Australia simplemente tiene que madurar y dejar de negar su propia historia para que todos y todas podamos seguir adelante” – Ricky Maynard, fotógrafo indígena australiano

 

Estoy en uno de los aviones que tomé de regreso de las antípodas, el extremo opuesto del mundo, viajando desde Sydney a Los Ángeles, desde donde regresaré a Santo Domingo vía Miami. Y sí que me siento que estoy regresando desde el fin del mundo. Primero por lo surreal que es salir de Sydney a las 9:20 de la mañana de hoy, llegar a Los Ángeles más de tres horas “antes” a las 6 de la mañana y finalmente arribar a mi querida media isla casi a las 9 de la noche del mismo día. Aunque ya lo sabía con la cabeza, igual impresiona vivir en el cuerpo la forma en que funcionan las diferencias de hora o husos horarios alrededor del mundo: las 14 horas de diferencia entre Sydney y Santo Domingo que se convirtieron en dos días cuando salí hacia Australia (salí un jueves y llegué el sábado siguiente) se comprimirán en un solo día al ir en la dirección opuesta. Sí, yo sé que soy una nerd y casi todo me da curiosidad pero ¿verdad que es fascinante?

 

También me siento que estoy regresando desde el fin del mundo porque Australia siempre me había parecido sinónimo de “lo más lejos posible” que podía llegar por la distancia geográfica que la separa del continente americano y, en general, del llamado mundo occidental. Aunque intento siempre cuestionarla me crié, como mucha gente, con la idea que nos enseñan en la escuela de que Europa y América son el centro de la humanidad. Por eso vemos a los otros continentes habitados, África, Asia y Oceanía, siempre como “exóticos” o “diferentes”, pero con la surrapita (consciente o inconsciente) de considerarles también como inferiores como explicó el intelectual palestino Edward Said con su concepto del Orientalismo. Australia y Nueva Zelandia son casos excepcionales porque son países de altos ingresos y se les considera ligados al mundo occidental por ser mayoritariamente de personas blancas vinculadas a lo que fue el imperio británico. Por eso la mayoría de la gente no les aplica la etiqueta de inferior pero sí las asociamos con lo desconocida y distante que nos resulta Oceanía.

 

Por supuesto que las dos semanas de vacaciones que pasé en Sydney no bastan para entender una sociedad. Pero me permitieron tener experiencias extraordinarias con las que empecé a satisfacer mi curiosidad sobre Australia combinadas con los días que había pasado en Melbourne en el Congreso Internacional de Sociología que les mencioné en mi crónica anterior. Lo que más me impresionó de Sydney es la forma en que la gente de la ciudad se relaciona con sus alrededores. El famoso puerto de Sydney que vemos en las postales con el puente y la arquitectura impresionante de la Casa de la Ópera es el ejemplo más importante. Y tuve la suerte de disfrutar esta vista maravillosa caminando varias veces por esta área y pude aprender un poco sobre su historia antes y después de la colonización del país.

 

Pero lo que no sabía es que ese puerto es solo una pequeña parte del sistema marítimo de más de 100 playas de Sydney. Es un sistema complejo y hermosísimo en el que las comunidades indígenas pescaban desde sus canoas (parecidas a las taínas, por cierto) desde tiempos inmemoriales antes de la llegada de los británicos. Donde antes pescaban y cantaban las “Mahnra” (“mujeres pescadoras”) ahora se ven los ferries dando tours para turistas (mis amigas y yo tomamos uno maravilloso) o llevando a la gente a sus trabajos desde playas como Manly Beach o Bondi Beach. A Manly Beach fui con mis amigos José y Trevor y pasamos una tarde riquísima de domingo caminando y comiendo en este pueblito playero con todo y el frío del invierno australiano. El miércoles siguiente José y mi nueva amiga Tessil se tomaron un día libre en sus respectivos trabajos para llevarme a Bondi Beach y hacer la fabulosa caminata por las piedras de la costa que la gente local hace como ejercicio llegando a las playas más cercanas. Tanto Manly Beach como Bondi Beach me recordaron a la playa de Santa Mónica en Los Ángeles, como ahora vivo y trabajo gran parte del año cerca de esa ciudad. También se las pueden imaginar como Cabarete o Las Terrenas en esteroides por eso de que son comunidades playeras donde gente de diferentes partes del mundo vive durante todo el año. Pero a diferencia de Las Terrenas y Cabarete, ambas quedan a solo 20 minutos en ferry del centro de Sydney y por eso están integradas en la estructura de la ciudad. Eso y el hecho de que Bondi Beach estaba llena de gente un miércoles, como me explicaron José y Tessil, es parte de la cultura australiana y la cultura de la ciudad.

 

En Australia la gente valora mucho su calidad de vida dedicando tiempo a compartir con las amistades y la familia, hacer ejercicio, disfrutar la naturaleza y, como hicimos ese día, tomarse el día libre en medio de la semana o incluso ir a nadar al mediodía para luego volver al trabajo como hace mucha gente. Esa cultura de la celebración de la vida todos los días también la tenemos en países como el nuestro pero en Australia los gobiernos y las empresas han creado las condiciones para que eso sea posible y no se ve como “vagancia” (como se vería, por ejemplo, en EEUU) sino como lo que debe ser una vida sana y equilibrada. También mis amigas Solange, Carmela, Hara y yo vimos esta perspectiva relajada de la vida con la gente super simpática con que conversamos en los pueblitos en que nos paramos junto con Craig, el esposo de una de ellas, cuando manejamos por dos días desde Melbourne hasta Sydney.

 

Además, Australia aspira a ser una sociedad eminentemente multicultural y Sydney lo es ya por la presencia masiva (43% de la población) que tienen las comunidades inmigrantes como me comentaron los choferes de Uber de Pakistán, Myanmar, Vietnam y otros países con los que conversé. También lo ví caminando tanto en Sydney como en Melbourne y compartiendo con mis amigos y sus amistades que incluyen gente de Inglaterra, Suráfrica y muchos países más. Y aunque son menos, también hay gente de Latinoamérica y el Caribe como los chicos uruguayos y argentinos que fueron nuestros meseros en Bondi Beach, Andrea, la chica brasileña apasionada de los koalas con quien conversamos Solange, Craig y yo en uno de los zoológicos o Jacqueline, la elegante mujer de Trinidad que tiene el único negocio caribeño en el popular mercado que se hace todos los domingos en The Rocks, la zona colonial de Sydney.

 

Sin embargo, la aspiración a la multiculturalidad en Australia también refleja una historia mucho más complicada y dolorosa. Como explica el fotógrafo indígena de Tasmania (la mayor isla al sur de Australia), Ricky Maynard, el país todavía tiene una deuda importante con las culturas originarias por los abusos históricos cometidos contra ellas. Los conquistadores británicos les desplazaron de sus tierras, les mataron, enfermaron y trataron como seres inferiores como hicieron también, igual que los españoles y portugueses, en nuestro continente. Tanto es así que después de haber sido los únicos pueblos presentes en este territorio inmenso en el que República Dominicana cabría casi 160 veces, ahora solo representan el 3% de la población de más de 26 millones que tiene el país. Para mi sorpresa, al visitar diferentes exposiciones y leer sobre estas culturas aprendí que también son las más antiguas que han existido de manera continua en el mundo.

 

Pero los colonizadores británicos y luego los gobiernos australianos intentaron destruir estas culturas secuestrando a sus niños y niñas y poniéndoles en escuelas diseñadas para hacerles olvidar sus idiomas y costumbres donde muchos enfermaron o murieron y la mayoría perdió el contacto con sus familias para siempre. (Esta práctica horrenda, también utilizada en los EEUU y en Canadá, recién llegaría a su fin en el 1969). Gracias a las luchas de los grupos activistas indígenas aborígenes y Torres Strait Islander (que son los dos grupos indígenas australianos aunque hay cientos de subgrupos) el gobierno empezó a reconocer sus derechos en los años ‘90. Y en los últimos años ha habido un resurgir y reconocimiento creciente de sus aportes, especialmente en las artes, como pudimos comprobar mis amigas y yo al ver a Bangarra, el más conocido grupo indígena de danza de Australia. El simbolismo de que la presentación fuera en la icónica Casa de la Ópera y la fuerza y belleza de la pieza nos dieron esperanza y nos hicieron querer creer que la promesa multicultural de Australia es necesaria y posible. Así sea.