Hacía años que mi estado de salud era débil. Lo que más me afectaba físicamente era la columna vertebral, pues había tenido dos accidentes en los que me la fracturé y en el último me habían colocado dos barras Harrington con fines correctivos.
Con el paso de los años, la columna y mi cuerpo estaban muy resentidos. Los dolores en las piernas y en la espalda eran terribles. El día de la toma de posesión del presidente Danilo Medina pensé que no resistiría. Cuando llegué a casa después de los actos protocolares apenas podía caminar, lo que me tenía sumamente perturbado porque sabía que si seguía por ese camino me esperaba la invalidez. Caminaba apoyado en un bastón, aún lo hago, pero el problema seguía agravándose.
No obstante, me mantenía muy activo en el trabajo, tanto en la empresa privada como en el sector público. Ese nivel de actividad venía desde la primera etapa del gobierno cuando me desempeñaba como Ministro sin Cartera Asesor para Políticas de Desarrollo del Presidente y participaba en el equipo de consejeros del Ministerio de la Presidencia. Tenía muchas actividades, todas muy gratificantes. Para mí ese fue un período en el que me sentía realizado por las ejecuciones del Gobierno. No tenía que trabajar asuntos del día a día, pero los proyectos que asumí ayudaban a que el Gobierno lograra metas innovadoras.
El día en que el Presidente me llamó para notificarme que había sido nombrado pensé que era para preguntarme por mi salud. Y aunque tuve reservas frente a la decisión, acepté esa nueva responsabilidad con la entrega y pasión que me caracterizan. En mis funciones debía participar en eventos nacionales e internacionales donde mi presencia era necesaria, a pesar de mis quebrantos.
En un momento los dolores se intensificaron a tal punto que tuvieron que internarme, pues los médicos no sabían a ciencia cierta su origen. Por sugerencia de mi hermano Narciso llamamos al Dr. Osvaldo Marte Durán, su gran amigo y muy querido por mí.
El Dr. Marte determinó que, a consecuencia de la osteoporosis, la vértebra que sostenía la barra Harrington que él colocó en 1981 para sostener mi columna había cedido. Una junta médica planteó bloquearme el dolor, a lo que yo me negué porque eso era quitarme los síntomas y les dije que lo importante era detener ese proceso de deterioro o revertirlo.
Me recomendaron al Dr. Casimiro Velazco, que por casualidad es un gran amigo mío, quien estudió el caso y me sometió a un tratamiento médico por 18 meses, consistente en unas inyecciones diarias que me ponía yo mismo. Terminado el tratamiento, un estudio de la densidad de los huesos determinó que la osteoporosis crónica se había reducido a una osteopenia, lo que significó que estaba mejor que hacía muchos años, con mejor movilidad y más actividad, además usaba mi bastón de forma más segura. Para mantener el estado de mis huesos tomo calcio y vitamina D a diario y una dosis mensual de un medicamento en cápsula.
En mayo del 2016 viajé a Qatar para participar en el Foro de Doha. Regresé con lo que los médicos describieron como una neumonía y debieron ingresarme a un centro de salud debido a algunas complicaciones. La neumonía no cedía, probaron con muchísimos antibióticos y al fin, después de un tiempo, lograron mejorarme, aunque quedaron secuelas. Todo parecía indicar que eso me debilitó.
Pocos días después, el 19 de junio, mientras compartía en una finca con mis amigos Gustavo Montalvo y Aurora Mena, Ernesto Vilalta y Mary Carmen, hacía mucho calor y me había sentado al lado de una caja china donde estábamos asando un chivo. De momento me sentí mareado y me desmayé. Luego vomité. Apenas había picado algo. Me tomaron el pulso y estaba relativamente bien, lo que nos tranquilizó a todos.
Al día siguiente me sentí muy enfermo y me internaron. Tenía un marcapasos desde hacía un tiempo y ahora estaba fallando porque, debido a mis múltiples ocupaciones, no fui a revisión como hacía cada año. Colapsé, mi función renal estaba en un 5%, me encontraba al borde de la muerte. Me trasladaron con urgencia al Baptist Hospital en los Estados Unidos en un avión ambulancia. Antes de partir me cambiaron el marcapasos.
Al llegar a dicho hospital a mi hija le dijeron que apenas me quedaban unas seis horas de vida. Contra todo pronóstico me fui recuperando y descubrieron que la neumonía que me había debilitado era producto del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS), un letal coronavirus transmitido a humanos por los dromedarios. En mi viaje a Qatar estuve muy cerca de algunos de ellos en el desierto. En ese momento no conocía la existencia de esta enfermedad. Hoy, con la circulación del COVID-19, otra variante del coronavirus, he tomado conciencia del riesgo al que me expuse.
Cuando veía a los médicos entrando a la habitación con una sonrisa me sentía optimista, ellos mismos no se explicaban cómo pude lograr recuperarme a pesar de mi edad. Estuve 15 días interno en el hospital y otros 15 en tratamiento ambulatorio. Fui atendido por un equipo formidable de doctores, entre ellos Iván Espaillat, coordinador del equipo, un dominicano brillante y Berenice Acevedo, nefróloga, que fue una pieza clave en mi recuperación, ya que los órganos que tenía más comprometidos eran los riñones.
Hoy no tengo que someterme a diálisis, sino mantener una dieta balanceada y tomar mis medicamentos con disciplina. El neumólogo Pedro Sevilla se ocupó de mis pulmones por las secuelas del virus que había contraído en Qatar. Para mi sorpresa, estaban bastante bien, a pesar de que durante 46 años fui un fumador empedernido. A consecuencia de las barras Harrington, trabajaban a un 98%, muy bueno para un adulto mayor.
Me cuido, soy disciplinado.
Extractos editados de mi libro “Relatos de la vida de un desmemoriado”.