Maya Angelou/Fuente externa

“He aprendido que la gente se olvidará de lo que dijiste, se olvidará de lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo les hiciste sentir”. Maya Angelou

Hay días en que no dan ganas de levantarse de la cama. Días en que si no fuera por los compromisos laborales o personales no me vería el pelo ni un solo ser humano más. Días como el domingo pasado en que, a falta de esos compromisos, me refugio del mundo en el barco náufrago de mi cama amarilla y no saco ni un pie de mi apartamento para poderme desintoxicar. Hasta yo que soy optimista de fábrica, tengo esos días en que el mundo que tanto me encanta me hiere por las cuatro esquinas. Días en que no puedo con la crueldad y la violencia que tanto cultivamos como Humanidad.

En esos días no puedo tolerar ver en las noticias que este año se cumplen 30 años del genocidio en Ruanda mientras nuestras pantallas nos muestran diariamente otro genocidio ahora en Gaza o nos recuerdan los ataques terroristas y los secuestros en Israel. Ni que un grupo de estudiantes en mi universidad, una institución que tanto admiro por su compromiso con la diversidad, fue arrestado por un contingente enorme de policías porque la rectora sintió que no tenía otra alternativa mientras ocupaban su edificio protestando contra ese mismo genocidio. Ni que un país latinoamericano atacó la embajada de otro. Ni que el cambio climático nos está llevando a un precipicio del que no podremos regresar. Ni que 4 de cada 10 mujeres en nuestro país conocen a alguien que fue víctima de agresión sexual.

En esos días me refugio en otros mundos, los mundos ficticios de mis películas y series favoritas para no pensar. Y cuando por fin me doy el lujo de pensar otra vez, trato de recordar a la gente que me inspira por la valentía con la que vivieron los retos de la época que les tocó y que también parecía ser el final de los tiempos. Una de esas personas me llegó a la memoria también por las noticias porque fue su cumpleaños el pasado 4 de abril. Les hablo de la escritora afroamericana Maya Angelou, la segunda persona en la historia de los Estados Unidos en leer su poesía durante una inauguración presidencial (la de Bill Clinton). Aún en los momentos más difíciles, la gente como Maya Angelou me recuerda el poder inmenso que tiene la palabra para el bien y el mal.

Maya Angelou descubrió el poder de la palabra muy niña cuando a la edad de 7 años se enteró de que un grupo de hombres (se cree que sus tíos) había matado al novio de su madre cuando Maya se atrevió a contar que la había violado. El trauma de la violación y el asesinato fue tan grande que no pudo hablar por varios años porque en su mente de niña su voz y las palabras que había pronunciado habían ocasionado la muerte a otro ser humano. Eso cuenta en el libro con el que se hizo famosa I know why the caged bird sings (Yo sé por qué canta el pájaro en su jaula), uno de los libros más hermosos que he leído, y eso nos contó en persona al público del evento al que la fui a ver con mis amigos José y Trevor hace muchos años.

“Pensé que mi voz lo mató. Yo maté a ese hombre porque dije su nombre. Y entonces pensé que no hablaría nunca más porque mi voz podía matar a cualquiera”.

José y Trevor, con el amor de hermanos mayores que siempre me han dado, me regalaron el boleto para ver a la Angelou por mi cumpleaños cuando los tres vivíamos en Providence a finales de la década pasada. (José y Trevor fueron también los que me recibieron en Sydney en julio como les conté en mi crónica sobre esa ciudad fabulosa). Cuando fuimos a su charla convocada para recaudar fondos contra el abuso sexual de menores, ya había leído algo de la Angelou y me encantaba verla en sus apariciones frecuentes en la televisión con su amiga Oprah y otras celebridades del mundo literario, el entretenimiento y la política. Con más de 50 títulos honorarios recibidos, la Medalla Nacional de las Artes concedida por Clinton, la Medalla Presidencial de la Libertad otorgada por Obama y hasta tres Grammys por la grabación del poema de la inauguración y otros dos álbumes de poesía, Maya Angelou fue una figura pública reconocida por décadas y en los últimos años de su vida era también vista como una de las “elders” o personas mayores que sirven de guía moral al país.

La fragilidad de la señora envejeciente con dificultades para caminar que vimos esa noche escondía toda una vida de movimiento, lucha y exploración. Maya Angelou había sido bailarina (bailó hasta con el famoso Alvin Ailey, ícono de la danza en EEUU), actriz y directora de teatro, cantante y compositora, profesora universitaria, corresponsal en Ghana y Egipto durante la descolonización de África, la primera mujer negra en conducir el tranvía en la ciudad de San Francisco y en dirigir una película y fue activista del movimiento de los derechos civiles en el que trabajó de cerca tanto con Martin Luther King como con Malcolm X. Incluso fue trabajadora sexual como ella misma, con su franqueza de siempre, confesó en su segunda autobiografía para disipar el miedo y la vergüenza que generalmente asociamos con serlo.

“¿Te ofende mi arrogancia?

No lo tomes tan a mal.

Porque yo río como si tuviera

minas de oro en el patio de atrás”

En sus múltiples vidas utilizó la palabra para el bien enseñando, convenciendo y deleitando con sus escritos, con sus obras y con su voz; la misma voz que había recuperado en la adolescencia cuando su profesora, la Sra. Flowers, la retó diciéndole “Tú no amas la poesía, no hasta que la hables”. Y esas muchas vidas también implicaron muchas muertes y sus respectivos renacimientos. Tanto el asesinato de Malcolm X como el de Martin Luther King tres años más tarde (el día que Maya Angelou cumplió 40 años) la sumieron en la depresión. Y fue el poder de la palabra convertida en esperanza lo que la rescató de la mano de su amigo James Baldwin.

De hecho, fue el mismo James Baldwin, otro famoso escritor e intelectual comprometido que admiro, quien ayudaría a Angelou a iniciar su trayectoria como escritora de autobiografías, el tipo de libros que la hizo famosa. Para distraerla de la tristeza que ambos sentían después del homicidio de su amigo mutuo Martin Luther King, Baldwin la acompañó a una cena donde ella fascinó a todo el mundo con sus anécdotas. En esa cena conoció también a Robert Loomis, el hombre que sería su editor por décadas, quien trató de convencerla sin éxito para que escribiera la historia de su vida. Fue el mismo Baldwin quien le dio el secreto a Loomis que llevaría a Maya Angelou a redefinir el género: “si quieres que Maya Angelou haga algo, dile que no puede hacerlo”.

“El talento es como la electricidad. No entendemos la electricidad. La usamos”

Si lo queremos, la palabra tiene el poder de crear comunidad a través del diálogo y del juego como las anécdotas que contaba magistralmente la Angelou o el juego que iniciaron Baldwin y Loomis para mostrarle su propia genialidad. Ese diálogo y ese juego no tienen que ser en persona. Años después de la muerte de Maya Angelou, cuando por fin me leí su primera autobiografía, me vi tan arropada por la belleza y el dolor de su vida que me sentí mucho más conectada con ella, la sonrisa de diamantes y la voz hermosa que nos regaló esa noche mágica en Providence en octubre del 2010.

Pero cuando es en persona la palabra es más poderosa aún. Lo he comprobado muchas veces en mi trabajo ayudando a organizar y estudiando procesos de deliberación en República Dominicana, Brasil, México y EEUU. Cuando la gente se sienta a la mesa con el corazón abierto, la mente considera razones y que no se había dado el permiso de considerar. Hasta el daño que causan eventos terribles como lo que le ocurrió a Maya Angelou de niña o el arresto del grupo de estudiantes que les mencioné puede empezar a sanar cuando nos abrimos al poder de la palabra en el diálogo y en el juego.

“En todo mi trabajo, lo que trato de decir es que los seres humanos somos más parecidos que diferentes”

Eso empecé a sentir yo el lunes después de la reunión de emergencia que convocamos el profesorado de la universidad. Las personas que hablaron en la reunión agotaron sus turnos con respeto al resto estuvieran o no de acuerdo con sus ideas. Y en un grupo más pequeño de gente que nos quedamos después en el salón surgieron muchas más ideas de cómo resolver la situación cuando nos dedicamos a escuchar nuestras respectivas razones dándonos mutuamente el beneficio de la duda. Como tantas veces nos enseñó Maya Angelou, si lo buscamos y creamos las condiciones necesarias, la palabra nos puede ayudar a construir nuevos mundos y abrir nuevas puertas. Así sea.