La crisis haitiana tiene cientos de años; por lo tanto, la sorpresa no tiene mucho espacio en el problema que las dos naciones de la isla confrontan en estos momentos. Los problemas entre estas dos naciones han sido frecuentes. Se puede hablar de una relación frágil y, por tanto, vulnerable a fenómenos de carácter político, económico y medioambiental. Los dos países conservan recuerdos amargos que ralentizan la cordialidad y la escucha recíproca. Por ello, con frecuencia aparece la violencia verbal, el desencuentro político y la sospecha en todos los órdenes. Sin embargo, la gente común de ambos pueblos desafía la animosidad de los políticos y prioriza la relación pacífica.
La situación que viven hoy Haití y la República Dominicana no admite prolongación en el tiempo. Diversos factores, de índole económica y social, sobre todo, demandan la búsqueda de soluciones rápidas y seguras. Por esto planteamos que toda acción esté direccionada a la búsqueda del bien. No se trata de un bien unilateral; se trata de un bien común. Ha de imperar la sensatez para que cada país no piense en el bien particular. Para avanzar en esta dirección, se requiere pensar y actuar estratégicamente. No se puede valorar solo la situación presente, se ha de tomar en serio el futuro de ambas naciones. Desde esta perspectiva, aunque no lo deseen, han de sentarse a la mesa para determinar qué van a hacer para concretar ese bien, aquí y ahora.
Como no es un bien individual, sino un bien colectivo, la urgencia de construirlo y ponerlo en ejecución es una emergencia. Este bien debe alcanzar a todos los ciudadanos de los dos países. Ha de tener como foco el desarrollo integral de todos los ciudadanos. Asimismo, ha de fortalecer la capacidad de relaciones constructivas y orientadas a la apertura al diálogo, aún en las circunstancias más críticas. El bienestar que se ha de buscar no puede estar condicionado por intereses personales, políticos e institucionales. El trabajo en esta dirección tiene un costo alto para los dos pueblos. Por esto no se pueden postergar procesos y acciones que desactiven los nudos que dificultan un avance real en la búsqueda del bien general.
Si los dos gobiernos están interesados en la solución del problema creado por la intervención unilateral del río Masacre por un grupo de empresarios y políticos, han de hacerlo con diligencia. Cualquier demora puede complejizar más la realidad y los costos para ambos territorios serán más elevados y alejados de la búsqueda del bien. Las dos naciones cuentan con personas y organizaciones con vocación de diálogo y, por tanto, se han de poner en acción. La realidad demanda que todos los ciudadanos, las fuerzas políticas y los académicos aporten a la solución de las tensiones. De la misma forma, las organizaciones sociales, así como los medios de comunicación, han de desplegar esfuerzos en la búsqueda del bien.
Del conflicto actual se han de extraer lecciones que preparen para los tiempos venideros. A ninguno de los dos países le conviene un conflicto permanente; por lo tanto, deben prepararse no solo para afrontar la situación del Masacre; han de prepararse para anticiparse a los desencuentros que se producen de forma cíclica.
Se observa que Haití, en los momentos actuales, carece de una gobernanza capaz de responder a los conflictos que implican a los dos países. Esto le aporta mayor complejidad a la situación. Pero, tanto el gobierno de la República Dominicana como el de Haití han de generar una red de relaciones en el ámbito regional que se comprometa con el fortalecimiento de la institucionalidad en Haití; y, especialmente, con el desarrollo global de esta nación.
Las lecciones aprendidas más significativas para la República Dominicana, desde nuestro punto de vista, son: la importancia de mantener y fortalecer la apertura al diálogo libre y orientado al bien general; la atención permanente a las zonas fronterizas que se evidencie en una inversión que mejore la calidad de vida, la consistencia de la formación y de las relaciones entre las dos naciones. Los asesores del gobierno han de despojarse de ideas y de sentimientos que incentiven las tensiones, han de desplegar esfuerzos para que las dos naciones se comprometan con el bien recíproco. Más que nunca, se impone la búsqueda del bien.