La educación afectivo-sexual, de las niñas, niños, adolescentes y jóvenes constituye una necesidad de alta prioridad. Entenderla de esta forma  es parte de las concepciones y de los sentimientos de algunos actores y sectores del país. Una minoría sostiene que este tipo de formación es una necesidad. Históricamente, en el sector gubernamental este tema, si se aborda, es con mucha cautela. De igual manera, sucede en las organizaciones partidarias, pues este tema ni lo tocan. Consideran que no tiene ningún impacto político; y no les importa la implicación económica que genera la carencia de la formación que este artículo plantea.

 

Cada año, como es habitual, los medios informativos del país, las redes sociales, los representantes del gobierno de turno y las agencias internacionales dan la voz de alarma del incremento de los embarazos en adolescentes. Este mismo tono se escucha en organizaciones de la sociedad civil y en personas independientes. Es el mismo gemido de todos los años. Por ello pocos les prestan atención. Pocos toman en serio los datos que aportan  sobre el problema. Pocos creen lo que prometen hacer. Las acciones que anuncian constituyen más de lo mismo: campañas, posters, exhortaciones para persuadir a las adolescentes y jóvenes,  y otros. Sin embargo, las políticas educativas que podrían revertir el problema no se abordan, no se ponen en ejecución.

 

Resulta insólito e inaceptable que se mantenga el veto implícito a la educación afectivo- sexual en la escuela dominicana. Pueden argumentar que no hay ningún veto y que el currículo nacional lo indica. Lo que no van a decir es que el miedo a la  pérdida de votos en las elecciones próximas, es un factor determinante. Sí. Poner en ejecución la educación afectivo-sexual implica una confrontación con sectores eclesiales del país y de la sociedad civil con una visión preocupante del desarrollo de las personas. No se quiere conflicto con ninguna de las iglesias que hay en la nación. No se  desarrollan esfuerzos para el cambio de mentalidad con respecto a esta dimensión de la formación humana.

 

Los que postergan  la educación efectivo-sexual consideran que esta confrontación no es pertinente en un tiempo electoral como el que se respira en la sociedad.  No obstante, por esta posición, la educación afectivo-sexual está fuera de las aulas. Pero, además, las niñas, los niños, adolescentes y jóvenes, no conocen su cuerpo, con la claridad y estima que este conocimiento demanda. Asimismo, carecen de orientaciones que les permita gestionar de forma racional y adecuada,  sus deseos y necesidades afectivos-sexuales.  La familia dominicana, generalmente, elude la educación afectivo-sexual de los hijos. Son seres asexuados que no requieren orientación sistemática y de calidad en este ámbito.

 

Ante la indiferencia con que se asume la educación afectivo-sexual de las niñas, niños, adolescentes y jóvenes se fortalece la cultura de la hipocresía. Sí. Esta cultura acentúa el problema de la deserción escolar, la frustración de adolescentes y jóvenes, los problemas económicos; y desestabilización familiar y social. De igual modo, las niñas, niños, adolescentes y jóvenes, reciben en la calle, en las redes sociales y en otros ambientes poco humanizante, todo tipo de información. Parece que esta deseducación es mejor y más provechosa para el país. Es el tiempo de más eficiencia en la acción y menos lamentos. La educación afectivo-sexual ha de entrar a las aulas, sin miedo, con el sentido educativo y el carácter que amerita. La familia, desde toda su diversidad, requiere ayuda; necesita una educación que suscite cambio en sus concepciones, en  su visión antropológica y social. Es necesario acercarla al siglo XXI.