En el último número de Nature, publicado el miércoles pasado, dos artículos abordan un problema común: la comunicación verbal de personas que no pueden expresarse oralmente, ya sea debido a un derrame cerebral (https://www.nature.com/articles/s41586-023-06443-4) o a la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) (https://www.nature.com/articles/s41586-023-06377-x).

La incidencia mundial de los derrames cerebrales es del 0.25%, con un tercio de los afectados experimentando discapacidades permanentes. En comparación, la incidencia de la ELA es cien veces menor. Sin embargo, a pesar de su menor incidencia, en el pasado la atención pública se ha centrado en la posibilidad de permitir la comunicación para las personas con ELA, debido a los dispositivos proporcionados por INTEL al famoso físico y cosmólogo Stephen Hawking, quien había desarrollado esa enfermedad a los veintiún años.

La comparación de lo que Hawking podía lograr con los avances recientes muestra que el progreso ha sido extraordinario y confirma lo que Vannevar Bush escribió a Roosevelt, la frontera de la ciencia es infinita. Mediante el uso de neuroprótesis para facilitar la interfaz entre el cerebro y la computadora, dos grupos de investigación, uno de la Universidad de Stanford y otro de la Universidad de California (San Francisco y Berkeley), han logrado decodificar el discurso  pensado por el participante en la experimentación, a una velocidad de 60-80 palabras por minuto, lo cual supera significativamente los resultados previos y se acerca a la velocidad "natural" de 160 palabras por minuto, con tasas de error del orden del 24%. Además, es de destacar que el vocabulario utilizado en el proceso de decodificación es extraordinariamente amplio, alcanzando, en el caso del grupo de Stanford, las 125.000 palabras.

¿Es ésta una noticia que en nuestro país pueda interesar solamente a quien, en caso de tener un problema de salud, tenga los recursos económicos para tomar un vuelo que lo lleve a Estados Unidos o, eventualmente, un seguro que se lo permita?

Tengo la ilusión de que no, si se entiende la lección de la necesidad en nuestros países de un enfoque integral e interdisciplinario en la educación e investigación en medicina.

Hace 150 años, el presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento lamentó el retraso científico cuatricentenario, herencia del periodo colonial, y afirmó la necesidad de una participación activa en el desarrollo de las ciencias para “alcanzar en su marcha a los pueblos que precedían a Argentina”. Justificaba así su decisión de crear el Observatorio de Córdoba. En realidad, decía algo más. Hay un comentario usualmente ignorado en las citaciones de ese histórico discurso. Sarmiento, en polémica contra Rosas, con extensión, de paso, a Felipe II, agrega una distinción, entre los “asuntos de eminencia nacional” de Rosas, que no sonaría mal todavía hoy.

Entre los mencionados retrasos, consecuencia de un modelo de universidad que formaba clérigos y abogados, está la Medicina. Ésta entró tarde en las universidades de la Colonia. Fue con Mutis, en Colombia, a finales del siglo XVIII. Sin embargo, es también el sector donde América Latina puede gloriarse de haber producido científicos de renombre internacional y contribuido significativamente al progreso mundial. Su potencial en este campo está comprobado por ser la Medicina, precisamente, la disciplina donde se obtuvieron tres de sus cinco premios Nobel en Ciencia, Houssay, Benacerraf y Milstein, a lo cual hay que añadir que uno de los dos en Química (Leloir) recibió ese reconocimiento por sus investigaciones sobre los hidratos de carbono, las propiedades de los azúcares y su vínculo con el metabolismo.

Pero la Medicina de hoy tiene nuevos retos que requieren una comprensión más profunda de las ciencias duras y no solo un enfoque clínico. Esto es relevante para su avance en todos sus aspectos, ya que la investigación y la tecnología médica están en constante evolución, y la importancia de su relación con las ciencias duras va mucho más allá de la implantación de electrodos en la corteza cerebral. Lo ha recordado, hace poco más de dos meses, en un artículo en el Listín Diario, Willians De Jesús Salvador. Es impostergable formar médicos-ingenieros. Está ocurriendo en Europa, está afirmándose en Estados Unidos. Lo sugerimos, en el XVI Congreso internacional de Investigación científica del MESCyT, hace dos años. Lo propusimos, hace dos meses, en un interesante debate sobre nuevas carreras universitarias que tuvo lugar en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, como ejemplo de algo que se necesita establecer en nuestro país.

Hay que formar profesionales de la salud capaces de enfrentar los desafíos tecnológicos actuales. Huelga comentar la mejora que se puede esperar en la atención médica y en la investigación en el país y en toda la región, lo cual nos lleva a concluir que es preciso invertir en la Educación y en la investigación en Ciencias y en Medicina con enfoques innovadores para abordar los desafíos médicos modernos.

¿Es este un desafío que supera las capacidades de nuestras universidades? No lo creo. Pero incluso si lo fuera, no es un desafío que supere las capacidades de nuestro país. ¿Por qué no considerar la posibilidad de establecer un programa colaborativo que involucre a varias universidades? Estos son temas que justifican programas a nivel nacional, que, por cierto, pueden atraer el interés y la colaboración a nivel regional, sobre todo por no ser solamente relevantes para el progreso científico y médico, sino también por las implicaciones más amplias que conlleva en la mejora de la atención médica y de la calidad de vida de todos los ciudadanos, déjenme agregar, independientemente de sus recursos económicos.