el pasado 12 de octubre, Día de la Raza llamado también Día de la Resistencia Indígena, Día de la Hispanidad o Día de la Diversidad Cultural, según las ópticas, a la actividad cultural que realizan todos los años jóvenes pertenecientes a grupos cívicos y culturales.

 

Si bien es cierto que hay grupos proclives a celebrar la conquista española como un evento fundador de la nacionalidad dominicana, lo es también que otros conglomerados son libres de manifestar su parecer recordando los tres grandes componentes de la dominicanidad, en un país donde cada ciudadano tiene derecho a sostener sus ideas.

 

Lo que pasó en este evento llama particularmente la atención por la violencia de la agresión hacia un grupo de jóvenes artistas y activistas sociales por otro grupo uniformado de negro, que recuerda las milicias fascistas.

 

Los agresores lograron impedir la actividad, herir una de las participantes y actuar con toda impunidad ante las fuerzas del orden en una actuación que merece el repudio de la sociedad en su conjunto.